En un espacio cultural debe hablarse de cultura. Pero debe considerar el lector una situación que corresponde a nuestra idiosincracia y que probablemente no constituya uno de nuestro más graves pecados. Me refiero a la pasión futbolera. El otro día en una entrevista que le hacía Luis Majul a Chiche Gelblung, lo invitaba a hablar de la televisión, a chusmear sobre los colegas. Chiche no tenía ganas y ante la insistencia del periodista le preguntó si realmente no se le ocurría otro tema. Majul de respondió que no lo había, que estaba harto de hablar de los políticos.
Se equivocaron los dos, hay un tercer tema, me refiero a nuestros héroes deportivos, y en especial y a sideral distancia – a pesar del tenis – del futbol.
Los apasionados por el futbol, hablamos permantemente de futbol, si alguien nos escucha. Por lo general podemos despachar nuestras ánsias comunicativas en rondas de amigos en una mesa de café. Tertulia algo envejecida pero aún vigente entre gente de mi edad. No sé si hoy en los patios de los colegios secundarios se arman los lunes corrillos de hinchas adolescentes para discutir el domingo futbolero.
En fin, imagínense ustedes si unos de estos contertulios que brega por oídos dispuestos a escuchar sus genialidades sobre la formación de su equipo, sobre las barbaridades implementadas por tal director técnico, por el juego de la bendita selección nacional, si a uno de estos solitarios fanáticos que polemiza en un bar si la suerte le depara tal refugio, le dan la oportunidad de estar en un medio de comunicación masivo o en una situación multitudinaria, por la circunstancia que fuere, ¿ no creen ustedes que es el momento, quizás irrepetible, de decir su palabra y romperse como decía Federico Nietzsche?
Si yo fuera presidente, saldría al balcón de la Casa Rosada, y daría los nombres de mi selección nacional, recién después anunciaría un aumento de salarios..
Cuando Victor Hugo y el Mariscal me invitaron dos veces a su programa de Cable, debo decir que le vi la cara – no a Dios que está los lunes – pero sí a Santa Claus. Se me dirá que si tengo ganas de hablar de futbol que escriba una nota en el suplemento de deportes, pero no, no es lo mismo, no me dirigiría al mismo lector.
De la sección deportes nos interesan los resultados, el puntaje que saca cada jugador, algún comentario aislado o un chisme, las fotos, pero el lector del suplemento cultural se dispone a leer. Y lo que en mi caso particular tengo para decir de la selección nacional, necesita tiempo, escucha, una apreciación atenta, y un inicio de difusión de largo alcance, el más largo posible.
¿ Cuál es su límite? Los oídos de José, sí, de don José Pekerman. Sería para mi escalar el Himalaya con los ojos vendados, una experiencia cumbre quiero decir, que don José leyera en esta columna mi idea de formación de la selección nacional, y dispusiera este equipo reconociendo ante los medios que lo hace porque le ha parecido más que interesante el punto de vista del filósofo Tomás Abraham.
Si existe la Gloria, entonces para mi sería glorioso, no pido nada más, sólo salud para mis seres queridos, para mi, y un crecimiento de nuestra economía de un 8% para los próximos veinte años. Con eso estoy hecho.
Pero no quiero distraerlos, hablábamos de cultura, es decir de la selección nacional. Le pido al lector, o a usted señora lectora, que no interrumpa el listado de once apellidos – finalmente no son tantos – con exclamaciones de desagrado o suponiendo mal que mis aficiones de hincha deforman mi propósito. Les aseguro que no quiero otro bien que el de nuestra selección nacional, y le pido al Señor para el 2006 una copita más para exhibir en nuestra vitrina. Este interés es el único que tengo.
La selección nacional tendrá un esquema de 3-3-2-2. Dividiré entre paréntesis esta zonificacion para mayor claridad del público lector: (Lux) ( Collocini – Ayala – Heinze) (Castromán – Mascherano – Sorín) ( Lucho González – Messi) ( Tévez- Crespo).
Armar selecciones y conformar equipos ha sido para muchos de mi generación un momento clave de la infancia, podría decir que dibujó la infancia. Las figuritas protagonizaron un lugar de fantasía con el mismo poder de encantamiento que los video juegos de hoy. Es cierto que no recuerdo haber sido despreciado por los adultos por esta inocente afición como hoy en que la arrogancia letrada disimula petulancia y anacronismo amonestando a la salvaje juventud, pero era un juego secreto, vientidós figuritas sobre una alfombra, y una puerta cerrada.