CROMAGNON
Ibarra debe renunciar
El desastre que acabó con todas esas vidas en un recital exige la renuncia del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. No se trata de culpa sino de responsabilidad. No han sido enemigos de afuera los que diezmaron a la gente de la ciudad, sino la falta de cuidado de los de adentro. En una ciudad la misión exclusiva de las autoridades es el cuidado de los habitantes. Para eso han sido elegidos. Y si no lo pueden hacer, si después de años de ejercicio se cometen las negligencias que se han visto, el máximo responsable debe tener el coraje de irse.
No ha servido para la tarea que se le ha asignado. No me parece que las dudas acerca de si con esa renuncia las cosas van a mejorar nos ayude para el futuro. Podrán mejorar o no, depende de más de un factor, se verá. Es necesario convocar a la brevedad a elecciones. Pero Ibarra no debe irse hoy. Durante los meses que faltan para la organización de elecciones tanto legislativas como para el ejecutivo, deberá abocarse con exclusividad al esclarecimiento de esta muerte colectiva.
Esta no ha sido una falla más. El tema no es ni el rock ni la juventud ni la década del noventa. Es un desastre que ha hundido en la definitiva desdicha a cientos de familias de la ciudad. El gobierno ha hecho la vista gorda. Miró para otro lado. Un enorme galpón para recitales organizado por uno de los promotores más famosos del rubro, con principios de incendio los días anteriores, avisos en publicaciones municipales invitando a un festival de bengalas, en un local cuyas puertas de emergencia dan a un hotel importante, sin la habilitación en regla, todo esto es un elefante delictivo. No se lo quiso controlar.
No se trata de culpas. Recitales con barras bravas, en lugares cerrados y fuegos de artificio, con niños en los baños, nos hablan de una sociedad que no puede delegar con ojos cerrados su supervivencia, que deberá defenderse a sí misma y reflexionar sin intermitencias si no quiere proseguir con rituales de autodestrucción.
No basta con designar nuevos rambos de la seguridad y hacer lo que no se hizo, demostrar urgencias que nunca se han tenido, para seguir en la carrera política. La comunidad no cree en los ruidos. De los secuestros pasamos a las imágenes de Carmen de Patagones, ahora la discoteca. De las marchas de Blumberg a los abrazos a las escuelas, y ahora las nuevas manifestaciones de protesta e indignación. La gente no quiere ver como un nuevo ruido letal aplaque en el futuro el desastre actual.
No se puede cambiar todo ahora. El estado educacional, la corrupción estatal, la situación laboral, la irresponsabilidad empresarial, nada de esto cambiará con gestos ampulosos ni voluntarismos ingenuos. Pero si el Estado no da el ejemplo de lo que es una responsabilidad pública, la sociedad civil por sí sola no podrá mejorar su situación.
El centro de la cuestión no debe ser Ibarra, pero es humillante para los porteños que siga haciendo política desde el máximo lugar después de lo sucedido. Si esperamos nueva política y nuevos políticos, entonces también nuevos mecanismos deben comenzar a funcionar. Con este o con cualquier funcionario. El consejo deliberante no junta votos para interpelar a Ibarra. La corporación se hace cómplice de la indiferencia al dolor. Si no se previó lo que sucedió para que no ocurra, al menos, es necesario, una vez las muertes y las heridas ya instaladas e irreversibles, sancionar a los responsables para mostrar que se quiere otra competencia y otra gente a cargo de la vida de los habitantes de la ciudad. Y el primero en ser sancionado debe ser el jefe, para eso se hace llamar Jefe.
Las especulaciones acerca de quien puede ganar las próximas elecciones, las dejo para los analistas de encuestas, ganará el más votado. Hay muchos que se callan la boca para salvar al progresismo de una eventual caída frente a Macri. No hay nada que salvar si no es el respeto a la ciudadanía y asumir un indispensable gesto de constricción.
La gente está inerme frente al poder del Estado. Un dispositivo gubernamental con este funcionamiento no es democrático ni republicano ni nada. El padre de uno de los chicos fallecidos dijo que éste es un país en broma, de bromas siniestras. Hay quienes advierten que con lo sucedido no debe hacerse política. ¿ Y qué debe hacerse? Pedir la renuncia de Ibarra no refleja el oportunismo de ciertos grupos, eso poco importa, sino la necesidad de que desde el poder se asuma la gravedad de la situación.
Puede existir el temor de que un momento de transición política desorganice a las fuerzas de control y seguridad ahora puestas en marcha - según dicen - definitivamente en serio. Habrá miedo de una campaña agresiva en momentos en que los organismos al cuidado de los vecinos, están siendo desmantelados, removidos, etc. Que asuma entonces una autoridad competente, o que se intervenga la ciudad, o que el consejo deliberante halle la salida institucional. O que presente Ibarra la renuncia a la ciudad y se retire en seis meses, tiempo suficiente para que se aclare la cadena de responsabilidades. Pero luego sí, se va. No hay remedio ni atenuantes para lo sucedido.