Me sorprendió Blumberg el otro día cuando respondía un reportaje en la radio. Un periodista quería decirle con todo respeto que su reclamo no dejaba de ser un petitorio de gente pudiente en medio de la miseria general. Según su parecer todos deberíamos estar de acuerdo en que el principal problema de nuestro país es la desocupación. Y en un esquema totalizador estamos obligados a concluir que si hubiera trabajo, disminuiría en gran medida la criminalidad en la Argentina.
Es como decir que si fuéramos más felices seríamos menos desdichados. Las redes del crimen no tienen una sola explicación.
La realidad social no es un aparato centralizado que difunde una única causa. Hace décadas que las fuerzas de seguridad tienen que ver con el delito. La financiación de la política y de los aparatos represivos es un secreto a voces. La falta de trabajo no hace un secuestrador. Tampoco la la falta de claridad ideológica de Bumberg lo hacen sospechoso.
Hoy hay quienes despachan a Blumberg diciendo que es de derecha. Estos ángeles de la izquierda se colocan del lado del Bien en nombre de un punto cardinal que justificó una larga lista de horrores en nuestro siglo. La convocatoria de Blumberg expresa la necesidad de resolver problemas antes que difundir principios. El mundo no se divide entre derechas e izquierdas, sino entre fascistas y republicanos democráticos. El fascismo no es sólo un régimen histórico- político, es una actitud frente a la vida comunitaria que tiene los siguientes rasgos:
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sostiene que la vulnerabilidad del débil es legítima por falta de capacidad y entrega. Considera que la potencia del poderoso es merecida por creatividad y esfuerzo. Afirma que la protesta colectiva es una muestra de resentimiento y envidia. El proceso social es concebido como una jungla en la que prima un método inapelable de selección. Es el fascismo de derecha.
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se establece que el mundo es un infierno de hambre y muerte. Existe una plutocracia milenaria que hoy en un mundo globalizado, de un capitalismo explotador, bajo una hegemonía imperial y un consumismo alienante, debe ser definitivamente abolida. No importa el precio, caída de torres, explosiones donde sea, civiles masacrados, la justicia es el nombre que debe estar escrito en el frontispicio de la nueva hermandad. La cara de la justicia se quita las vendas de los ojos e ilumina a una vanguardia esclarecida que habla en nombre de lo que debe querer la gente. Es el fascismo de izquierda.
A Blumberg le mataron un hijo y salió a la calle. Después de las mujeres como Oyanarte, Bonafini, Guinsberg, Fernández Meijide, Carlotto, la madre de María Soledad y Marta Pelloni, ahora es un padre quien reclama a un Estado indirectamente responsable del crimen perpetrado contra su hijo.
Estela Carlotto dice que hay movilizaciones que pueden ser desestabilizadoras. Puede ser cierto. Hay gente que hace uso del dolor de Blumberg para ganar terreno con una idea concentracionaria de la sociedad:. militares en la calle, persecusión de sospechosos, en especial menores, tranquilidad en zonas residenciales, gatillo fácil en los suburbios pobres, ojos cerrados respecto de los negocios de la policía, y por esta vía, una nueva distribución de la paz en favor de los más ricos. Fue la política de seguridad en los años noventa.
Otros ponen en la misma bolsa su indignación por los piqueteros, el paro de trenes, la indisciplina social y lo que denuncian como fruto del populismo demagógico de este gobierno. La masividad de una marcha no debe hacernos ignorar que en toda manifestación de protesta hay un malentendido. Con todo, y a pesar de inevitables coincidencias indeseadas, el síntoma Blumberg expresa con claridad que en la Argentina hay miedo, y es un nuevo miedo, una nueva forma del terror: un sistema parapolicial y mafioso de obtener dinero.
Los aparatos de Estado están fragmentados y no tienen consistencia. Un funcionario manda una orden que se anula en su trasmisión. Dicen que en la provincia de Buenos Aires hay 60 mil personas que trabajan en la seguridad privada y otras 60 mil en la pública. No es Blumberg quien puede poner orden y control ante semejante ejército armado.
El gobierno está compuesto por un personal de unas decenas de personas que pretende ser poderosa y en realidad está de turno y con escasos recursos. La sociedad no quiere mirarse al espejo porque reflejaría un estado de impotencia que provocaría más miedo aún. Por eso hay que hacer como si se hiciera algo, promulgar más penas con más años de cárcel, bajar la edad de la imputabilidad, vociferar contra los políticos. Es muy difícil aceptar que estamos en un proceso de descomposición estatal y social que llevará mucho tiempo y lucha para evitar que su labor mortífera tome todo el cuerpo de la nación. La presión social parece una forma de acción necesaria frente a la morosidad y a la corrupción del engranaje del Estado. Esto vale tanto para los movimientos de los desocupados como para vecinos, familiares y víctimas de los secuestros.
Hay quienes dicen que los que ahora protestan no lo hacían durante el gobierno de Menem, o que los que hoy reclaman justicia por sus hijos no han sido vistos o escuchados durante las marchas de las Madres de Plaza de Mayo. Parece que no basta con que a uno le maten un hijo, es necesario, además, para solventar el dolor, sacar patente de progresista.
No hay crímenes buenos y crímenes malos. Un sector de la sociedad tenía derecho a reclamar por sus ahorros en diciembre del 2001, y ahora por la protección de sus vidas. Es el mínimo exigible en una organización social republicana.