Blue Flower


 
 

 


 
 

 

 


  Las ilustraciónes corresponden a 
obras de pintores varios


 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

  
  


 

 

 

Rorty 16

Basta de terapia

 

Es posible que la obra más original de Rorty sea Contingencia, ironía y solidaridad escrita en 1989, diez años después que La filosofía como espejo de la naturaleza. Si en este último libro al nombre del autor se le agrega que es profesor de filosofía en la universidad de Princeton, una vez transcurrida una década aparece en la portada como  “professor of humanities of the university of Virgina”. Es un cambio de domicilio y un cambio de departamento. De los recintos en los que se dicta la filosofía pasa a los despachos de la enseñanza de la literatura. Su nueva orientación era inconciliable con la filosofía dominante de los EE.UU. El giro linguístico fue una verdadera y prolongada calesita de la que se bajó para buscar nuevos horizontes.

La aproximación a la filosofía norteamericana en su versión pragmatista y su afición a la literatura, poco tenían que ver con los grupos de filósofos analíticos que sostenían la misión terapéutica de la filosofía. Una vez destinada a crear un hombre sabio, luego a formar a un beato angélico, después a un geómetra o filósofo natural, un filósofo ilustrado y otro revolucionario, la filosofía del siglo XX propone esta farmacología retórica de grosera pedantería. Con una supuesta prosecución de la tradición socrática que trata de arreglar los entuertos de una lengua que no sabe lo que dice, el filósofo analítico corrige las insensateces de la lengua común y de la metafísica, los equívocos y falsos dilemas del lenguaje ordinario y del erudito, no tanto para curar la enfermedad semántica de los filósofos sino para amonestar a quienes creen que por el mero abuso de la libertad de expresión pueden expresar lo que quieren sin fijarse en las penosas consecuencias para el pensamiento.

Pensar mal parece terrible, se piensa mal porque no se sabe lo que se dice. Esta aproximación o juicio de la filosofía no es exclusiva de los filósofos analíticos ya que también le es familiar a los heideggerianos, y fue recurso dogmático de marxistas. Enseñar a pensar en el caso de los acólitos de Heidegger es aprender a escuchar. Predomina el oído, es decir el silencio del órgano ya que el oído no habla. Enderezar consciencias alienadas es misión marxista. Se lo hace con la ciencia de la historia y con la doctrina del socialismo científico que devela la marcha objetiva de la historia. Los althusserianos redoblaron la apuesta y mediante un escudo llamado “teoría” ataron la lengua húmeda de ideología y la pusieron a secar en la soga epistemológica.

Finalmente, los filósofos analíticos todos autoproclamados hijos de Wittgenstein, con un codiciado delantal blanco enarbolan la palabra terapia con su correspondiente función médica. Para ellos se trata lisa y llanamente de una enfermedad, ni siquiera de una ignorancia o de una confusión, sino de una patología que requiere bisturí severo y riguroso.

Sabemos que la corporación médica es una de las más nefastas y que la medicalización de la existencia ha hecho del cuerpo una caverna con demonios. Pero no se trata del pediatra ni del inventor de la penicilina ni del medico de barrio. Hay una especie de médico de oficio en estos filósofos curanderos que dicen maniobrar la ciencia como si fuera un detector de mentiras. En nuestro país los filósofos que se pusieron este delantal en su mayoría son abogados, a su intención higienista la presentaron con vocabulario jurídico, esa sintaxis seca, repetitiva, obsesiva, puntillosa, paranoica y sentenciosa.

Imaginemos al personaje catedrático de filosofía del derecho subiendo la escalinata neogriega de la avenida Figueroa Alcorta con su toga sobre el traje gris cruzado con rayitas blancas y su camisa almidonada, o para congraciarse con el humor de Oxford, con un saco de tweed a cuadros con dominancia de marrones y verdes rematados por una pipa perfumada. En fin, lo que nos gusta de Rorty es que se hartó de esta atmósfera entre pacata y policial y dedicó el último cuarto de siglo de su vida en mandarlos a la mierda.

Para eso se mudó de universidad y prosiguió con sus investigaciones. Cambió de modelo transferencial y el filósofo terapéutico fue sustituído por el poeta y el militante revolucionario, o, en términos semejantes por él empleados, el novelista y el socialista utópico.

Para esto debió volver a pensar a la filosofía como profesión y misión una vez descartados estos exponentes que en nombre de lo real, de la verdad, del referente, del mundo exterior, de la ciencia, de la objetividad, y de la seriedad cambiaria disfrutan jugar a ser unas veces Salomón y otras Damocles. Gracias a este desplazamiento Rorty ha contribuído a ofrecernos espacios filosóficos aún vivibles. Ventanas abiertas con ahhhhire puro.

El libro mencionado constituye la base teórica de una conversión. Mil quinientos años después de las confesiones de Agustín de Nipona presenciamos esta “metanoia” de un Dick de Nueva York.     

    

Rorty 17

La esperanza

 

Volvamos al libro Contingencia, ironía, solidaridad. Comencemos por el análisis de cada una de estas tres palabras. Contingencia¨es la creencia de que las cosas cambian y que no hay una necesidad llámese verdad, destino, dios, poder, que haga que las cosas sean así y no de otra manera. Es la sensación de transitoriedad. Se la llamó finitud de la condición humana, también libertad, en todo caso no se trata de negar la realidad de los hechos. Por ejemplo, la mortalidad del ser humano o la rotación de la tierra, son realidades que no se oponen a la idea de contingencia.  No hay que confundir contingencia con superpoderes. El hombre no lo puede todo pero nadie ni nada lo pueden todo.

Ironía: el hecho de que nada sea necesario ni que exista una autoridad que decrete un estado de necesidad y urgencia nos alivia y nos aliviana. Podemos jugar. La mirada de un pater seraficus que vigila nuestros actos y juzga cada una de nuestras palabras, es cegada y el ogro moral pierde equilibrio y tropieza. Cuando cae nos reimos. La ironía no es una canchereada socarrona ni el gesto burlón de un pito catalán. La ironía es tan vieja como la filosofía. Fue Sócrates quien la inventó con la frase que fue el puntapié inicial que dió nacimiento a la filosofía: sólo sé que nada sé. Mucho más clara concisa y concluyente que “sólo sé que no sé nada”.

Hay un vaciamiento en la ironía. En el “sólo sé que nada sé”, las últimas dos palabras anulan las dos primeras. Sin embargo, a pesar de esta autoeliminación, el resultado no es neutro. Nos da un arma de lucha contra la verdad, es decir contra la opinión autorizada y dominante que dice cómo son las cosas. Esta autodescalificación le permite a Sócrates autorizarse a sí mismo en el ejercicio de la interlocución en la forma interrogativa. Presume de ignorante y pide a su auditor que lo acompañe por el camino escarpado de la dialéctica.

Kierkegaard luego de valorar en su primera obra – su tesis de doctorado - el arte de la ironía, la demerece luego por considerarla meramente estética. Para el pastor danés más importante que el juego estético es el compromiso ético, y en la cúspide de la condición humana el salto final de la fe.

Solidaridad: el hecho de que las cosas cambien y que nada permanezca, no hace de la vida una lágrima tanguera. No se trata de “ todo es igual nada es mejor...yira yira”, claro que yira pero hay “ mejor”, para Rorty existe la esperanza.

La solidaridad, para él, es un derivado del pensamiento liberal. El liberalismo nada tiene que ver con la propiedad privada ni con un espacio de libre circulación de necesidades y bienes. Nace con la elboración de la idea de libertad, pero no fundada en la razón, otra mayúscula que anula la contingencia en nombre de una necesidad universal, sino con la expansión de las capacidades humanas, es decir con la creación.

Solidaridad remite a la necesidad de justicia. Y la justicia debe complementar al arte de la ironía y a la afirmación de la contigencia que autoriza al hablante a desafiar a la autoridad,  con su vínculo con los otros.

Pero la idea de justicia debe despojarse de su aspecto compensatorio que se basa en la venganza o en el resentimiento. Debería tener más alcance. Se trata de un asunto de sensibilidad hacia lo que los otros sienten, mejor dicho, a lo que los otros padecen. Es en el dolor en donde se juegan los lazos de solidaridad. Mientras no sintamos que lo que les  sucede a nuestros prójimos marca nuestra propia existencia, la justicia no es más un arma de guerra y sólo cambia los términos y el orden del daño y del dolor.

Rorty estima que la solidaridad es un asunto de sensibilidad, pero sabe que la sensibilidad no es natural, o en todo caso, si en algún momento nuestra condición animal ha sabido de la necesidad que tenemos de los otros y de los lazos que nos unen al prójimo, desde nuestra madre al vecino, éstos no existen espontáneamente en la sociedad.

Hay que crearlos. No volver a crearlos, Rorty no es Rousseau, no piensa que se perdió un paraíso perdido por los males que la civilización provocó en el hombre simple, habitante de un mundo de abundancia. Si a alguna tradición remite en todo caso es al del liberalismo inglés de Smith y Hume que nos hablaban de una simpatía universal y de una sociabilidad deseable. En todo caso, dijimos,  Rorty tiene esperanza, apuesta a un mundo mejor, cree en el progreso, no lo hace porque exista un programa objetivo seguido por la historia más allá de nuestra voluntad, ni porque confie en que la racionalidad hará que los hombres una vez adoctrinados en la verdad de la razón se someterán libremente a su imperativo. Insiste en que sólo la sensiblidad motorizada por la imaginación, nos hará más libres y más solidarios.

 

 

Rorty 18

Nuevos vocabularios

 

En su libro Contingencia, Ironía, Solidaridad Rorty tiene una idea buena y otra apenas  regular. Comencemos por la dudosa. Creer que la gente cambia porque le contaron un relato no sólo es demasiado optimista respecto de la condición humana sino también en lo relativo a los efectos de las prácticas sociales en los individuos. La educación sentimental no es el resultado de una narrativa. Darle tamaña importancia a la creación de nuevos vocabularios es un residuo de la inflación de las teorías de la filosofia del lenguaje.

En otros tiempos en lugar de narrativas o vocabularios se hablaba de ideologías. Los ideólogos del siglo XVIII aplicaron el empirismo atomicista al teatro de la mente y pensaron que había técnicas por las cuales podían modificarse las cadenas asociativas para promover nuevas conductas. Su propósito era elaborar una doctrina que sirviera para una reforma moral en  épocas de la ilustración. La preocupación por la corrección de los infractores hizo que la teoría tuviera el propósito pedagógico de mejorar a los hombres fuera de los paradigmas de una justicia basados en el castigo y en la venganza.

La ideología luego de la avanzada de los neohegelianos es parte de una filosofía como crítica de la religión. Poner el mundo sobre sus piés era un trabajo llevado a cabo por aquellos nuevos filósofos sobre las consciencias alienadas. Para estos pensadores estamos dados vuelta por la acción de un mundo en el que el poder es fetichista. De los dioses a las mercancías, de la religión al capitalismo, las creencias de los hombres están fraguadas en la retorta que segrega ídolos. Una ideología revolucionaria nos libera del engaño y permite que los hombres se asocien sin velos ni totems con plena consciencia de sus condiciones de existencia.

Ahora, de acuerdo a los miembros de la filosofía del lenguaje, incluído Rorty, se trata de nuevos vocabularios. De la dura terapia del positivismo lógico que exige un lenguaje pictórico y una identidad entre semántica y neurología, pasamos a esta idea nacida de un relajamiento wittgenstaniano que nos habla de novedad, juegos, y vocabularios.

¿Cómo se produce un nuevo vocabulario social?, es la pregunta con la que se carga Rorty.  Es lo mismo que intentar responder de acuerdo a Nietzsche, como se llega a una transvaloración o a una metamorfósis de los valores. Se trata de un problema moral. El filósofo alemán no pensaba que los valores se crean ex nihilo ni que los valores sean cosas como ideales llenitos, un pleno moral en lenguaje de ruleta que nos guía en nombre del bien o del mal. Lo que sí sostenía es que entramos en el mundo del crepúsculo de los dioses, en el que ningún vocabulario consigue asentarse a la manera de los antiguos decálogos, y que la humanidad no está preparada para este viraje. Es bastante más que un giro linguístico.

Paul Veyne decía que la relación entre una ideología y una condición social no se da de la  manera en que pensaba Max Weber. El capitalista no se convierte al protestantismo porque esta creencia se ajusta a su práctica social, o porque esta ética da cuenta de su actividad mundana. Es un asunto bastante menos serio. No se es primero creyente y luego empresario, sino empresario en busca de una espiritualidad conveniente.

Al capitalista le sienta mejor el calvinismo, le es más cómodo, se siente menos restringido, le cuaja mejor y le es más funcional. La función de las ideologías, nos dice el eximio historiador, es más la de agradar que la de legitimar o justificar, y menos la de alumbrar.

Ahora pasemos a lo que consideramos un buen consejo de Rorty en lo relativo a los conceptos de  contingencia, ironía y solidaridad. Dice que una cosa es el arte y otra la política. Si invertimos en la política la libido artística tendemos a la destrucción. La política necesita graduación, progreso, equilibrio, maduración. Los modelos para la política no son Rimbaud o Nietzsche. En el arte puede haber héroes, la política es más plebeya.

Si se mezclan las barajas y se hace de la política un arte de vivir de acuerdo a ideales de perfección y de absoluto, si se juega al todo o nada, queda la nada.

Sin embargo, Rorty nos habla de las utopías, de los socialistas utópicos, pero los sitúa entre quienes creen en la solidaridad, la justicia y la libertad, en el progreso, por vía de la reforma institucional con medidas legislativas y por medio de la educación.

Por eso inscribe a la filosofía y a la creación de nuevos vocabularios en el marco de un proyecto de transformación democrática de las sociedades, y de acuerdo a la tradición liberal y empirista corona a la imaginación como la facultad primera de las tecnologías del yo, según el vocabulario de Foucault.

La imaginación al poder, y de ella al sentimiento. Sentir distinto más allá de la conveniencia. Pero, hombre prudente, señala también, ya lo dijimos, que para sentir distinto, hay que estar bien sentado, es decir con seguridad y protección que nos permita imaginar algo diferente.