Yo amo a Sarmiento
(Conferencia en la Biblioteca Benjamin Franklin de la pcia de San Juan) - 26 de octubre de 2010
Tomás Abraham
Buenas tardes a todos, muchas gracias por estar acá.
Muchas gracias a mis anfitriones, que acompañan mi presencia desde que llegué, y a ésta biblioteca que es un asunto bastante ejemplar, me doy cuenta.
Yo he visitado bastantes bibliotecas públicas.
La institución llamada “Biblioteca Popular” tiene larga data en la Argentina, hay más de dos mil.
Hace no mucho fui a dar una charla en el barrio de La Chacarita en Buenos Aires a una biblioteca popular también, y en general son muy tristes.
Estuve en la biblioteca popular” de Zárate —me acuerdo—, en varias, eso quedó, como han quedado tantas cosas, quedan de otros tiempos en donde eso era vital, queda.
Y creyendo que las palabras “Biblioteca Popular” y la palabra “Dos mil” y la donación de ciertos ejemplares que se dan lo mantiene vivo, no, eso no lo mantiene vivo, para mantenerlo vivo necesitás gente adentro: leyendo, pidiendo libros, haciendo actividades, y eso lo vi acá.
Me llamó mucho la atención el día de ayer que hicimos una visita a la biblioteca, ver gente, es raro ver gente, ver bastante gente, por supuesto gente joven también, sentada, gente joven sentada también es raro, y con libros —bueno, ya eso es un milagro—, y una sala de una consultoría, que queda arriba creo, donde es la sala del silencio.
Después me mostraron, están muy orgullosos acá de sus relaciones con la China, parece que son blasón, a mi eso no me interesa tanto, me interesa mucho más que haya gente, y que esto tenga una función social útil.
Los distintos intentos que se hacen acá, como la biblioteca de género, Latinoamérica, etc.
Y estas cosas, como esto que nos reúne hoy, para poder dialogar, para poder pensar cuestiones.
Un centro cultural biblioteca, esto es sumamente importante en Argentina, es una gran carencia.
Nosotros tenemos recursos no utilizados.
Es incomprensible cómo en el mundo de la educación en Argentina no se use lo que hay, y al mismo tiempo todo el mundo se queje, se quejan y no usan.
Se quejan: los docentes, los maestros, los padres, los políticos, los periodistas, todos se quejan, de que los chicos no leen, de que no estudian, del nivel, etc.
Y no hay ninguna política como para conectar las bibliotecas populares con las universidades.
Las universidades en general —por las que yo conozco—, carecen de biblioteca, o sea, lo que tienen, lo tienen del año 70`.
No estoy hablando únicamente de la digitalización, que hoy en día no es una sofisticación, es una necesidad que las bibliotecas estén digitalizadas, es una necesidad, es como el auto en 1940, es una necesidad.
No solamente hablo de la digitalización, sino de la conexión con el libro ¿qué hace un estudiante? —Yo me dedico más al rubro de humanidades, no soy físico ni ingeniero—, se publica mucho en el mundo, se publica muchísimo en el mundo, y hay cosas muy interesantes para cualquiera: de antropología, de sociología, de psicología, psicoanálisis, filosofía, historia, hay mucha gente interesante en el mundo, también en la Argentina, pero en el mundo.
Por supuesto que hay que saber leer inglés, francés o alemán, algún idioma, pero eso es condición sine qua non de un estudio universitario, a ver si nos olvidamos de eso también.
¿Y en dónde están esos textos que publican las universidades, que se publica en Europa, en Estados Unidos, en distintos países? ¿Dónde están? Hay que esperar una dádiva en alguna universidad para traer algunos ejemplares, etcétera.
¿Cómo no hay una conexión? Alumnos que van y hacen fotocopias de algunas páginas de textos, eso es lo que sucede: fotocopia de algunos fragmentos, y los libros están acá.
¿Dónde está la conexión universidad-biblioteca popular? ¿Para qué están las bibliotecas populares si no es para tener una conexión directa con la educación? Finalmente preguntémonos ¿Para qué queremos educar? No eduquemos, dejémoslo y listo, dediquémonos a otra cosa.
Hay mucho que hacer: se puede ir a pescar, se puede ver Tinelli, se puede hacer tantísimas cosas, se puede ganar plata.
Hay tanta gente cesante en la Argentina, tanta gente dando vueltas ¿para qué formar más gente? Renunciemos, por lo menos es un acto de honestidad.
Pero no, la hipocresía es más funcional.
Entonces, después de todo esto quiero decir que esta biblioteca realmente es algo vivo, y tienen toda mi adhesión y mi gratificación también de conocer que acá el mundo del libro, y el mundo de la historia, y el mundo del estudio, es una ilusión.
Porque aquél que estudia es porque cree en algo, sino para qué estudiar, aquél que estudia es porque es optimista, tiene alguna ilusión, sino para qué estudiar, y esto es un acto de fe, por eso toda esta gente que está trabajando acá lo hace de forma gratuita, vocacionalmente.
Bueno todo esto tiene que ver con este Señor (señala hacia un retrato de Sarmiento) este pensó eso, y fundó esto también y pensó todo eso.
Cuando me invitaron a acá a San Juan —yo odio viajar en avión, así que sepan que es un sacrificio, tampoco me gusta salir de casa, cada vez menos—, pero dije: –¿San Juan? ¿Biblioteca Franklin, fundada por Sarmiento? Voy.
–¿Para hablar de qué profesor? –No sé, de Sarmiento.
Dije, pero no se me ocurrió nada.
Yo no soy un especialista de Sarmiento, leí algunas cosas de Sarmiento porque quise, y ahora dije: Bueno mejor que lea algo más porque si no voy a hacer un papelón.
Leí Recuerdos de Provincia —que no sé si en la secundaria leí algo—, y algunas cosas más: las polémicas con Alberdi.
Pero la verdad no tiene mucha importancia, yo amo a Sarmiento sin leerlo, amo a Sarmiento sin conocerlo, no me importa: qué es lo que dijo, qué es lo que no dijo.
Sé lo que quiso, y yo quiero lo que él quiso, me unen la voluntad con lo que él quiso, no me importa si dijo alguna barbaridad, que levante la mano quién no la dijo.
No me importa que fuera un hombre paradójico, contradictorio, complejo, si es grande tiene que ser un ser fisurado, mal habido, loco, eso no me importa, pero ¿qué es lo que quiso? Entonces cuando dicen: Bueno voy a hablar de Sarmiento.
Pero yo no voy a hablar de lo que pasó en 1860, es muy interesante para un historiador lo que pasó en 1860, pero para mí es importante lo que pasó en esa época si a mí me da algo para pensar la mía, la nuestra.
¿Nos sirve Sarmiento? ¿Nos sirve hablar de él? ¿Tiene algún sentido acordarnos de él? No solamente por un bicentenario que lo va festejar porque es inevitable, y no se lo va a festejar con un entusiasmo unánime: la mitad del país lo odia, la otra mitad lo ama, por razones realmente muchas veces equivocadas.
Sarmiento no es un liberal, Sarmiento es Sarmiento, es un demócrata, y demócrata no es liberal.
Es demócrata: la educación popular no es la educación liberal, es demócrata, cree en las masas menos que en las elites, él cree en las masas.
Un poco lo que discutían estos dos grandes hombres (haciendo referencia a Sarmiento y a Franklin), elites y masas.
Sarmiento creía en las masas, por eso creía en los Estados Unidos de Norteamérica, porque era un universo de masas, entonces era un demócrata, no era un liberal.
¿Y qué significa eso? Nosotros somos todos demócratas —jugando voy a pedir que levante la mano alguien que no es demócrata —, si somos todos demócratas hay un malentendido, no puede ser que seamos todos demócratas, es decir, para que todos seamos demócratas debemos sentirnos cómodos en algún lugar, como para eso somos demócratas y seguimos de largo.
Pero ser demócrata es algo muy complejo, porque no sabemos ¿qué quiere decir? Y esa es la primera cosa que yo quisiera interrogar: la democracia.
A través de Sarmiento yo propongo —me propongo—, un tema para pensar: qué relación existe —hablando de democracia ¿no?—, qué relación existe entre lo siguiente: todo el mundo dice que en la Argentina hay que crear un Estado, todo el mundo dice en el mundo, que hay que re pensar el Estado; lo dicen en Estados Unidos ahora que se armó la gran crisis, hay que repensar el Estado, hay que crear un Estado, hay que construir un Estado.
Bueno, cuando se dice tanto nuevamente: ¿Qué relación hay entre Estado y República? Esa es una cosa que a mí me hace pensar el término “democracia” a través de Sarmiento.
¿Qué relación hay entre Estado y República? ¿Cómo se puede construir un Estado si no se construye al mismo tiempo una República? Yo creo que la República es una cosa fundamental, porque la República es un invento idealista, en donde se supone que el poder se puede dividir, en donde se supone que el poder no es total, que por un lado no está todo el poder y por otro lado está todo el impoder, se supone que el poder se puede fragmentar y se puede dividir, y se puede fisurar, y se puede contener.
¿Qué es el poder? Cuando uno habla de “poder”, no es firmar un decreto, no es ser presidente, director.
Son dos cosas obvias para mí: tener dinero y armas.
Con dinero y armas no se hagan ningún problema, no necesitan nada, ni decreto, ni nada, con poder y armas, con dinero y armas.
Desde la época de los griegos, de la época de Sócrates —que es el Sarmiento de Atenas, no Sarmiento el Sócrates argentino, podemos decir que es el Sarmiento de Atenas—, el problema estaba ya: ¿Cómo contener el poder de las armas y el dinero? Inventaron esto que se llama la “polis”, la República ateniense, inventaron la democracia el “demos”, que está únicamente para contener y limitar a los que tienen armas y dinero.
La idea de República es la idea de dividir el poder, por su puesto en aparatos: judiciales, legislativos y ejecutivos.
En realidad a través de todo lo institucional, en dividir para contener, y allí se ejerce el poder de la ciudadanía.
Si nosotros queremos, pensamos que el Estado Nacional y Provincial se pueden mejorar, tenemos que pensar en esos términos: está dividido o está concentrado.
Si está concentrado no tiene control, si no tiene control usa los recursos sin control.
A qué se llama recursos: armas y dinero, otra vez el dinero.
¿Qué dinero? El de todos los que trabajan.
No llueve el dinero, el dinero se extrae de la gente que trabaja y aporta: en el IVA, impuestos de todo tipo, de eso, de lo que la gente trabaja, aporta dinero.
¿Qué se hace con ese dinero? ¿Quién controla ese dinero? Concentrado o controlado y supervisado, qué quiere decir transparencia.
Estado y República.
Hay un término usado y abusado por distinto tipo de pensadores, el término se llama: confianza.
¿Qué pasa cuando en una comunidad no existe la confianza? Que desconfiamos los unos de los otros, nos saludamos con cortesía, nada más, el protocolo, formalidad; pero no tenemos una idea en común, no somos comunidad, no tenemos confianza ¿Cómo hacer para tener confianza? En Argentina hace muchísimo tiempo que no existe eso, si alguna vez existió, y no sé si puede existir, porque el desafío de estas cosas es que uno no sabe si se puede hacer.
Generalmente los pueblos que tienen confianza, son pueblo mucho más homogéneos étnicamente hablando, como los escandinavos: son todos rubios y blancos, y tienen un mismo pasado, y los mismos mitos.
Nosotros tenemos el problema de que somos mestizos, y que estamos todos mezclados, que tenemos que construir una identidad, no la tenemos, no la tenemos ni los galos, ni los francos, ni los germanos, ni los sajones, no la tenemos, ni los aborígenes, no la tenemos.
Hay de todo: aborígenes, italianos, españoles, judíos, polacos, lo que fuere, no la tenemos, la tenemos que construir, no una identidad, sino una comunidad, que no es lo mismo.
Entonces el término de “confianza” tiene que ver con el Estado: si yo de mi trabajo tengo que contribuir al bien común entregándole un dinero al poder, y no sé qué hace con él, y sospecho que se queda con una parte.
¿Qué sucede? Que no hay democracia, hay otra cosa: puede haber prosperidad, puede haber buenos momentos, puede haber circunstancias favorables, no hay democracia.
Para que haya voluntad democrática estas cosas tienen que pensarse, a nivel nacional, a nivel provincial, o lo que fuere.
Esto se llama: control democrático, y esto significa que uno tiene una actitud frente a los poderes concentrados, dinásticos, ocultos, opacos.
Porque todo poder finalmente depende de nosotros, el dinero es nuestro, y las armas se compran.
Es una primera cosa, la cuestión de la confianza, confianza es un término que lo usaron mucho los neoliberales en economía: no hay confianza.
Ustedes lo pueden escuchar todo el tiempo cuando dicen: no hay confianza por eso no hay inversiones. Se usa la confianza en términos de mercado: no hay confianza por eso no hay inversiones, cuando haya confianza y seguridad jurídica va a haber inversiones, mentira, no necesariamente.
Se utilizó el término de “confianza” cuando por ejemplo en ciertos países como los Estados Unidos, en la década del 80`, en la década del 90`, en la competencia internacional perdían frente a Japón, hoy pierden frente a China, pero perdían frente a Japón, en los 70`y 80`el problema era Japón en los Estados Unidos, y decían: Cómo no vamos a perder con una sociedad que tiene un capital cultural, tan homogéneo y tan consistente, como el que tienen los japoneses y los chinos.
Y nosotros somos una cultura totalmente fragmentada, en universos de liberación de los negros, de las mujeres, de las lesbianas, de los gays, de los indios, de esto y de lo otro, está totalmente fragmentada en reclamos de respeto a la diferencia, eso nos hizo indiferentes al sentido de la comunidad.
Mientras los japoneses lo tienen, mientras los chinos lo tienen, nosotros los norteamericanos somos una sociedad fragmentada en términos de liberación.
Fukuyama entre otros ubicó el tema de la confianza como una necesidad para construir un capital cultural propio y homogéneo en los Estados Unidos, anárquicos, se usó mucho el término “confianza”.
Pero hay un uso del término “confianza” que tiene que ver con la constitución de la comunidad: ¿Podemos creer en algo que tiene que ver con nuestro bien colectivo? En Argentina nadie cree en nada, esto no lo digo para provocar porque es así, se nota todo el tiempo.
A partir del poder cínico para abajo, estamos todos en el mismo baile.
El contrato moral del que se habla es una entelequia absolutamente imposible, no es un asunto de conciencias, no nos vamos a reunir uno con el otro para firmar un contrato moral conciente, esto tiene que ver con la política, es decir con el bien común, con el Estado.
En eso me hace pensar Sarmiento: ¿Qué Estado pensaba él? En 1850, en 1860.
¿En qué Estado pensaba cuando hablaba de “educación popular”? Cuando criticaba la plata fácil de la oligarquía de los años 80`.
Y dice: no era esto lo que yo quería, la plata fácil, la plata de la vaca, la plata del oro, la plata de la soja; esa plata viene y se va.
¿Qué queda? No sé.
También me hace pensar Sarmiento, cómo no, en el problema de la educación.
El otro día —hoy lo contaba en un canal—, yo estaba con alumnos de diecinueve, veinte años, y veía que el profesor —porque yo visito a docentes que están dando clases—, y veía que en nuestro programa de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, en el Ciclo Básico Común, el profesor realmente hacía un esfuerzo muy grande y muy meritorio para explicarles a los chicos —creo que era Nietzsche—, y yo veía a los chicos de dieciocho, diecinueve años, veinte años, de distintos rincones del país, había también de Latinoamérica, las clases son bastante grandes, y el hablándoles de Nietzsche.
Entonces cuando intervine yo les dije: Bueno, olvidémonos de Nietzsche, dejémoslo.
Nietzsche cuando tenía la edad de ustedes vivía en Alemania, en 1865, y tenía graves problemas con los que él se enfrentó y empezó a pensar.
¿Y los de Ustedes cuales son? Porque Nietzsche tenía sus problemas ¿cómo van a entender sus problemas? Es muy difícil trasladarse de época.
¿Qué pasaba en Alemania en 1860? Qué pasaba con este hombre para que dedique su vida a pensar en su país y en la civilización.
Él no nació pensando, pensó porque no pudo hacer otra cosa, son estas cosas que ocurren.
No hablemos de Nietzsche, hablemos de Ustedes, hablemos de mí cuando yo tenía la edad de Ustedes, cuando yo tenía diecinueve años.
Cuando yo tenía diecinueve años era el 1966, 67´, yo me fui de la Argentina porque hubo un golpe de estado de Onganía, apenas había entrado a la universidad, e hice mis estudios en otro país, en Francia.
Pero yo me quería ir no de la Argentina, pero sí de mi casa, desde los quince años me quería ir, mis padres viven y los adoro, pero igual me quería ir desde los quince años.
Me quería ir de todas partes, tenía una necesidad de libertad porque me sentía oprimido, no yo, muchos de nosotros, nos sentíamos oprimidos.
En el colegio secundario era un desastre: los profesores, el sistema.
Argentina, era una Argentina militar, no se olviden que desde el 55´ al 73´ fue una Argentina militar, y antes no sé qué fue.
Nos sentíamos oprimidos por la tutela de las autoridades, de los padres, de los curas, de los rabinos, de los profesores, de los militares, de la censura, estábamos cada uno metido en su casillero, en su pequeño cuadradito, con el mandato establecido de lo que teníamos que hacer y ser.
Por eso esa juventud de la década del 60´ fue “contra cultural” en todo el mundo, en la Argentina también.
Digo Ustedes, ellos, hoy, diecinueve años, veinte años: ¿Cuál es el casillero que tienen? No lo tienen, están en un espacio liso, es liso; horizonte por allá (señala a la derecha), horizonte por allá (señala a la izquierda), horizonte atrás, están en un universo de 360º de horizonte, por eso se preguntan ¿para qué estudio? No saben muy bien, comunicación, diseño, no saben muy bien.
Bueno todavía seguimos estudiando abogacía, y contabilidad la mayoría, no, no, uno se mete, ¿qué vida profesional futura tienen? En mi época uno elegía abogacía, iba a ser abogado, hoy en día no sabe qué va a ser.
No sabe el chico, no lo sabe.
Entonces ¿dónde está el casillero contra el cual golpear? No está, no está en los padres, no está en los profesores, que hacen una política de la compasión, no está en los padres que quieren ser como ellos: jóvenes; no está en la sociedad que no da trabajo, que no los necesita.
Digo, Ustedes tienen un problema, que no es mi problema, que no fue mi problema.
Yo también tenía un problema, que era salir.
Ustedes tienen un problema, que es de crear un límite.
Ahora ¿quién se los va a crear? Ustedes necesitan un casillero, tienen que crear casilleros, pero aparentemente no son los adultos los que les están posibilitando la creación de los casilleros, ojalá estuvieran oprimidos, porque tendrían la necesidad de respirar, Ustedes están a la intemperie.
¿Y qué pasa en la intemperie? Ese es otro problema, espacios lisos, espacios estriados.
Les voy a ir diciendo algunas cosas que me evoca mi presencia aquí y lo que me inquieta bajo la figura de Sarmiento.
Ustedes saben que uno de los estigmas que tiene Sarmiento es odiar a los indios y a los gauchos, a los negros no porque no habían muchos, a los negros los odiaba Lincoln por ejemplo, el que los liberó, los consideraba inferiores —es como con Sarmiento, si a Abraham Lincoln se le quieren encontrar máculas, hay muchos especialistas en el tema, no es el revisionismo histórico norteamericano, pero es Edmund Wilson, u otros como Edgar Lee Masters que saben de qué hablan, cuando hablan de Lincoln y de la Guerra Civil Norteamericana.
Y en Sarmiento encontramos eso, no se puede ignorar.
Pero desde mi punto de vista lo que quería Sarmiento, es lo mismo que en un libro de Nietzsche sobre Schopenhauer, en las Consideraciones Inactuales tiene un ensayo lindísimo que se llama “Schopenhauer como educador”.
Ustedes saben que Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán, siempre fue conocido como un hombre misántropo, odiaba a la humanidad, habla mal de todo el mundo: de las mujeres, de los hombres, de los alemanes, de todos.
Y lo que dice Nietzsche de Schopenhauer, que lo considera un guía, es: Schopenhauer no odiaba a la humanidad, odiaba la pereza.
Y creo que Sarmiento lo mismo.
Ahora que él viera la pereza en el indio o en el gaucho, cosa de él, pero bien la podría haber visto en su primo, en su cuñado, etcétera.
Y si veía a un indio trabajar, y si veía a un gaucho trabajar, el gaucho entraba y a otra cosa, el tema era cómo construir una Argentina con ganas de hacer, ese era el problema, quién estaba dispuesto a eso.
Y en realidad no estuvieron dispuestos no solamente los gauchos y los indios, sino la mayoría de los blancos también.
Pero ese era su tema; el ferrocarril, el telégrafo, el puerto, el progreso, una palabra que no nos gusta mucho hoy en día, aparentemente: el progreso.
El progreso, crecer, expandirse, ser más, querer, vencer.
No olvidemos cuando nosotros recordamos a pensadores, que es absolutamente falaz juzgarlos desde un púlpito con nuestros valores de hoy, hay que juzgarlos con los valores de su época, no con los de hoy, es muy fácil, es gratis, no cuesta nada y es falso.
La época de Sarmiento, es una época de evolucionismo, en todo el mundo: Hegel era evolucionista, Marx era evolucionista quería a través de la lucha llegar a un estadío perfecto, Darwin, Comte.
Sarmiento creía en esto de la evolución, del progreso.
Tenemos que medirlos con los parámetros de su época: ¿Contra qué tenía que combatir? ¿Qué era el progresismo en 1850? ¿Qué era el progresismo en 1840? ¿Hacia dónde se tendía? ¿Qué era lo que se buscaba? ¿Con qué obstáculos uno se encontraba? ¿Qué era la libertad en esa época? Es muy fácil hablar de derechos humanos, o integración de la mujer en 1850, y condenar a los que lo desconocían.
Cosa que no ocurre con Sarmiento, que introdujo a la mujer y le dio todos los derechos en los trabajos educativos especialmente.
Nosotros cuando analizamos a los grandes de atrás, tenemos que ser como se dice en ligüística: sincrónicos.
El análisis político tiene que ser sincrónico, y sólo después una transversal temporal.
Otra cosa que me interesa de Sarmiento es su afición por la biografía, por las historias personales: Facundo, Chacho, Aldao.
La biografía que para Sarmiento era muy importante, es un género que para mí hoy en día es nuclear y clave para la enseñanza.
Si yo quiero con un grupo de alumnos estudiar cualquier filósofo: Kant, Hegel, Wittgenstein, Foucault, etcétera.
Hoy en día hay que buscar a este nuevo género reinventado que se llama “biografía”, escrita por profesores de filosofía.
Cuando algún profesor —no hay muchos—, pero cuando un profesor de filosofía tiene talento narrativo y curiosidad biográfica, construye textos y libros en donde nos inicia en el pensamiento de un filósofo, a la vez que lo inscribe en su vida personal y en el contexto histórico, y es como una novela histórica por un especialista en filosofía: es la obra de Ray Monk respecto de Wittgenstein y Bertrand Russel, hay sobre Spinoza, hay sobre Hegel, etcétera.
Es fundamental, hay que olvidarse de los manuales de filosofía —y ahí estoy hablando de la biografía, pensando en Sarmiento—, los manuales sólo sirven para el profesor, y le pueden ordenar una clase: si le quedan dos horas para una clase, no tuvo tiempo, puede ir al manual.
Ver ahí Kant en cuatro páginas, le ordena todo lo que recuerda y ya sabe de Kant, puede ser pedagógicamente, didácticamente, eficaz.
Jamás para un alumno, jamás, nunca, lo envenena, porque los manuales entregan (todo tipo de manual), entregan al filósofo envasado, y uno se encuentra con que Descartes dijo “Pienso, luego existo”, que es una burrada, y todos los filósofos parecen una especie de idiotas que dicen frases e inventan cosas: “el mundo de las ideas está arriba”, y ese tipo de cosas, “el motor inmóvil”, y empiezan a estudiar estas cosas que no tienen ningún sentido.
Sentido tiene ver el texto, pero para leer el texto hay que hacer una trasposición de mundo y tiempo, que ciertas biografías nos la dan, y eso me hace acordar al intento biográfico de este género, rejuvenecido, del que usó en otra época Sarmiento.
Hablando aquí con mis anfitriones sanjuaninos nos preguntábamos: ¿Sarmiento es un intelectual? Digo: A ver, como se dice, a ver.
Yo creo que hay una diferencia entre intelectual, filósofo y pensador.
Se usan las tres cosas ¿no? Un pensador que es lo más impúdico que hay pero existe —bah, por ahí—, pensador, intelectual y filósofo.
Sarmiento no es filósofo.
Un filósofo… —vamos a dejar al filósofo—.
Un intelectual, el intelectual es una figura muy fuerte en el siglo XX, muy fuerte, que es un hombre que generalmente ha provenido de las letras y de las humanidades —mucho más que de la física y de la matemática—, generalmente de la literatura, de la filosofía, ¿no? El emblema de los años 50´, 60´, fue Jean-Paul Sartre.
El intelectual viene de un oficio literario en el sentido amplio y discute los problemas de la comunidad, de la “polis”, o sea políticos, interpela a la comunidad, viene de un oficio un novelista —Ernesto Sabato en una época en la Argentina, etcétera—, interpela a la comunidad.
Uno también puede decir Gelman, Haroldo Conti, o lo que fuere, tomaron las armas, un modo de interpelar extraño a riesgo de vida y muerte, viene de un oficio, e interpela a la comunidad.
Un intelectual, no habla de literatura solamente, habla de lo que nos concierne como colectividad, eso hace un intelectual.
Cuando lo hace Oppenheimer desde la física, cuando lo hace Barenboim desde la música, lo hace Said desde la literatura, es intelectual, interpela a la comunidad.
Un filósofo es alguien que puede hacer lo mismo pero en su reflexión remite a una tradición, y la tradición de la filosofía.
Generalmente un filósofo en algún momento va a decir Platón, va a decir Kant, también va a decir Foucault, va a decir Sartre, va a decir algo, es decir, él tiene una evocación a la tradición filosófica, no ha cortado los puentes con la tradición filosófica, mantiene una ligazón con la tradición filosófica; interpela a su comunidad, es hombre público, es hombre de la calle, pero mantiene esa tradición.
En ese sentido creo que Sarmiento es un intelectual muy especial, porque fue presidente.
No hay muchos que siendo intelectuales han tenido la responsabilidad de conducir toda una nación, y una ciudadanía.
Léopold Sédar Senghor, recuerdo en Senegal, poeta; Václav Havel en la República Checa, un intelectual, un dramaturgo, presidente durante diez años, Trotski, Lenin, intelectuales a cargo de las Repúblicas Soviéticas, no hay mucho de eso.
Estaba leyendo en el avión para llegar a acá, un libro que estaba releyendo, de un… para mí un intelectual de fuste que hay en la Argentina, realmente un hombre profundo que es Ezequiel Martínez Estrada.
Ezequiel Martínez Estrada escribió un libro sobre Sarmiento.
Siempre me pareció que se parecía un poco a Sarmiento, con la salvedad que Sarmiento era más grande, y Ezequiel Martínez Estrada en el mundo de la política era nulo, y además que Sarmiento tenía una visión prometéica: él quería algo para la Argentina, y Ezequiel Martínez Estrada renunció a querer nada para la Argentina.
La decepción de Martínez Estrada es una fuente de reflexión muy valiosa, y escribe sobre Sarmiento.
Y el ensayo que tiene Martínez Estrada sobre Sarmiento es interesante porque discute con él, discute todo el tiempo con él, y a veces no está para nada de acuerdo con él, otras veces sí.
Hay una cosa que él dice que me llamó la atención, dice que: Sarmiento es un hombre que habla en vos alta, sin duda.
Nosotros en cierto momento lo escuchamos a Sarmiento, más que leerlo.
Y es lo mismo que pasa con cierto tipo de pensadores como Nietzsche, uno a Nietzsche lo escucha.
Esto empezó un poco con Platón, que era bastante oral en sus diálogos.
Uno escucha la voz fuerte de Sarmiento.
Y dice además que Sarmiento, hoy en día cuando hablamos de Sarmiento estamos hablando de un idioma: Sarmiento es un idioma.
Por supuesto que es un texto, por supuesto que es una lengua, pero es un idioma, es el idioma sarmientino, el modo en que él habla, el modo en que construye su pensamiento, una lengua inactual, intempestiva.
La importancia de una lengua en un pensador.
Hoy el mundo de la palabra es un mundo extraño, hablando de lenguas, el mundo del twitter, es un mundo extraño, este tipo de comunicación es muy extraño.
Es mucho más extraño porque lo usan gente de mi generación, en donde lo usan por razones absolutamente baratas, demagógicas y seniles.
Las redes sociales que convocan y que pasan consignas es una cosa, cuando lo usa la gente mayor y de mi generación para poder hacer resonar sus mandatos, es otra cosa ¿no? Es decir, el asunto este de la construcción de una lengua, que es la construcción de un pensamiento.
Hoy decía en otro lugar, que en una visita que hicimos ayer a la Facultad de Filosofía y Letras, me llamó mucho la atención un afiche puesto por una agrupación estudiantil, que decía que una profesora de filosofía, del Consejo Superior había dicho en la reunión de profesores lo siguiente —como una denuncia ante, supongo, alguna movilización estudiantil—, decía: Los estudiantes tienen que estudiar y no pensar en otras cosas, dice la profesora.
Y ellos replican a renglón seguido: Porque nos consideramos sujetos transformadores de la realidad te convocamos e invitamos a la asamblea.
Yo dije acá los dos están equivocados; la profesora para empezar, que estudiar no es pensar en otras cosas, estudiar es pensar en otras cosas.
Y los estudiantes que creen que pueden ser sujetos transformadores sin estudiar.
Acá hay que hacer como una reunión, ponerlos a todos allá y pensar un poco el tema: ¿Qué es estudiar? ¿Para qué estudiar? Nadie está obligado a estudiar, hay que tener ganas de estudiar, no todo el mundo quiere estudiar, yo me pasé la vida estudiando…
Estudiar.
Yo quiero hablar de estudiar, hablarle a los docentes de lo que es estudiar, es decir: ¿Para qué existe la escuela? Para estudiar ¿Para qué existe la secundaria? Para estudiar ¿Para qué existe la universidad? Para estudiar.
No para enseñar, que se puede llamar “transmitir” o como se nos ocurra, ni para aprender, para estudiar.
¿Quiénes estudian? Todos: los docentes y los alumnos ¿Para qué uno es docente? Porque le gusta estudiar, no porque le guste enseñar, porque le gusta estudiar, parte del estudio es enseñar, es parte.
Si se enseña y no se estudia, no se enseña, se hace otra cosa, se duerme.
Si el que enseña no estudia ¿qué enseña? Y el estudiante, estudia.
Y el docente, estudia.
Eso es estudiar ¿Qué es estudiar? Es darle un uso concentrado y disciplinado a un instinto animal, del que nosotros también somos acreedores, condenado por la Biblia, que se llama “la curiosidad”, que es lo que nos echó del paraíso, eso nos echó del paraíso, se acuerdan ¿no? La curiosidad, querer saber lo que es el bien y el mal, nos echó del paraíso, es un pecado.
Hacer de ese pecado un uso disciplinado y concentrado, es lo que se llama estudiar.
Para eso se necesita ser curioso, y la curiosidad es insaciable ¿Para qué sirve? Para nada ¿Para qué sirve respirar? Y...
para vivir ¿Y la curiosidad? Si fuéramos verdaderos animales, es para sobrevivir.
El animal que no mira para todas partes, es animal muerto.
Ustedes saben que la entrada a un territorio exige del animal el uso de todos sus sentidos, por eso nunca están quietos, miren a los animales están todo el tiempo haciendo así (mueve la cabeza hacia un lado y hacia el otro).
Nosotros tenemos papás, mamás, policías, etcétera, no necesitamos andar todo el tiempo mirando, aunque últimamente parece que sí.
Eso es la curiosidad, eso es el estudio, ese es un enorme placer vital, saber, querer saber —bueno ahí nació la filosofía—, es una pasión.
Hoy en día con la tecnología, no con la chatarra que se distribuye en los colegios, sino con la tecnología en serio, el estudio es algo fabuloso.
Ya no es con tiza, aunque yo respeto la tiza y el pizarrón, pero no es con mapas colgados, hoy es con películas, con producciones, con imágenes, con sonido, y libros.
Una clase de biología hoy en día es un lujo, una clase de historia es un lujo con la tecnología hoy en día.
La Web y la Internet es una maravilla, es como el descubrimiento de Gutemberg, dio vuelta todo.
Pero qué hace distribuyendo chatarra en los colegios, sin hacer nuevos programas totalmente distintos para la secundaria, y para los últimos años al menos de la primaria.
Todo tiene que cambiar.
Para qué hacen cursos de capacitación docente hace veinte años, tirando plata por todas partes.
Para justificar asuetos.
Ahí sí hay que hacer capacitación docente.
Tenemos que hacer nuevos programas para la secundaria, y hacer del estudio algo fabuloso, porque lo es.
El docente mismo tiene que entender que es algo fabuloso, hoy en día enseñar historia con todos los materiales que hay, con todas las posibilidades que hay, y crear un ambiente de investigación y experimentación, estudiar.
¿Cómo no voy a pensar en Sarmiento cuando hablo de eso? Es él el que transmitió eso ¿Por qué se le ocurrió eso de la educación? Y cuando él habla de educación, está hablando de educación popular, como bien decía la tesis de Halperin Donghi que ustedes han conocido acá ¿no? que Sarmiento era un demócrata por la educación, Alberdi tenía otra idea más elitista: ¿Para qué todo el mundo tiene que saber? Lo primero que tiene que saber es hacer.
Y Sarmiento decía: Para hacer tienen que saber.
¿Y por qué admiraba los Estados Unidos? Porque en Estados Unidos existía algo que a él lo atraía, al loco de Domingo Faustino Sarmiento, que eran irreverentes.
Yo siempre recuerdo una lectura de hace muchísimo tiempo en sus “Viajes” cuando Sarmiento entra a un hotel y ve que los yanquis tiene las patas puestas sobre la mesa en el lobby del hotel, patas sobre la mesa, guarangos, groseros, eso jamás se vería en Londres, jamás se vería en París, eso le gustó: las patas sobre la mesa.
Y cuando piensa en educación y piensa en lectura, no está pensando en la enciclopedia británica, está pensando en que en Estados Unidos en la calle hay propaganda comercial, que necesita de seres alfabetizados, sino no entiende que hay que comprar tal medicamento, y que hay que comprar tal artículo.
La alfabetización es necesaria para una sociedad de consumo, no es un puritano, sabe que eso tiene que ver con la expansión general, cómo no voy a pensar en él.
Y cómo no voy a pensar estando aquí, en este sanjuanino —porque es sanjuanino ¿no?—, que tenía todos estos problemas con la sociedad colonial.
Nace en una sociedad colonial, se educa en una sociedad colonial, hay cosas que le gustan de la sociedad colonial, y piensa en una sociedad mundial.
Yo a veces digo: nace acá, es pobre ¿Cómo tiene esa cabeza? ¿Cómo se conecta con todo? Hay que hacerlo eso, hay que hacerlo cuando uno no nace en una metrópoli en el centro del mundo, sino a un costadito.
Pensar en la Argentina: dos millones de habitantes, un territorio que no era desierto, pero era deshabitado, pensar en algo grande es algo imposible, pensar lo imposible es Sarmiento.
Es pensar lo imposible, es una utopía Sarmiento, pero es una utopía que vale la pena —de las que abundan por ahí que vaya a saber qué son—, que vale la pena.
Entonces el problema con la sociedad colonial, es la sociedad colonial.
Una sociedad colonial tiene tres características, digamos tres recursos, al principio hablábamos de recursos: la cruz, la espada y el oro.
Eso es una sociedad colonial, para eso vinieron los conquistadores, por el oro, con la cruz y la espada.
Una ciudad colonial se construye con la espada, bajo la forma de armas y cabildos, la iglesia, la cruz, y el oro, que puede ser en la forma de cuero, la forma de carne, la forma financiera, o la forma de minas.
Entonces cuando hablamos de democracia, estamos hablando de cómo contenemos el oro, la cruz y la espada, que existen.
Existe el dinero, existe el poder político y la fuerza de represión, y existe la legitimidad que hoy en día son los medios masivos de comunicación.
Que no es solamente la iglesia, son los diarios cautivos por los medios.
Entonces no todo lo que reluce es oro.
Bien, y termino este desorden diciendo simplemente: Sarmiento tenía una idea para la Argentina que yo comparto, con entusiasmo, que es una Argentina de 180º —180º es así (hace un gesto extendiendo los brazos a los costados), esto son 180º, y no así (junta las manos en un gesto hasta casi tocarlas), es así (vuelve a extender los brazos) —, abierta, generosa, sin miedo, curiosa, y no rencorosa, defensiva, virginal, siempre acusando al violador.
Esta es otra Argentina, es una Argentina más sexual, más deseante, más abierta, más potente, más expansiva, potente en el sentido de Spinoza: con alegría de vivir.
Yo lo veo a Sarmiento y era así (extiende los brazos hacia los costados), y por eso me honra poder hablar de él, bajo su imagen, ante Ustedes que son sus co provincianos.
Gracias.