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FILOSOFÍA Y LITERATURA (Disertación leída en La Feria del Libro del Zócalo, DF, Ciudad de Méjico- 2005)
Creo que desde la segunda parte del siglo puede pensarse las relaciones entre filosofía y literatura de un modo diferente. No quiero decir con esto que enunciaré una posibilidad jamás pensada con anterioridad, sino que me sumo a algo que está ocurriendo en estado práctico y que puede dar lugar a ciertas reflexiones y generalizaciones. Me detengo en una palabra tan pobre como generalización para resaltar que no se trata de teoría, justamente no necesitamos una teoría de la literatura como pretendieron las teorías totales o los grandes relatos filosóficos hasta la década del setenta. A esta ambición de teorizar el modo de producción literario le correspondía un desprecio equivalente. Si la teoría en cuanto producción de conocimientos rigurosos remitía la literatura al rubro de las ideologías, en la que los mecanismos de reconocimiento y desconocimiento la instalaban en los espejismos de lo imaginario - un modo de la arrogancia teoricista - los literatos resaltaban la falta de vida, la seca abstracción y la vana especulación de los pensantes que cuando ven un sillón no se sientan sino que preguntan cuál es su esencia (ni siquiera su precio). Entre teoricismo y anti-intelectualismos diversos, se dirimió parte del funcionamiento de la bisagra aludida. En realidad, la filosofía y la literatura han sido géneros que se han robado sus riquezas. Hay ejemplos claros como el caso modelo de Thomas Mann quien compone su relato de ficción con personajes que trasladan la intensidad de la trama y de la intriga al enunciado y discusión de ideas filosóficas. La libido literaria sangra más por los debates argumentativos que por los cuadros que a veces no parecen más que pretextos escenográficos para que las preocupaciones filosóficas del autor, sus dudas, sus tensiones internas, se distribuyan entre personajes con sus roles correspondientes. La magia literaria hace que Narciso y Goldmundo, para recordar ahora a Hesse, tengan un cuerpo psicológico, un inmenso cuerpo hablado por ideas, que construye un híbrido extraño en el que se muestra la inmensa posibilidad del lenguaje para fabricar nuevos cuerpos con vida. Pero, diría, de las ideas. La narración de ideas es uno de los modos en que la vida de las ideas adquiere una de sus mayores potencialidades. No es que los personajes carezcan de vida, por el contrario, le basta al autor añadir algunos detalles de la apariencia corporal: - un hombre alto, de pelo enrrulado y oscuro, ojos llameantes, manos nerviosas, y una forma de hablar compulsiva que pasa del arrebato al silencio claustral (Danny Day Lewis, Gerard Philippe, los actores ingleses))- para que el lector sepa que los argumentos que se despliegan tienen un cuerpo, una cosmética, una posibilidad de interpelarlo. El género de las ideas narradas en situaciones ficticias, con personajes imaginarios para un público indiferenciado ha sido la invención de Platón. El filósofo italiano Giorgio Colli define a la filosofía de acuerdo a esta práctica platónica. Luego, la diversidad de los modos de exposición de la filosofía: el tratado, las máximas, los sistemas, las sumas, han dejado aquella práctica dialógica como un mero ejemplo de filosofìa. Pero era algo más que un ejemplo, porque se caracterizaba por lo que señalábamos de los efectos de la narración de ideas. Cuando una idea hace un solo cuerpo con su personaje, el lector se ve interpelado, no sólo con su cerebro que debe mover sus neuronas al compás de las sinapsis del autor, sino con su energía sexual. La narración de ideas de Platón a Hesse, nos permite enamorarnos de lo que se dice, invertir nuestras emociones en los desafíos intelectuales, imaginar a la razón. Este uso dialógico de la filosofìa, como el ideativo de la literatura, es uno de los puntos de cruce, o, como decía, un robo mutuo, cuyas motivaciones se deben a la leyenda. El fracaso de Platón como autor trágico, lo remitió al pobre y hartante género de la dialéctica sofística, a la rígida normativa de la retórica y a las artes de la elocuencia de una sociedad decadente, renunciando a la magia de las representaciones trágicas que aún conservaban algo del misterio religioso que creaba un clima colectivo de comunión para gloria de su autor. No es menos conocida la leyenda del deshauciado Nietzsche que fracasando como músico y filólogo y que debido a un problema de la vista vió en grado sumo disminuído su capacidad de lectura y sus afanes investigativos, lo que modificó sustancialmente su régimen, y lo que hoy se llama calidad de vida. Convertido de bibliófilo en caminante, y de lector en pensador, sus escritos se oxigenan en las medida en que su pensamiento se agita, en que sus piernas se fortalecen, y la falta de referencias eruditas se convierten en atrevimientos, audacias, imprecaciones, una subjetividad que se asume en una soledad sin tradición, en su expresión en aforismos, fábulas, poemas, canciones, alucinaciones presocráticas, visiones opiáceas en su residencia genovesa. Agreguemos a Cervantes que no pudo ser el autor de teatro que quiso y escribió el Quijote cuya disposición en episodios en los que la mímica y los gestual traducidos a palabras conforman un teatro sui generis. El Quijote como Las mil y una noches, puede ser leído día a día a un grupo de fieles oyentes. . Para que literatura y filosofía compongan un cocktail puede ser que haya que fracasar en los dos frentes para encontrarse en terreno baldío. Es así como concibo a la filosofìa, como un terreno baldío - rememorando una poética que desconozco, T.S. Elliot, - dispuesto a cualquier plantación, con rincones silvestres, con una sola condición: que florezcan ideas. “Idea” es la palabra que me define a la filosofía. Se pueden usar otras, la más conocida es concepto. Uno de mis filósofos preferidos: Gilles Deleuze, ha construído un marco teórico minucioso y complejo para mostrar el funcionamiento de las filosofìas. Para él la filosofía es un arte del pensamiento. Su modo de abordarla es estético, queda admirado por la creatividad de los grandes filósofos, una inventiva que nos da a veces la sensación que bordea la locura. No percibe a las filosofìas como teorías de la verdad, o concepciones del mundo que nos descifran el gran enigma del universo. Es un arte de composición de pensamientos que crea sus propios objetos sin por eso agotarse en ellos mismos. Por la razón que la filosofía se escribe y se piensa en un régimen poroso de signos en el que la visibilidad y la decibilidad - para usar sus propios términos - se cruzan en diferentes diagramas a lo largo de la historia. La conjunción entre lo visible y lo decible que el mismo Deleuze percibe en la práctica discursiva de Michel Foucault, es una de las vías en que podemos pensar las relaciones entre la literatura y la filosofía. Que las Meninas de Velázquez y el Quijote de Cervantes sean para Foucault condensaciones de un universo epistémico y señal de sus transformaciones, es algo más que una muestra de pericia erudita, es el interés por leer otros registros que los propuestos por el positivismo lógico, las filosofìas del lenguaje y de la historia. Fue una herencia nietzscheana el legado de pensar en el detalle, en la minucia, no hacerlo en grandes bloques, tener la perspectiva de la rana y no la del águila, describir costumbres, ahondar pasiones, dejar a un lado las armaduras del rigor total, y hacer uso de la observación. Las relaciones entre el pensamiento y la observación no han sido tan mencionadas, para no decir estudiadas, como la que relacionan y distinguen a las facultades de la razón, el entendimiento y la imaginación. Los pasajes de la percepción al entendimiento vía imaginativa, es un rubro de alta complejidad kantiana, pero no sólo en este filósofo sino en otros, las trampas de la imaginación, o su ayuda, siempre han sido instaladas para mejor resguardar al entendimiento racional. Pero la observación, la mirada que pone entre paréntesis el saber, imagen de la fenomenología, requiere otra disposición. El llamado de Husserl a las cosas y a lo vivido no nos dió más que tratados inagotables e interminables de los laberintos del lenguaje abstracto. La observación a la que me refiero se inscribe en un régimen perverso de signos, un híbrido sin función aparente, de alguna manera inútil, sin otro propósito que su ejercicio y la continuidad de su quehacer. Herencia nietzscheana es esta interpretación de la voluntad de poder. Deleuze cuando se refiere a las intrincadas operaciones por las cuales se crean los conceptos y la función que cumplen en las teorías, nos da una imagen de un organismo. A pesar de lo anorgánico de su pretendida visión, el concepto es aquello que reúne una serie de pensamientos y de derivaciones de tipo lógico, una especie de corazón y de cerebro de las filosofías que les da el ritmo de su vida y las conexiones de su filigrana. La maravillas que siente Deleuze ante las filosofìas es que funcionan, son como autómatas del espíritu, artefactos conceptuales, pero que no son autistas ni fortalezas inexpugnables, porque su pensamiento sobre el universo de los signos es el de una composición de planos y napas en el que hay captura de signos. El barroco, el clasicismo, la modernidad, resultan de una multiplicidad de series que se cruzan, son tangenciales, tienen nudos de condensación, paralelismos no necesariamente analógicos, dan lugar a disimetrías, puntos críticos e instancias de hegemonía, un sistema de relaciones en el que la captura de signos nos hace transitar registros de una red heterogénea. Signos de la literatura, íconos de los grabados, documentos de los archivos, testimonios biográficos, espacios arquitectónicos, sistema de castigos, instalaciones pedagógicas. Cuando hablo de observación me refiero a un modo de acercarse a los sistemas de pensamiento que deriva de esta práctica filosófica. Foucault y Deleuze, a los que sumo a Sartre, cuyo libro El ser y la nada, es una obra literaria-filosófica de gran belleza, enriquecen la plasticidad de la filosofìa, no así Althusser, ejemplo extraordinaro de un filósofo inconoclasta que llegó a la imagen luego de haber matado a su mujer, suceso retratado en un testimonio de gran calidad literaria, y de sus cartas a su amante italiana. La filosofìa no se detuvo en sus obras sobre Marx ante las puertas del amor y la muerte, se vistió con otros ropajes, digamos que se maquilló antes de entrar a escena como un René Descartes interpretando a Otelo. Pero las relaciones entre la literatura y la filosofía me han llegado por otros desvíos de lectura. Me refiero a la obra de historiadores, de biógrafos y de testigos. Ellos componen tres géneros de escritura en los que la observación se adosa al pensamiento, en donde la narración, el relato, y el reordenamiento que implica toda abstracción, constituyen una sola operación. El detalle seleccionado de la visión literaria, y el efecto de asombro que produce una idea, gracias al cual vemos lo que ya sabíamos - imagen platónica - o nos asomamos a un espacio ignorado que vuelve a disponer un camino transitado en un nuevo circuito - imagen del descubrimiento -, son modos de construcción de los géneros mencionados. Los ejemplos que citaré son los de Ray Monk y su biografía de Ludwig Wittgenstein, el de Primo Lévi y su testimonio en Si esto es un hombre, y el de un historiador como Paul Veyne. La biografía de Ray Monk nos permite entrar al mundo de Wittgenstein. No dirime cuestiones de alta técnica filosófica, sin embargo es una excelente introducción a su pensamiento. El relato de sus encuentros, de su vida de maestro, de los problemas con los padres de sus alumnos, su proyectos arquitectónicos, las diatribas en su apasionada amistad con Bertrand Russell, su soledad y aislamiento en la vida universitaria, y el seguimiento de las fases teóricas entre sus diferentes escritos, el cambio de problemas, los largos períodos de silencio, la disconformidad con sus propias posiciones éticas y metafìsicas, todo esto nos da el fresco de un filósofo. Se ha transformado el género, en primera instancia porque no es una biografia edificante. Monk - continúa con esta tesitura en su biografía de Bertrand Russell - no hace de su protagonista un maestro de la vida ni un mensajero moral. Apunta más a los visos trágicos de un destino que hace que un pensador no pueda escapar de la trampa de su personalidad, de su lucha interior. Pero además, más allá de que le interesa más una vida como una alteración sísmica que como una construcción ejemplar, Monk conoce la filosofìa de su personaje, y nos da una versión precisa y a grandes rasgos de sus problemas. No ha simplificado a Wittgenstein, como se hace en otras introducciones y manuales de filosofía, sino que de un modo impresionista, con pinceladas gruesas elige ciertas figuras que nos sirven para entrar a su universo.. No es una suma de anécdotas, sino una historia en que vida y obra se unen en una aventura existencial. La obra de Paul Veyne es la de un erudito de la antigüedad clásica y de Roma en particular. La singularidad de Veyne es que junto a sus descripciones de aquel otro mundo nos introduce en sus problemas mediante toques comparativos que toman en cuenta al lector contemporáneo, a la construcción de nuestro encuadre perceptivo, para que podamos ver lo ajeno como ajeno y, sin embargo, que se nos haga comprensible. Desde el circo romano a la función de los esclavos, intenta desbaratar nuestros prejuicios disolviendo las imágenes morales que nos hacen entender la historia con lentes que dividen axiológicamente los acontecimientos en progreso y atraso, violencia y orden, presupuestos rígidos y no cuestionados de lo que concebimos como poder, amor, amistad, etc. La multiplicidad diversa de la historia humana Veyne la construye haciendo un trabajo sobre las palabras y sus significados coherente con la visión nominalista que tiene de la historia. No es relativista, no tiene una moral de la equivalencia de los valores a lo largo del tiempo, lo que sí intenta mostranos es como otros absolutos, otras formas de vida y lenguaje que ordenaban el mundo de acuerdo a categorías epistémicas, psicológicas, jurídicas y religiosas, nos son extrañas porque pertenecen a otro mundo, y, a pesar de eso, comprensibles si adquierimos la suficiente pasticidad respecto de nuestros propios valores. El libro sobre la Historia de la vida privada en la antigüedad, cuya autoría comparte con el historiador Peter Brown es ejemplar. La descripción de la vida cotidiana, el mundo de los afectos, la relación de la simbología religiosa con las imágenes corporales, las tabernas y los juegos de azar, los vericuetos de la administración imperial, nos sitúan en un universo novelesco sin la necesidad de proponer situaciones de ficción. La ficción está dada por la forma, por el estilo narrativo, por el detalle de lo observable, por la vida de las colectividades, y por el retrato de las pasiones humanas en el marco de la sociedad. Coloca al lector en una situación extraña y deliciosa, consigue el entretenimiento que le depara el ensueño novelesco al mismo tiempo que recibe datos documentales sobre una forma de vida que efectivamente existió. Es como si retrocediera en el tiempo en un viaje con retorno y las pruebas a la mano de su excursión. No necesita de los recursos del melodrama ni de la fantasía personal de un autor. El historiador es un guía como Virgilio, nos hace visitar un mundo. La fuerza del documento ficcionalizado por la construcción argumental de un escritor que no pretende ser artista, sino observador o testigo, tiene en Primo Levi a un escritor especial. En su libro Si esto es un hombre, nos ha entregado un testimonio de la vida en un campo de exterminio que nos deja pasmados por su normalidad. Su estilo literario de una concisión extrema, de un hombre que ha sobrevivido una situación de humillación, que lo ha sacudido para siempre y que lo ha hecho llegar no sólo al fondo del infierno que pueden construir los seres humanos, sino a trasmitirnos lo que ha visto de las reacciones morales que se desencadenan en situaciones límites, no la conducta de los verdugos, de su crueldad sin límites, sino de las vacilaciones de las víctimas, de los momentos de rendición, del mundo de la extrema necesidad a que lleva la política del terror, con sus testimonios, Levi ha suscitado una serie de efectos en el campo del saber. Hay heridas que no las cura la ciencia, hay situaciones no aptas para sabios, existen momentos en los que el juicio se suspende. Levi no condena a los genocidas, tiene demasiada dignidad para siquiera tomarse ese trabajo, le interesa más lo que le sucedió a él y a sus hermanos. Su obra ha llevado el testimonio a una densidad filosófica que tiene pocos antecedentes. Quisiera referirme a esta palabra “ densidad filosófica”. Encuentro en la literatura momentos de alta densidad filosófica. No necesariamente en la totalidad de la obra de un autor, se puede dar en ciertos libros y en otros no. ¿Cómo categorizar una obra inconclusa como El Libro del Desasosiego de Fernando Pessoa? Este diario de un autor inexistente, un heterónimo, que medita sus propios pensamientos. ¿ Qué tipo de novela es Sin Destino de Imre Kertesz, este racconto de la detención de un muchacho de 14 años que es enviado a un campo de exterminio? ¿Qué sucede cuando la distancia entre la historia de ficción y el autor es tan delgada, tan fina? De todos modos, al igual que en Levi, lo que desconcierta es la lejanía, la distancia, la objetividad, de una historia cuyas imágenes se acercan a una pornografía de la muerte. ¿Puedo decir que Thomas Bernhard en El Sobrino de Wittgenstein o en El malogrado, haya escrito una novela? ¿ Qué tipo de novela es ése en que la prosa es el borbotón incontenible de un único pensamiento? ¿Acaso diríamos que el escrito de Borges El Quijote de Pierre Menard es un cuento?, ¿ o que es un ensayo? Este intento confesado de componer anacronismos con atribuciones falsas que remite a un tercero cuando no es más que su propio invento, ¿ a qué género pertenece? ¿ O los diarios de Gombrowicz? ¿ Cómo calificara un epistolario como el de Gombrowicz y Schulz, el de Hannah Arendt y Mary Mc Carthy o aquella bomba de tiempo que fueron las cartas entre Antonin Artaud y Jacques Riviére? La filosofía no es un género con una máscara mortuoria de identidad. No es Aristóteles o la nada. Foucault con su habilidad para despejar sustancias y abrir casilleros, decía que él no hacía ni filosofìa ni historia, sino intervenciones filosóficas en la historia. Quizás así sea el modo en que la filosofía irrumpa hoy en el panorama cultural, ya no como teoría ni sistema, ni remisión sempiterna a los problemas eternos e inconclusos de la verdad y el bien, la filosofìa aunque siempre interesante es un producto saturado. No por eso deja de brillar en los ensayos de nuevos actores de la vieja disciplina, pero muchas veces son larguísimas cadenas de argumentaciones pedantes que no se atreven a nombrar el bicho que los habita. “Di tu palabra y rómpete” decía Nietzsche, a Sócrates le decían el tábano. Intervención es rapidez, paso fugaz por un territorio, habilidad por encontrar la salida, estar despierto. Cuando un texto tiene densidad filosófica, hay una huella que señala que ha pasado una estrella fugaz llamada filosofía. |