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Yo los voy a defraudar
Voy a comenzar este fragmento con un rezo: Dios nos salve y guarde de la filosofía que se ha ocupado por décadas de la relación entre la mente y el cerebro. Rey de de todos los santos, no permitas que nos envenenen la vida como lo hicieron durante dos mil años con la lucha armada entre el alma y el cuerpo. Tú que todo lo ves y todo lo sabes, ayúdame a sobrellevar este tránsito doloroso y que la maldita diatriba no se lleve lo mejor de mí o al menos lo que me quede una vez que caníbales como Ryle, Searle, Quine, Davidson, usen mi cabeza disecada de cazuela humeante para deglutir mis pálidos sesos. Amen
Debe haber alguna razón por la que los filósofos llamados analíticos le den tanta importancia a esta cuestión. Dicen que el asunto comienza con Descartes que por mis lecturas jamás dijo “mente” ya que la palabra que tenía era “esprit” y en francés la mente en realidad no tiene nombre.
Bien dicho “esprit” que no es “âme”, ya que el alma vuela y la mente con el nombre de espíritu es sedentaria y tiene un lugar, para qué decirlo: el cerebro.
¿En dónde está el alma? Muchas veces se lo pregunto a mis alumnos ya que es un tema que me deleita. De acuerdo a una reminiscencia que tengo del Fedro de Platón, Sócrates que era un amante de la belleza, pensaba que un joven hermoso también era acreedor de un alma bella si no la corrompía un sofista pedófilo.
El alma que se libera al morir el cuerpo, aún en vida de éste muestra una señal de su existencia en la zona de los omóplatos. En la espalda del fantástico muchachito, debajo de los hombros, aparece un vello, una rala pelambre por lo general dorada, no negra, que anuncia el vuelo de las alas, el pneuma eterno.
La mente no vuela, está en el cerebro. No está ni en la espalda ni tiene pelos ni plumas. No tiene nada. ¿En qué lugar del cerebro? Ni idea, que hablen los neurólogos o los filósofos que aman la neurología. A mí ni me va ni me viene que cada vez que tengo una idea una neurona haga chuic con otra neurona o que cada vez que me olvido de algo la sinapsis sea más lenta. No pienso en mi estómago al tragar ni en mis bolsitas al... ni en el hígado con Jack Daniels. La hipocondría no me ha derrotado del todo.
La neurología me vale tanto como la astronomía. Entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande estamos nosotros, los finitos pero rendidores.
La mente es un espacio en donde habitan ideas. Así pensaban los cartesianos del siglo XVII. René Descartes ubicaba en la glándula pineal el lugar en donde el alma y el cuerpo se encuentran. Una especie de esquina para dos enamorados – la psiqué y el soma - bajo el farol divino. Una glándula, imagino algo muy pequeño, como una mollejita, un trozo de chinchulín de cordero metido en la garganta, unas microamígdalas. Pero es parte de mi fantasmagoría anatómica, la pineal debe estar en el cerebelo que jamás supe qué es ni para qué sirve. Es como la llave de luz, un milagro que permite que todo se ilumine con un click.
Las ideas habitan la mente sin ocupar espacio. Lindo problema para la especulación filosófica. ¿Cuántos tomos podemos escribir sobre este problema? ¿Trescientos? ¿Cuántas tesis de doctorado? ¿Seis mil? Ustedes, estimados lectores, pretenderán que yo haya digerido estos bodoques sobre este tema tan urticante? Lo lamento, aunque, por favor, léanme, yo los voy a defraudar.
Si quieren un versado que hable de ésto con sentido de responsabilidad científica (SRC) lean un libro de esos de tapas duras de Bunge el canadiense. Acá nos nefrega el asunto ya que segregar ideas o pensar se piensa con los piés, el pito, los ojos, el seso también, y con la mirada ajena. En fin, algo así es lo que nos quiere decir Rorty luego de haberse sumergido años en este puchero de erudición sin sal.
Si las ideas no ocupan espacios aunque habiten la mente, ¿qué es entonces la mente habitada por nada? ¿Otra Nada? Si no hay cuerpo no hay mente. La mente no sobrevive al cuerpo, no es como el alma. Ante este problema, el genio de Descartes juntó el alma con la mente gracias a las ideas innatas.
No es la primera vez que la censura estimula la imaginación y obliga a la creación de conceptos como el recién nombrado que los académicos interpretarán con lupilla. Sin ideas innatas, los jesuitas, los papas, los hugonotes, los ladronzuelos y la picaresca asesina, le habrían prendido fuego. Gracias a estas ideas que nos puso Dios en la mente, Cartesius pudo al menos morir de frío en los salones de Cristina la de Suecia.
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Historia de dos conejos
Rorty imagina un escenario de ciencia ficción. En su libro La filosofía como espejo de la naturaleza cuenta la llegada a un planeta lejano habitado por lo que llama “antípodas” de un contingente de terráqueos divididos en dos grupos: los semánticos y los epistemólogos.
Los antípodas son nominalistas extremos y miembros de una civilización que llama a las cosas por su nombre, desconoce las metáforas y nada sabe de generalizaciones. Al desconocer la diferencia entre un escenario interno y otro externo, les es imposible, por ejemplo, tener sensaciones. No es que no las tengan, sino que no son sensaciones sino dolores y placeres puntuales que no se agrupan en un rubro conceptual. Les duele la muela pero desconocen tener una sensación de dolor.
Aquello que sienten punzante y constante es una inflamación y una irritación terrible que no los deja dormir, pero ignoran que lo que sienten sea una sensación.
La existencia de los antípodas ilustra una deseo de la ciencia y de la filosofía realista que es la de construir una lengua que evite las insensateces y las arbitrariedades del lenguaje humano. La poesía, género que hoy ya sólo se copia a sí mismo – igual que la filosofía - , a lo largo de la historia de la expresión literaria ha colmado la capacidad de hacer trampas con la lengua. Pero reside en la misma base del habla ordinaria el hecho de decir cualquier cosa y engañarse a sí mismo que sólo puede depurarse por la acción de especialistas que intentan diseñar una lengua igual a la que los antípodas emplean naturalmente.
Aunque este deseo parezca desmedido, en realidad está siendo satisfecho de un modo apenas perceptible, casi sin darnos cuenta, por la construcción gradual de una lengua pura y libre de malentendidos. En mi caso personal que no es más que uno de los tantos que ya son masa, hace rato que he dejado de comer bananas para ingerir potasio.
El mundo de la dietología es una avanzada técnica del positivismo lógico. Los nutricionistas asociados a la necesidad de work out conducido por los gerentes de los body systems han transformado la subjetividad promedio y son vanguardia en las nuevas tecnologías.
El canal que separa a la mente del cerebro se estrecha y puede llegar a superponerse. Una vez hechos una única y la misma entidad, la neuroquímica se hará cargo de la ciencias sociales y desplegará un nuevo alfabeto con el cual un vocabulario al estilo de los antípodas será posible.
Mente y cerebro se harán uno y un contacto directo entre los procesos neuroquímicos y una lengua - como decía Roland Barthes – algorítmica, evitará que la gente delire. El viejo sueño de una lengua especular o de un lenguaje pictórico se hace realidad a costa no sólo de la consciencia que duplica y deforma la realidad sino de las lenguas naturales cuya opacidad extravía.
Los semánticos y los epistemólogos de Rorty no entienden a los antípodas y éstos tampoco a los visitantes. Les falta un intérprete o algún traductor que medie entre estas dos cosmovisiones. Podría ser el profesor Quine quien se ha especializado en el estudio filosófico del extrañamiento de lenguas y que se ha hecho famoso al crear el ejemplo de un aborigen que al ver un conejo dice “gavagai” creando un misterio insondable para el filósofo que duda en creer si el morocho piensa conejo o tengo hambre o qué rápido es o linda piel para unos guantes. En suma, reflexiones de lo que en los congresos de filosofía se llama holismo semantico.
Ser puro cerebro. Nos recuerda a los argentinos que cuando admirábamos a una persona por su inteligencia solíamos decir “ es un cráneo”.
Una vez logrado el deseo de cranealizar todo, queda para culminar la gran obra del ajuste de cuentas con la verdad, el cerrar las barreras que aún dividen el cerebro del mundo exterior a él. El realismo absoluto no soporta los casilleros estancos y necesitan toboganes de continuidad que permitan una percepción y una comprensión sin roces. Lo que se dice pensar en el vacío, imagen zen para uso de positivistas.
Tal como lo señala el filósofo John R. Searle en su libro Mente, lenguaje y sociedad: “ considero que la afirmación básica del realismo externo – que existe un mundo real que es total y absolutamente independiente de todas nuestras representaciones, pensamientos, sentimientos, opiniones, lenguaje, discurso, textos, etc,- es tan obvia, una condición tan esencial de la racionalidad e incluso de la inteligibilidad, que me siento avergonzado de plantear la cuestión”.
El filósofo no hace más que resumir la distancia entre el misterio del gavagai del aborigen y la transparencia semántica de Roger Rabbit.
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Hacia la sofística
La filosofía trascendental de Kant inquiere acerca de las condiciones de posibilidad de la experiencia. Rorty sostiene que es necesario cambiar el punto de partida del filósofo alemán. Uno de los modos en que se produjo este cambio durante el siglo XIX fue pasar de las condiciones de posibilidad, del ¿ cómo es posible? al ¿cómo funciona?
A partir de esta reformulación el kantismo tuvo una veta de tipo científico en el que el interés por el funcionamiento del sujeto kantiano fue administrado por disciplinas como la fisiología y la psicología. La consciencia temporal interna y la vivencia del espacio podían pensarse desde la inmanencia diagramada por leyes de funcionamiento sin necesidad de aplicar los universales categoriales del Sujeto Trascendental.
Los pragmatistas para salir de la filosofía del espejo de la naturaleza que los encerraba en la interioridad psicologista y un mundo siempre en frente y más allá, encontraron en la biología una disciplina científica que les permitió abrir los espacios y salir del binarismo del adentro y del afuera. No sólo fue Darwin el impulsor de la nueva tendencia sino la perspectiva biológica como tal en el que el mundo de la vida, en especial la vida y la evolución de los animales, se explica sin acudir a los esquemas de la consciencia. Desde esta perspectiva lo que importan son las conductas, y el comportamiento se diagrama entre la acción del medio y el arsenal instintivo de las especies. Esta interacción entre los individuos entre sí y con el medio ambiente, ofrece un primer modelo para pensar una alternativa al tipo de relación cartesiana por la que el hombre depura su consciencia para estar bien preparado para interpretar un mundo que lo espera con su verdad ya cifrada: la naturaleza escrita en lenguaje matemático.
Cambiar la percepción acerca del sujeto filosófico exigió una aproximación a lo social, a los modos de organización que estructuran la conducta de los hombres, a la interacción con el medio y con los semejantes. Estudiar la conducta implica el análisis de los procedimientos que determinan los modos del ser y del hacer.
El pragmatismo antes de su ingreso al giro linguístico fue biológico y si bien algunos incursionaron a, la semántica y a la pragmática de los juegos del lenguaje ordinario, otros viraron hacia la psicología social como George H. Mead además de William James y Dewey.
Vimos como Rorty en su historia de las antípodas presenta a un pelotón de terráqueos compuestos por semánticos y epistemólogos. Los primeros no entienden como los extraterrestres pueden comunicarse entre sí sin nociones de significación. Desconocen el “ entender”, “sentir”, “percibir”, esos extraños personajes actuan y se expresan sin enmarcarlos en una tabla de categorías ni teniendo consciencia del funcionamiento de sus facultades.
Los epistemólogos podrían sentirse más satisfechos ya que en apariencia el vocabulario que emplean es de un hiperrealismo sin interioridad que traslada un muestrario de fórmulas a la descripción de lo vivencial. Sin embargo, este aparente progreso para la construcción de una lengua pictórica pierde sentido si los que la emplean no encuadran su actividad espontánea en valores de verdad. Si no tienen una noción de lo que es verdadero o falso, sino se guían por una tabla de verdad, el lenguaje en espejo tan sólo practicado es como una fe sin dios.
Si no hay significado ni verdad que modele las conductas y mida la pertinencia de las palabras, la torre de Babel está cerca. Este peligro es un peligro viejo, tan viejo como la misma filosofía. Rorty también lo reconoce cuando dice que no hemos avanzado mucho desde la época de los sofistas. Es claro que si hace dos mil quinientos años en Atenas, nace un género literario que aún se llama filosofía y que es un mutación civilizatoria y una experiencia cultural inédita, se debe a esta polémica socrática entre quienes conciben al discurso como un arma de guerra y los que lo hacen como un camino hacia la verdad.
La crítica de Rorty al platonismo, el concebirlo como modelo de todas las epistemologías realistas, podría acercarlo por su natural inclinación histórica y limitación de alternativas, a la sofística. Su idea de conversación aplicada al análisis de los discursos, la afirmación de que es en la comunidad y según sus valores en donde se aceptan o se rechazan los criterios de verdad, el hacer de la contingencia el rasgo definitorio de las posiciones de verdad y de la creencia y la justificación el valor de lo que se dice, lo hace un sofista. Con todas las incomodidades que esta palabra provoca pese a los desmentidos de los historiadores de la antigüedad.
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