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CONTRA EL TERROR. (la Caja nro 9) - Septiembre/Octubre 1994 Imagino que los oyentes de una radio masiva se diferencian de los lectores de una revista de minorías. 1) No somos todos judíos, evidentemente. Ni en la solidaridad ni en la realidad. Algunos lo somos, y la amenaza de muerte nos tuvo por destinatarios, pero no como únicas víctimas. Es muy difícil en la Argentina apuntar a una masa de judíos sin que caigan no judíos. Nuestras veredas están mezcladas, nuestros edificios también, las escuelas, las plazas, los transportes, los cines, los barrios, el país. Por eso los europeos nada pueden enseñarnos en términos de integración ni de democracia. Nací en Rumania, un país en el que se mataron 750.000 judíos durante la segunda guerra mundial. La Transilvania fue un río de sangre y sólo porque mi familia vivía en el oeste fue posible conservar la vida aunque no la separación y la discriminación, la humillación (1). El hecho de ser ciudadano argentino no es un accidente histórico sino la consecuencia de un país cuya actitud histórica es la de recibir a las corrientes migratorias de aquellos que buscaban tierra nueva, y la consecuencia de la promesa constitucional de proteger con todos los derechos legales a todas las comunidades que ingresaran a nuestro territorio. Exigencia de obligaciones a cualquier ciudadano nativo o llegado y protección de sus derechos. El holocausto no fue argentino sino alemán y europeo, el racismo es hijo del positivismo convertido en Razón de Estado y de una ideología que podía florecer en una Europa decadente ya saturada de odios entre pueblos. Se pudo juntar todos los odios, el de los alemanes por los franceses, el de los franceses por los ingleses, el odio de los ingleses por los continentes y los colonizados, el odio de los polacos por los rusos, el de los alemanes por los polacos, el de los checos por los eslovacos, el de los austríacos por los serbios, el de los serbios por los bosnios, el de los húngaros por los rumanos, el de los suizos por los italianos, el de los itatianos del norte por los del sur, el de los castellanos por los vascos, el de los catalanes… se sumaron los odios y el odio al judío permitió a muchos la concentración criminal. Los judíos no vinieron a nuestras tierras a hacerse la América sino a deshacerse de Europa, por eso los de allá poco pueden enseñarnos a los de acá. Por acá no hay barrio griego, barrio chino, turco, tunecino, negro, judío. No por eso vivimos como santos ni puros; nuestras ciudades se zonifican con la discriminación económica, las villas miseria también son América, como decía nuestro editorialista Bernardo Verbitzky. Pero el programa cultural de nuestro país fue la mezcla de poblaciones distintas de una misma tierra, la convivencia de los maltratados del viejo mundo, refugiados empobrecidos, desilusionados, exiliados, derrotados. Argentina recibió a judíos y a nazis, a republicanos españoles y a miembros de la gestapo croata. Podemos criticar esta recepción globalizante, es materia opinable, discutible, pero es la realidad aunque les duela a los nostálgicos de la Gran Pampa, la Pampa de la pureza con cincuenta vacas, treinta caballos cimarrones y doscientas comadrejas por habitante puro.
2) El Estado de Israel fue creado en 1948. Su creación fue una necesidad histórica y política de la población sobreviviente en la Europa de 1944. Los judíos aún vivos tenían pocas energías para perdurar en su humanidad, el terror animaliza, y no sólo al torturador. Por suerte hubo judíos que aún tenían voluntad par luchar por el único objetivo posible, un país para los judíos gobernado por judíos. Dos mil años de masacres, progroms, persecuciones, humillaciones, ser los asesinos de Dios, los hombres de la bolsa, los usureros de la historia, los pestilentes de la Europa cristiana, los cobayos de los campos de exterminio, y los llorones de la queja, no ofrecieron otra alternativa que la creación de un Estado soberano. Los judíos somos pocos en el mundo, hay pocas comunidades que se reconocen en un pasado religioso y cultural tan lejano y que sumen tan poco. De los doce millones que había en el mundo en 1940, se mató a seis millones. Desde recién nacidos hasta viejos por partir. Genocidio es exterminación de una población que se considera emparentada por lazos biológicos, que en este caso son históricos más que sanguíneos. Porque la dispersión de los judíos en el mundo hace que sean judíos todos los que lo dicen pero no todos los que efectivamente lo son. La herencia, las conversiones, los mestizajes ignorados, los apellidos amoldados, engordan las cifras. Los nazis lo sabían cuando averiguaban hasta la séptima generación para rastrear orígenes y filiaciones secretas. En el año 1945 seis millones de judíos no tenían lugar. En realidad, la guerra mostraba que nunca lo habían tenido. Se dice con fines de odio que los judíos tienen talento para el comercio y afición por la cultura, que o quieren todo, ciencia y dinero. Y así es, tienen razón. Durante siglos los judíos no tuvieron otro país que el LIBRO, la TORA. La Biblia, el rabino y la sinagoga fueron la tierra de los judíos y la identidad heredada. El desarraigo por exclusión y el desarrollo de la memoria y la lectura como salvación explica esta feliz alianza. Ni otra tierra ni otra identidad les fue ofrecida. Cuando termina la segunda guerra mundial los judíos no tienen geografía pero sí historia, y la historia se llama Israel. En Palestina vivían palestinos bajo el yugo de los ingleses. Ni los palestinos ni los ingleses querían que los judíos fueran allí. Por eso lucharon contra ambos. Fue la Unión Soviética, la patria del socialismo, la que había derrotado a los nazis, la que desniveló la balanza e hizo que las Naciones Unidas sellaran la creación del Estado de Israel; la Unión Soviética y no el Imperialismo Norteamericano. ¿Existía otra posibilidad? La creación de ese Estado es hija del holocausto, ¿había alternativa? Imagino una posibilidad más justa quizá, la imaginé varias veces. Lo justo hubiera sido que el Estado de Israel se creara en una amplia zona de Alemania que abarcara la mitad de su territorio. En el país en que se había perpetrado el crimen debía instalarse el territorio definitivo de los judíos bajo la protección de las potencias aliadas. Esto hubiera sido justo pero loco, justo y por nadie aceptado. Pero los judíos más que la loca justicia tenían a la historia para sobrevivir como pueblo, en caso contrario debían correr un nuevo riesgo, imposible de hacerlo después de Auschwitz. ¿Qué Estado del mundo podía ser garantía para que los judíos vivieran un futuro en paz? En Alemania los judíos se habían asimilado a la cultura predominante, en Austria también. Los judíos disfrutaban de ser ciudadanos del mundo y de vivir los ideales de la Ilustración. Pregonaron la universalidad, filosofaron sobre la libertad y se consideraron a sí mismos miembros integrantes de las comunidades nacionales. Miremos el mapa de la editorial, hagamos la resta, y veamos el resultado de estas esperanzas seculares. Los judíos sobrevivientes eran seres rodeados de espectros, no confiaban en la dádiva o en la seguridad de alguna potencia complaciente. Los aliados tenían demasiados problemas, el Japón, Stalin, la instalación de los nuevos gobiernos, la pelea por la administración de los estados liberados. Los judíos estorbaban en la medida en que no esperaran la resolución adecuada de su problema. ¿Pero cuál era? Los soviéticos prometieron el fin del antisemitismo y la instauración de gobiernos populares con el protagonismo en la dirigencia de intelectuales y políticos judíos. Duró poco, muy poco. Los usaron como vidriera hasta que las fuerzas fascistas se recompusieron y cambiaron el uniforme del eje por el del comisario del pueblo. En Rumania el grupo nazi Guardia de Hierro masacró una noche de 1941 a 1500 judíos colgándolos de guinches de carnicero. Y esto sucedió en un país en el que, como Rumania, no había masacres bajo el gobierno de Antonescu. Con la liberación, más de uno de ellos se adaptó al nuevo vocabulario. La burocracia intermedia es el sostén de la tiranía, no cambia de color, siempre es negro. Quiero decir que el problema de los judíos al final de la guerra no eran los nazis sino la falta de garantías por motivos históricos y políticos. El Estado de Israel es una seguridad para los judíos, incluso para los de origen argentino, porque los judíos somos, inevitablemente, hijos del holocausto. Esa es la marca de la historia, no solamente de los judíos de mi generación, sino la de todos los judíos vivos y de los que vendrán. El holocausto, la exterminación de los judíos, es una herida histórica imborrable, Israel es el nombre de esa herida.
3) Esto no hace de un judío un sionista. El sionismo es una ideología histórico-política de liberación de los judíos. La solución que pregona es la vida de los judíos en Israel. Para los judíos, muchos de ellos, seguimos marcados por los nombres de la historia. Me doy como ejemplo. Nacido en Rumania, lengua materna el húngaro, padres rumanos, de ascendencia eslava mi madre, germana mi padre. Judío de religión. Con una mezcla de elementos étnicos que se manifiestan en el lapso de dos generaciones en rasgos eslavos, germanos, árabes y tártaros. Formado profesionalmente en Francia, en donde mis maestros me enseñaron la filosofía del rizoma y de la multiplicidad, decidí por la ciudadanía argentina por identificación, que aún mantengo. Sostengo el derecho al rompecabezas identitario. La mezcla es la única pureza, el mestizaje la mayor belleza y las raíces una cuestión de vocación y no de nación. Soy judío y sudamericano por ser doblemente nómade, proveniente de la diáspora habito tierra de gente de difícil arraigo. Gente que perdió las tierras por la conquista, migrantes americanos que entran y salen por las fronteras, argentinos por generaciones con dos pasaportes en el bolsillo, esperanzas mundiales y geografías movedizas en las cabezas juveniles. Los judíos no somos los únicos seres inestables de este mundo. ¡Que los judíos se vayan a Israel si tanto les importa el holocausto y otras nueces! Que los zurdos se vayan a Cuba, los armenios a Armenia, los turcos a Turquía, y que queden los auténticos y verdaderos argentinos. El verbo de los nacionalistas de saco cruzado es viejo, hacen patria persiguiendo gente impura. Muéstrenme un judío honrado dice Seineldín, hagan callar al judío piojoso dice el delfín del gobernador de Buenos Aires, a masacrar a los perfiles de tucán propone Martínez Zuviría que honra con su nombre la sala de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional… Es necesario que la gente y los periodistas se enteren que israelí e israelita no es lo mismo. Israelí es el que nación en Israel, el sabra, nativo de Israel. Israelita es el argentino, polaco, paraguayo, de religión judía. Israelita es el judío de cualquier nacionalidad, e israelí es el musulmán, católico o judío que nace en Israel. A muchos les gusta esta confusión por eso de que finalmente los judíos no tienen patria. Dicen que por los problemas mencionados los judíos tienen doble lealtad. Debe ser por eso que el gobierno se ocupa de las masacres, como la de la Embajada de Israel, por la mitad. Cuestión aritmética, a un doble se le da la mitad. Que mandan plata a Israel. Puede ser, algunos. Es legal, en realidad no es a Israel sino a algunas instituciones, universidades, fondos para inmigrantes recién llegados. Algunos lo hacen, como algunos armenios para Armenia, libaneses para el Líbano, griegos a Grecia, emigrantes de todo el mundo para familiares en sus países de origen, y nativísimos argentinos de nuestras pampas que giran sus capitales a todos los bancos del orbe o los convierten en accesorios en los negocios de Miami. Los circuitos financieros despedazan las lealtades si es que alguien las tiene de este modo.
4) Existe un antisemitismo normal como hay antisemitas normales. Forma parte del fondo cultural de muchas comunidades. No es un asunto de ignorancia, creo que es ingenuo pensar que la gente que habla mal de los judíos lo hace sólo por ignorancia. Los hombres no son robots que funcionan a ciencia pura. Las leyendas, los mitos, las novelas familiares, los odios sublimados, los sadismos constitutivos, y dos mil años de historia no se barren con la luz racional. Porque, además, esta luz, se usó para usar tecnologías de punta para asesinar a los pueblos. El antisemitismo existe y existirá. No por eso hay que dejar de hablar, insistir y luchar contra el peligro antisemita, pero son muchos los que piden argumentos y una vez que los tienen no sólo no rebajan su odio sino que lo aumentan, esta vez por resentimiento. Es posible mostrar y demostrar que los judíos no son los asesinos de Dios. No recomiendo a nadie pertenecer a una raza criminal. Porque así nos vieron y nos ven millones de cristianos. Son los mismos eruditos católicos los que hace tiempo nos han redimido. Entre los mismos cristianos no se ponen de acuerdo sobre si Jesús es un personaje histórico y revolucionario al estilo del Che, o una chispa divina encarnada en el vientre de una doncella. El Cardenal Primado de Francia, Jean Danielou, máximo historiador de los orígenes del cristianismo, estudió, escribió y transmitió, como tantos otros, las consecuencias históricas del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto. Los judíos bajo el Imperio Romano distaban de ser un pueblo unido. Las sectas más importantes eran las de los esenios, los zelotas, los saduceos y los fariseos; Juan el Bautista lideraba el retiro esenio llamado “El Desierto” en el que se practicaban los rituales que más tarde difundirían los cristianos. Allí fue Jesús, junto a los esenios, fue al “Desierto” a meditar en soledad. Los zelotas eran los guerrilleros de la época, intransigentes frente al Imperio, a los que pertenecía Barrabás, hombre popular. Los fariseos, la capa oficial del rabinato, el sanhedrin, componían armonías con el poder ocupante, y posiblemente no hayan defendido ni a Jesús ni a Barrabás. En la muerte de Jesús no solamente intervino el Poder Romano sino, en todo caso, una de las fracciones de un pueblo dividido en sus formas de vida y en su actitud frente al ocupante. Jesús, miembro de una de estas sectas judías, enunció un nuevo mensaje, que algunos judíos escucharon y otros no. Así es la historia de los judíos cuando vivían en Judea hasta que el emperador Tito los invadió, masacró y dispersó por el mundo hasta 1948. También se puede explicar que los judíos no son usureros ni comen bebes cristianos los días de Pascua. Es posible demostrar científicamente que desde el alto medioevo los judíos tienen prohibida la posesión de tierras, que sólo podían dedicarse al intercambio de bienes y al tacto de cuerpos porque los cristianos tenían prohibido tocar la carne por ser hija del pecado. La medicina y el comercio fueron las profesiones permitidas a las que los judíos dedicaron sus energías. Los historiadores de las más altas academias ya han mostrado que los judíos perdieron desde el siglo XIII la carrera del préstamo a interés por la proliferación de usureros cristianos. Hubo que esperar a que los judíos de Israel hicieran del desierto un jardín para mostrar al mundo que sabían qué hacer con sus manos, o que eran combatientes y no medrosos plañideros desde que guerrearon con los árabes. La bomba en la AMIA también debe haber sorprendido a más de uno porque muchas víctimas estaban ese día en la bolsa de trabajo de la institución buscando empleo para su sustento. Descubrieron que no todos los judíos son ricos. Pero la historia y las lucideces bien fundadas son frágiles contra el odio. Por el contrario, estas argumentaciones formarán parte de otra acusación: la soberbia intelectual de la judería. ¡Quién se cree que es este judío piojoso que viene a darme lecciones de historia! Hay antisemitas normales que dicen que los judíos usufructúan el holocausto, que se hacen los perseguidos, que lloran mientras aprietan los bolsillos las moneditas, que dicen que los mejores pediatras son judíos, hasta los dentistas judíos son buenos, dicen tantas cosas en tantos lugares, en los taxis, en los kioskos, en la calle, en mi casa, algunos amigos. Y me dan vergüenza ajena porque no es odio lo que siento, sino pudor, me gustaría enterrar al prójimo por amor, para evitar que el Señor lo escuche decir sandeces, de esas por las que les pedirá cuenta en el juicio final. A veces no le doy más importancia que lo que la gente dice de los gallegos, de los tanos, de los gitanos, de los bolitas, y de otras minorías caricaturizadas por la sorna popular. La caricatura siempre dice alguna verdad, y en cuanto a los judíos, están acostumbrados a reírse de chistes judíos como los gallegos de lo propio. Esto sucede cuando nos reímos juntos. Pero las frasesitas antisemitas me dan vergüenza porque los portavoces lo dicen con tanta inocencia que es conmovedora, por eso los llamo normales, porque son tantos como los yuyos. Son tantos y tontos, lo que no los hace tan inofensivos. La tontería o la imbecilidad es la infraestructura del fanatismo. Pero el antisemita normal no es igual al militante, que nada tiene de candoroso. Hay que inmovilizarlo para evitar que ataque, y cuanto antes mejor.
5) Fundamentalismo es una palabra que adjetiva, es un adjetivo. Hay fundamentalistas israelíes, iraníes, fundamentalistas democráticos. ¿Fundamentalistas democráticos? Sí, son los que llevan a cabo la cruzada occidental que quiere el bien de la humanidad que vive en el mal. Por eso son hartantes e injustos las cosas que se dicen sobre el fundamentalismo islámico como si fuera el único adjetivable. El medio oriente no tiene una historia que comenzó ayer. Empezó anteayer. ¿Quién se hubiera preocupado y ocupado de los países árabes en los últimos tiempos si no atesoran la energía del planeta, el líquido que hace emerger las riquezas? ¿Qué tiene que agradecerle Irán a occidente que sostuvo el modernizador Sha de Persia que chupó la riqueza de su pueblo y lo sometió a la indignidad? ¿Qué otra tradición que la de sus ancestros tenían para reconocerse en un nuevo camino que no fuera el de las bondades de occidente? ¿Qué oportunidad histórica y política tuvo el gobierno progresista, socialdemócrata, que siguió a la caída del Sha? ¿Qué ayuda prestan los EE.UU. a los gobiernos liberales y democráticos que aspiran al mínimo de soberanía y dignidad que reclaman los pueblos? Las Corazones Aquinos que sustituyen a Los Marcos, ¿qué ayuda tienen? He escuchado cosas curiosas de nuestros comunicadores, como el de lanzar invectivas y sospechas sobre los creyentes islámicos, los chiitas, y así redimirse de su cortedad ideológica. Para quedar bien quedan peor. Los oyentes de Rodari preguntaban qué pensaba de las masacres a los palestinos en los bordes de Israel, interrogaban hasta qué punto me sometía a los dictámenes de la Razón de Estado de Israel. Y lo repito, defiendo la existencia histórica de Israel y no su conveniencia coyuntural, ni los bombardeos a poblaciones civiles que son criminales, allí y en cualquier lugar, ni la crueldad a la que se ven sometidos inocentes, ni acepto las reglas de guerra indiscriminada, ni el terror como argumento disuasivo, ni de parte de los israelíes en el Líbano, ni de los sirios en Israel, ni el de los EE.UU. en Irak, ni el de Irak en Kuwait. Y esto lo piensan muchos israelíes en su país porque ni allí ni en Irán todos piensan igual. Apoyo la paz entre Israel y la OLP y la paz con los vecinos.
6) Hay quienes hacen una campaña para restaurar nuestra dignidad mancillada. Dicen que los argentinos que fuimos víctimas somos tratados como culpables. Crean una entidad a la que llaman ‘los argentinos’ y ocultan así que lo que, en todo caso, se dice, es que el gobierno puede ser corresponsable de lo sucedido. El problema no es si ‘somos’ o no ‘somos’ lo que sea. Este plural no existe. Entre nosotros los argentinos hay más que matices. El antisemitismo argentino es famoso y no por campañas del exterior sino por las campañas que durante décadas se hacen en el interior de nuestro país. Esto no se resuelve con dos naves enviadas donde sea ni con archivos que ahora se abren y que varias veces se mutilaron. No es culpa de los que sospechan de la firmeza de las convicciones de nuestro Estado en su lucha contra los ataques a los judíos, cuando uno de los más altos personajes de la esfera política, en realidad el que reemplazaría a Menem si este se retirase —recuerden que su hermano es musulmán y Pierri es apostólico y romano— trata a nuestra comunidad de piojosa. No es culpa de nadie la extrema sensibilidad que despierta nuestro Estado cuando jerarquías militares son conocidas por su antisemitismo, tampoco lo es que grandes holdings pidan en su solicitud de ingreso a los postulantes a empleo, la especificación de la religión que profesan, tampoco lo es que el mismo día del estallido el Presidente diera una entrevista a la revista Corsa para recordar su pasado automovilístico, hay frivolidades que no provocan simpatía. Tampoco es culpa ajena que el ministro del interior tan compungido en el programa de Grondona terminara su exposición recordando que los comerciantes de la calle Pasteur habían pedido tiempo atrás retirar la custodia para que les llegara la mercadería con más comodidad (el ministro nos recuerda que los judíos nunca olvidan el lucro, más allá de la seguridad)… El problema no es si los argentinos somos o no culpables sino estar seguros que las redes de poder en nuestro país permiten y facilitan estas matanzas. Imaginemos, por si alguien no se dio cuenta de lo que ocurrió, que el día de mañana los fundamentalistas de la Liga del Norte de Italia, en su vocación de separarse del Sur, ametrallan a cien personas en el barrio de la Boca porque allí viven hijos de napolitanos, imaginemos este horror de ciencia ficción para caer en los pies sobre la tierra ya que es eso lo que pasó. Esto es lo que nos diferencia de los atentados en Londres o en otros lugares. No estamos seguros de que las redes de poder incrustadas en nuestro Estado, en los servicios, en la dirigencia, en la mentalidad de las autoridades, sean cómplices ideológicos o prácticos de estos crímenes.
(1) Aún no sabía que toda mi familia paterna de pueblos aledaños de la ciudad de Cluj fue asesinada por los nazis. Lo descubrí en un viaje a Rumania. RUBEN BERAJA Y EL BOTIN DE GUERRA.
En unos días se cumplirán cuatro años desde que 86 argentinos fueron masacrados en la AMIA. Memoria Activa, los familiares de las víctimas, están con las manos vacías, como tantos argentinos vejados por la impunidad menemista. Mientras tanto, Rubén Beraja se prende al carro menemista que impulsa la reelección. Rubén Beraja es presidente de la DAIA, de una institución que dice representar a los judíos argentinos de nuestro país. Digo reelección, porque todos los argentinos despiertos sabemos que la oficina de ética y las sanas costumbres que difunde este gobierno, apuntan a reforzar el lado más flaco de la administración menemista. Ochenta y seis personas pagaron con su vida el costo de una política internacional irresponsable. Para mostrar adhesión y lealtad a los intereses de un supuesto Occidente, con el fin de atraer inversiones y generar confianza financiero, se hizo exhibición de un alineamiento incondicional sin tener la más mínima preparación para protegerse de las respuestas. Ochenta y seis personas pagaron con su vida el costo de una política internacional que además de irresponsable es sospechosa. Desde los mismos orígenes del menemismo se establecieron relaciones preferenciales con Estados que amparaban el terrorismo internacional indiscriminado, amén de otras menudencias que se tramaron y pasaron en valijas extrañas. Relaciones oscuras rodearon el ascenso y la consolidación del poder que aún hoy nos gobierna. Con la lealtad a Occidente se esperaba cobrar, pero con ciertas traiciones se pagó. Y pagan los inocentes, ciudadanos argentinos elegidos como botín de guerra. Esto por el lado de afuera. Por el lado de adentro, lo peor. Porque una comunidad que es cercada, se consolida, se une y se defiende. Pero cuando una comunidad tiene los gusanos adentro se pudre. Y por más barniz que se ponga a la cáscara, por más moño con que se la presente, la manzana se cae, roída por su propia descomposición. Los gusanos se llaman la mejor policía del mundo y la mejor justicia del mundo. Beraja no ampara con su solo nombre la politiquería menemista, no lo hace en forma personal ni como banquero. Representa a una institución que está de duelo y sigue llorando a sus muertos. No digo que el representante de una comunidad religiosa minoritaria en peligro tenga la tarea fácil en un país en el que las formas vernáculas del antisemitismo criminal tienen poder. Por eso, por la delicadeza de su tarea negociadora, jamás debería ignorar el contexto, las complicidades y las causales de los crímenes contra la comunidad que representa. Su nombre puesto al servicio del lavado de la impunidad que administra este gobierno, no sólo le hace mal al país, sino a los judíos que vivimos en él. Este tipo de prudencias no sólo no protege a la comunidad judía sino que la humilla. La política tiene un límite, es la ética, no la oficina en su nombre. Y mucho más limites debería tenerlos la politiquería. El nombre de la ética es dignidad. La ética es la resistencia al poder que engaña, mata y roba, es resistencia al argumento de la razón del Estado, al fatalismo del mal menor, al cinismo cobarde de los realistas. Que el gobierno de Menem haya finalmente cedido y pedido explicaciones al gobierno de Irán —después de haber incrementado llamativamente con este país su intercambio comercial— no es una cuestión de agradecimientos porque el eje de la conexión interna está ausente. Que el Estado de Israel mantenga hoy con el gobierno argentino excelentes relaciones, que EEUU mejore las suyas con Irán, que el mundo se dé vuelta veinte veces y los intereses cambien sus fichas otras treinta, sólo muestra que en nombre del realismo del poder engordan los de arriba y se mata a los de abajo, a los convidados de piedra de este banquete sádico. Desde tiempos inmemoriales, la tragedia es el relato del dolor de las familias frente al cinismo y la crueldad del poder político. Así como la denuncia del terrorismo de Estado estuvo en boca de madres y abuelas, parece que la memoria de la masacre de la AMIA sigue viva por el dolor directo y la lucha de sus seres queridos.
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