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Causalidad y justificación
Se ha editado un voluminoso texto: Rorty and his critics, editado por Robert Brandom. Es una costumbre de Rorty la de someterse a las críticas y responder a cada una de ellas en sendos libros. Existe más de uno diagramado de acuerdo a estos envíos y reenvíos no siempre laudatorios en los que el filósofo debe afinar la punta de su lápiz ante la requisitoria de sus colegas.
En la Introducción a la obra, Brandom, sitúa el campo de la discusión y los problemas que se privilegian. Localizado el perímetro de la filosofía analítica, la preocupación principal gira alrededor de las relaciones entre la realidad objetiva y la verdad. Nada menos y siempre más.
Los filósofos sin este tipo de inquisición estarían perdidos como cosmonautas flotando en el espacio. Por supuesto que a todos los aficionados a la filosofía, a los amantes de la Musa de Atenas, nos encanta el tema. ¿Podríamos vivir sin él? No sería menos absurdo para los teólogos o los hombres de fe sacarse definitivamente de encima el tema de Dios. Sin Dios no hay carne, y sin carne no hay sustancia. La Verdad es la carne filosófica, como lo es el Bien, o el Ser. Allí están las tres carabelas griegas que nacieron hace tanto tiempo y que navegan por las aguas de Occidente desde añares hasta hoy. Si no las abordamos nos quedamos solos en un puerto abandonado, si lo hacemos, nos tocará vivir las peripecias de la nave de los locos que deriva por las aguas y delira por la boca de sus tripulantes.
¿La verdad está en lo real?, ¿es una cosa, un objeto, una realidad a la espera de ser develada?, ¿o la verdad es un enunciado sólo evaluable por el contexto de las oraciones en las que se inscribe?
Brandon habla del “answerability” del mundo respecto de los discursos de la objetividad. “Answer” es respuesta, y no la hay, ni la habrá - no puedo menos que ser taxativo - sólo hay filosofía mientras no haya respuesta a esta absurda pregunta que a la vez parece inevitable.
Rorty lo dice infinidad de veces. No se puede responder a preguntas vacías. Una pregunta vacía es la que se refiere a un Todo. Y todo Todo es nada. Estamos adentro. Los filósofos no pueden resignarse a la idea de que no pueden estar afuera del mundo y preguntarse sobre su sentido. La extraña definición que da el historiador Paul Veyne del concepto de “discurso” en Foucault es el de horizonte inconsciente que contiene los límites de las condiciones de posibilidad de nuestro decir. O sea la época que nos toca vivir no puede ser salteada para hallar las coordenadas que la sostienen.
No hay foto de la vida. Toda pregunta universal lanzada al espacio se pierde en el agujero negro. Con el Ser se puede hacer lo hecho por Heidegger: contar la historia de la filosofía de un modo nuevo en el que lo dicho con mayúsculas se vuelve meditación y en el que las respuestas hechas sistemas dejan un blanco sin clausura.
Con el Bien se puede hacer lo que hace Rorty que es pensar siguiendo a sus maestros del pragmatismo en qué puede ser “mejor” una situación, que sólo puede establecerse por el contexto, los medios indispensables para transformarlo y por lo que impone toda problemática de la acción.
En cuanto a la Verdad, los análisis de Michel Foucault sobre lo que llama “veridicciones” situa el problema en el nivel de los sistemas de enunciación, de las estrategias de los discursos, los agentes intervinientes, las tecnologías de implementación, la evaluación de los fines.
Dejo lo bello aparte que desde mi punto de vista tuvo hermosos pensamientos debidos a Kant, Schopenhauer y sus discípulos románticos.
Estas derivaciones tienen su inspiración en un filósofo clásico que es Nietzsche. Es él quien situó los problemas éticos y metafísicos en el terreno de la tensión entre fuerzas, el conflicto de interpretaciones y en el de las apropiaciones de sentido. Se preguntó sobre la relación entre los valores y el poder de quienes evalúan. Analizó los juegos de lenguaje entre el poder y la verdad en la genealogía de la moral que le da el nombre a uno de sus textos.
Todos estos temas son retomados por la filosofía analítica dentro del esquema de la filosofía del lenguaje que lleva a cabo a una resementatización de los problemas. Una vez instalados en el encuadre de la lógica del lenguaje ignoran la novedad nietzscheana, no saben qué hacer con lo que se designa como “autoridad” y sus relaciones con la verdad, e ignoran la incidencia que tienen los sistemas institucionales en el orden de los discursos para limitarse a la invocación banal del contexto y de lo “meramente” social.
La serie de desplazamientos que deben realizar los participantes de estas lides argumentativas son infinitas. De estos meandros seleccionamos uno de los senderos de este laberinto que va de la causalidad a la justificación.
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Creencia y verdad
El problema de la causación y el de la justificación es uno de los ejes de las teorías semánticas. Haber pasado de la figura teórica de la verdad al del significado generó una multiplicidad de problemas. Uno de ellos es éste que recorre un trayecto que va desde Locke a Kant, luego sigue con Frege hasta los desarrollos de los actuales teóricos como Davidson.
Toda una vida puede llegar a perderse en la solicitud y la entrega incondicional a esta tarea de explicitación si se pretende decir algo más al respecto. No sólo por mi edad sino también por el paladar en el que fui educado, soy absolutamente incompetente para aportar algo nuevo a los interesados en comprender algo más sobre el tema. No tengo más remedio que ser simple.
Nos remitimos entonces a las relaciones entre la verdad y la creencia. No a todos se les ocurre que deban estar vinculados. Nadie cree en que uno más son dos, son dos y punto. Sin embargo, si no se creyera que las matemáticas dan cuenta de una verdad que tenga que ver con la realidad, el uno más uno podría ser uno y uno y el dos vaya uno a saber en que limbo o purgatorio del existir le tocaría esperar.
En todo caso, los pragmáticos han dicho que la verdad es aquello en lo que se cree. Es una definición de una economía tal que nos deja sin palabras. En lugar de hacer reposar la creencia en un fundamento objetivo, es la verdad la que deriva de un acto de fe. Es el acto quien crea el objeto, el verbo al sustantivo.
¿Es posible creer en algo que no sea verdad? Completo la pregunta:¿podemos creer en algo que sepamos que no es verdad? No parece posible ya que la creencia es una apuesta por la realidad de la referencia.
De todos modos hay matices. Ante la afirmación de Davidson que dice que sin una idea de la verdad no seríamos seres pensantes, Rorty se extraña ante una convicción tan firme. Nos dice que si alguien sostiene que “creo que `p´ pero puede ser que `p´ no sea verdad” no deja de ser una frase de una persona perteneciente al homo sapiens ni deja al enunciarla de pertenecer a la civilización. Continua siendo un ser pensante y un usuario del lenguaje.
Por otra parte el asunto parece emparentarse con la tradicional dupla que separa el campo del conocimiento entre hechos y valores. A los hechos corresponderían las causas y a los valores las justificaciones.
Haré otra pregunta: ¿puede existir una verdad desconocida? No sigo por ahora con preguntas del estilo de las que se formulaba San Agustín que quería saber adonde iban los recuerdos una vez olvidados ya que la cumbre de tales preocupaciones no me conducirán en mi caso a ninguna conversión.
La “metanoia” de Rorty no me concierne. No debo saltar el cerco de la filosofía analítica ya que jamás habité semejante corral, en mi caso la jaula era otra de una disciplina con otro color y una censura de un juzgado diferente.
He encontrado en una página del buscador Google, un ejemplo que pretende aclarar este tema de las diferencias entre causalidad y justificación que no deja de ser oscura pero con la ventaja de que el habitat de penumbra en el que se encuentra es pequeño y podemos sostenernos de las paredes.
Se trata de una conversación telefónica, situación que ilustra con frecuencia las proposiciones semánticas.
S es el sujeto que habla por teléfono. O(S) es la oreja del Sujeto que habla. T(S) es el teléfono de S. T(I) es el teléfono del interlocutor que está del otro lado de la línea.
Nos proponemos entender en esta situación la noción de causa y su diferencia con la de justificación. El habla de I es la causa por la que se emiten sonidos en T(S). Si I no hablara en el tubo de S no se escucharía nada. Pero si bien S escucha la voz de I no escucha un sinnúmero de sonidos eléctricos infinitamente pequeños que posibilitan que S pueda recibir la palabra de I. La causa que produce el efecto sonido en T(S) no son las palabras de I sino el mecanismo telefónico de este invento de Bell que hace posible la comunicación desde la fuente T(I).
Este tipo de causalidad se parece a otro similar elaborado por el sistema leibniziano en el que la noción de infinitesimal permite la recepción de parte del sujeto de una entidad que se presenta completa y total por un juego nomológico integrado pero que es una multiplicidad inacabada de seres mínimos. Por eso no hay ruido de mar aunque así se lo describa, ya que es imposible darle entidad lingüística a las infinitas gotas que lo forman.
Es la realidad de los “sense data”, el último elemento - la acumulación de partículas de agua y de corrientes marinas que las hacen continuas - es el que nos permite una percepción que “creemos” directa con la realidad.
Creemos, de ahí, la justificación, que es la voz de I la que escuchamos directamente por el teléfono aunque no sea más que el resultado de un mecanismo de series convergentes que resultan en ese plus que impacta en nuestro aparato auditivo.
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Troubleshooters, bullshitters y puzzle solvers
Seguimos con este compendio que combina a lectores y criticos de Rorty con respuestas que da a cada uno de ellos. Jürgen Habermas lo somete a un tratamiento psicoterapéutico que le permite diagnosticar una melancolía propia de los metafísicos decepcionados. Ya es costumbre de Habermas tratar de encasillar a los filósofos que no son afines con su particular versión de la Ilustración y de lo que él considera misión encomiable de la modernidad, en lugares despreciables de la historia intelectual. Por eso para él Derrida y Foucault integran al arcaísmo premoderno de surrealismos dependientes de las poetizaciones de George Bataille, y más lejos aún, de las profecías nihilistas de Heidegger a su vez heredadas del protofascismo de Nietzsche.
También puede situar a Sloterdijk en el rubro de estos pensadores peligrosos para una visión de occidente que puede parecerse a la de Rorty en cuanto rescate de valores liberales sostenidos por una moral comunicacional. De todos modos aunque este parentesco acerque a ambos filósofos, las diferencias que sin duda existen, le permite al alemán atacar por algunos flancos.
Dice que es vano tratar de salir de la filosofía desde otro lugar que no sea el de la filosofía. Rorty lo sabía. Hemos dicho ya que para Rorty era inevitable discutir con la tradición sin la cual quedaría a la intemperie y sin trabajo. Agradezcamos, dice, que existan los obstáculos que impiden que las cosas sean como queremos, y que insistan los irritantes contradictores que nos permiten seguir contradiciendo. Si no lo dijo así, poco importa, suponemos que desde el cielo aprueba nuestra interpretación y la hace también suya.
En el texto de Habermas aparece la palabra “ troubleshooter”, que podemos traducir por “rompe-pelotas” y que el tan serio y compuesto filósofo usa esta vez de modo condescendiente como ofrenda a ese tipo de filósofos algo exhibicionistas que quieren llamar la atención – un poco como Rorty – a quien aconseja que si quiere tener efecto en sus poses y ser provocativo, lo mejor que puede hacer es emplear argumentos sobre la base de una concepción universal de la verdad independiente de los contextos. Es decir, dejar de ser Rorty y parecerse a él.
Por otra parte asegura que ni siquiera podríamos conducir un auto ni comer si no presupusiéramos que la ejecución de nuestros actos se fundamenta en una verdad.
Esta afirmación me recuerda una escena en la que el joven Habermas es invitado a compartir un almuerzo con el entonces de moda – y para algunos injustamente olvidado - Herbert Marcuse, con quien degustaba milanesas. Por algún comentario de otro comensal acerca de lo buenas que estaban las “wienerschitzel”, a Habermas no se le ocurrió mejor idea que amenizar el convite con una intervención sobre la definición del Bien. Todo para mostrar que él podía argumentar con bases firmes de racionalidad kantiana la bondad del empanado manjar.
Marcuse le dijo que quien no sabía por intuición, de antemano, por inspiración, por inscripción en el genoma, de corazón, o por nada, lo que estaba bien o mal, no lo sabría nunca y pedía comer tranquilo.
Habermas sostiene además que la verdad tiene el rostro de Jano con un perfil al contexto y a la acción, y el otro hacia el discurso racional. Pobre entidad para siempre abofeteable con palma y dorso.
Rorty es amable con Habermas, lo respeta y trata de no contradecirlo, sólo muestra cierta perplejidad ante la convicción universalista del neokantismo del alemán a la que considera totalmente inútil. Le confiesa que quizás por esa melancolía diagnosticada, en lo que a él respecta, ha perdido toda ilusión en conocer mientras le toque vivir a un auditorio ideal, nombre con el que traduce el universal kantiano de humanidad. Agrega que según su punto de vista, el horizonte regulativo que oficia de utopía sensata y moderada como guía para la acción, tampoco le parece relevante. Estima que es más importante alejarse de un pasado que se rechaza que aproximarse a un ideal al que se tiende para sustituir el miedo por la esperanza.
No tiene la misma amablidad con el filósofo analítico Daniel C. Denett que le habla de soft y hardware que le hace evocar a los chauvinistas culturales amantes de la ciencia y a toda una banda de “frivolous bullshitters”, que podemos traducir por cagadores frívolos cuya habilidad no supera la de los “puzzle solvers”, que traduciremos con libertad por “los abuelos de la nada”.
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