Blue Flower

Para Kant el tiempo y el espacio constituyen dos intuiciones construídas como síntesis pasivas de los fenómenos perceptivos.
 
Mediante la imaginación unimos los agregados de datos de la sensibilidad para formar el objeto en imagen. Intervienen en esta tarea distintas facultades sin las cuales no sería posible que las sensaciones tengan pregnancia y se consoliden en unidades congregadas. Gracias a lo que Kant llama esquema y entendimiento categorial, la imaginación actúa sobre la dispersión. Pero la imaginación no “ entiende”, sólo aglutina, cumple la función del huevo en la repostería o la de la gelatina en los helados: une y empasta. El entendimiento armado con las categorías es el que lleva a cabo la labor de comprensión porque activa el nivel relacional que es el que nos permite tener una visión de las cosas, no sólo su percepción. La visión deriva del trabajo explicativo que pone en funcionamiento los interrogantes referidos a la unidad, la pluralidad, la causalidad, la totalidad, la infinitud, la condicionalidad, que nos permiten componer los sistemas de conocimiento que se construyen en unidades coherentes que se sostienen a sí mismas y dejan de ser sumatorias dispersas de información.
 
¿Sirve la filosofía kantiana para comprender la función de los medios de comunicación que nos clavan su aguijón audiovidual todos los días durante varias horas? Por una razón que aclararé al instante, vale responder que sí. Leer a Kant nos permite por una sencilla situación material dejar de escuchar la radio, mirar televisión, entrar en la Web informativa y leer los diarios. La lectura de cualquiera de las tres Críticas kantianas por una rigurosa exigencia de concentración clausura la atención tentada por los encantos de los medios. Es cierto que el mismo resultado puede darnos el conteo de pulgas en el sillón, la búsqueda de polillas en la madera o algo qu se me ocurrió en este momento: comprarme un regaderita de latón y cruzarme a la plaza y regar todos los arbustos, árboles y plantas volviendo a mi estudio para recargar el potecillo con agua cada vez que satisfago un ejemplar de la flora vecinal. No quisiera confundirme ni confundir al lector, porque es obvio que este tipo de actitudes me aleja del universo kantiano para casi sin querer retrotraernos a la filosofía de Albert Camus, me refiero al Mito de Sísifo.
 
Lo que estoy planteando aquí es la necesidad de construir un sistema de defensa contra la información nacional. Esta especificación de origen se debe a que el sistema de elementos pasionales que desencadena el ambiente local es mucho más intenso que el universal. Por eso nuestro cosmopolitismo es relativo, como también es relativa esta apreciación ya que existen los humanistas de conservatorio, los liberales de jokeys clubs, los ecuménicos de parroquia, pero son seres perversos, clandestinos, sus verdaderos placeres son intramuros y sus propósitos están custodiados por una controlada sobriedad. Cuando se les pone un comprimido en la sopita podemos llegar a asistir a más de una danza del vientre y un desfile descontrolado de vestuario. Recomiendo para una lectura matinal La filosofía en el tocador del llamado divino Marqués.
Volvamos a nuestro propósito: la construcción de un sistema de defensa contra los empresarios periodísticos, las corporaciones mediáticas, los locutores y los comunicadores del éter, la realidad comentada y contra la proyección laserizada de la MENTE maligna que modela sus muñequitos pinchados con los alfileres de los encuestadores. Señores, no me fui a la mierda, perdonen el énfasis y la exageración que son absolutamente necesarios en situaciones de emergencia y alerta generalizada. La defensa a la que aludo es propia, legítima y problemática. No son los vecinos lo que molestan, porque para eso están las paredes, pero no hay paredes para la radio y la televisión, no existen los albañiles antimediáticos, los silenciadores del veneno periodístico.
 
Es ingenuo pensar que basta con no “encender” el televisor, o no “prender” la radio, nuestras ciudades están diagramadas para que sus habitantes estén enchufados, aquel que no lo está es revestido con la toga trapense y las sandalias carmelitas. Mudos, ciegos e ignorados quedan quienes rechazan la urbe antenizada, celularizada, cableada, que edificó el nuevo plasma que nos amura con sus infinitas pulgadas. Hasta el horizonte mejoró su definición y el viento su sintonía.
 
Es cierto que el entretenimiento entretiene, que si no fuera por el grotesco de nuestro sainete  argentino, los frailes dominicos y lo jesuitas de secretarías, teñirían la atmósfera de una seriedad recoleta. No hay como el bronce para fundir el alma. Pero el grotesco no es un dato que sintetiza nuestra intuición sensible - habrán comprendido que he vuelto a Kant - al grotesco hay que trabajarlo, no es una entrega natural, requiere paciencia de observador, atención continua, sentido de la oportunidad, alegría maliciosa, franqueza contumaz, y un abierto desparpajo. En fin, necesita un público. No hay circo sin gradas.
 
De todos modos agradecer el ambiente operístico de nuestra realidad nacional es un gesto corto. Muchas gracias Ibarra Anibal , muchas gracias al Chacho Kovadloff, gracias Betty Sarlo, gracias a los Feinmann y a los Fernández, gracias al Flaco Rinaldi y al Doctor Macaya Márquez, gracias a Valeria y Nicole, a Aguinis y Pinti, gracias Pacho, Felipe y Martha Maffei... gracias...gracias....gracias...
 
Pero el sainete no es todo!, caramba. El sistema de defensa propia se agota con un solo recurso, sin embargo, es difícil la tarea. Entiendo que el lector no sepa la razón de tanta bulla y de este aparente deseo irrefrenable por construir un dique de contención a las decenas de informaciones sobre nuestra realidad nacional. Lo explicaré. A diferencia de los libros de filosofía, de las novelas del siglo XIX, de los largometrajes de ficción, el mundo de la información por parte de los medios masivos de comunicación es replicante, quiero decir que nos torna irremisiblemente reactivos. Nos pasamos el tiempo discutiendo con la televisión, argumentando contra el comentarista de lo que sea, enojándonos contra el familiar que comparte el sillón de nuestro infierno doméstico por no resaltar nuestro punto de vista y atreverse a una opinión contraria, buscando con ansiedad a algún prójimo con quien comentar lo visto y escuchado, necesitando descargar con alguna humorada forzada lo ingerido durante desayunos, almuerzos y cenas frente a los androides de la comunicación, si no replicamos, morimos.
 
Una novela de Balzac, para remitirme a un autor que no leí, una vez terminada, recibe el cierre de la contratapa y el silencio de nuestra sabia meditación. No corremos al kioskero para vomitarle lo que tenemos atravesado en la garganta o pegado al ojo ni llamamos al amigo pusilánime que nos banca la descarga matinal. Damos un paseo para digerir tanta sana espiritualidad. Con la televisión, la radio, notas gráficas, que nos presentan el mundo, lo diseñan y comentan, nuestra reacción es inmediata y la falta de catársis adecuada sube la presión, el stress y el colesterol.
 
Si no podemos replicar con pancartas, contranotas, insultos telefónicos, risas estruendosas, o al menos contratando opinólogos a nuestro servicio, hay que  IRSE, lejos, desenchufar todo, que el aburrimiento rebalse y hacer yoga, el bendito yoga de Krishna, Murti y Baba, que nos haga olvidar a estos podridos mercenarios de la información. La vida es bella.
 
( 2006)