Blue Flower

 
 
Elegir el momento de retirarse, de irse o renunciar, es una regla fundamental en el arte de la guerra. Saber salir a veces es tan importante como permanecer. Bielsa tenía una  buena relación con sus jugadores, mala con muchos dirigentes, mala con sectores del periodismo, y nula y mala con la hinchada. Y la mayoría de las veces por sus virtudes. Bielsa es mejor que la mayoría de los dirigentes, que los periodistas deportivos, y que mucha gente. Pero, claro, no es perfecto, es humano, tiene debilidades, y algunas fobias.
 
Ayer dijo una palabra que me sorprendió: la masa.  Hablaba de demagogia y de la identificación que se llega a tener en el futbol con la masa, posición que rechaza desde el pudor por lo peligrosa y tentadora.
 
La palabra masa no forma parte de la gente del futbol. Los que vamos al futbol jamás pensamos que la gente que grita en la tribuna encarna un concepto despreciativo. De las masas se habla para definir al fascismo, al autoritarismo, y a la gente que reacciona como ganado. En la cancha hay hinchas, barras bravas, fanáticos, delirantes, gritones, salvajes de tablón, esperpenpentos de platea, en un universo carnavalesco que de las fiestas populares tiene todos los ingredientes, de los picarezcos a los siniestros.
 
Bielsa tiene una actitud ambigua con el mundo del futbol. Se entrega de cuerpo y alma a su labor, no podría hacerlo sin el entorno de canchas colmadas de gente, sin los dirigentes que organizan los eventos, sin el dinero que le llega y cobra por las promociones y la publicidad, y, sin embargo, detesta el ambiente. La falta de respeto que hay en el mundo del futbol, el exitismo canibal, la grosería y la vulgaridad de los cronistas, la corrupción dirigencial, la politiquería, son parte de nuestra cultura, no se puede negar, pero también pasan otras cosas que nos hacen seguir con esta obsesión, a nosotros y a Bielsa. En suma, a Bielsa parece no gustarle dirigir en nuestro país.
 
En el último partido que le dio el campeonato a Vélez en el 98 con Bielsa como técnico, no saludó a la hinchada que agitaba sus pañuelos blancos. Ni levantó la cabeza. Cuando volvió de Japón se fue a la Isla de Elba, su campo. No dió una conferencia de prensa, no se dirigió a una masa esta vez entristecida que se había hecho la mayor de las ilusiones, incluso llegó a acusarnos de exitistas, resultadistas e ingratos,  y luego volvió para nuevamente reinar. En aquella época le reproché en una nota su falta de consideración, el no haber sentido nuestra presencia, y, fundamentalmente, no haberse dado cuenta del respeto mantenido hacia su persona a pesar de la derrota. Obsesionado por los dichos de algunos periodistas que él llamó “ perversos” y que tienen mala fe, no acompañó a la congoja que se vivía. Una vez más se fue.
 
Hace no más de dos meses casi todo el mundo pedía su renuncia y la asunción de Bianchi. La selección era una lágrima, jugaba siempre igual y mal. Ni siquiera tenía el nivel de la que había ido a Japón. Imagino que desde ese momento Bielsa sabía que su tiempo estaba contado, pero apretó los dientes y aguantó. Le quedaba la dignidad de elegir él mismo el momento de irse, y lo haría haciendo doler más aún de lo que lo habían herido. Comprensibles motivos de orgullo.
 
Por eso creo que Bielsa tiene razón, pero no tiene  generosidad. La masa estaba contenta, pero a él, la masa, lo vemos, lo tiene sin cuidado. Tiene razón cuando dice que en nuestro país el éxito dura diez minutos y que el apretón de manos no impide el bofetón siguiente. Pero el futbol es una pasión loca, muchas veces hasta estúpida, estamos “ locos por el futbol”, él no es el único loco.
 
Dejó una frustración; era un hombre distinto, incorruptible, con los medios mantenía una actitud de desapego que se la hacían pagar. Unos decían que no respetaba el futbol que le gustaba a la gente, otros que era arbitrario, despótico e incomprensible, muchos que era un obsecado que moriría con la suya a pesar de la realidad que le gritaba cambiar. Nos frustró porque los hinchas de la selección queríamos saber si nuestro futbol podía hacerle frente a los mejores del mundo, a los brasileños y a los mejores de Europa, y ése era el verdadero desafío, es decir: el Mundial.
 
Bielsa no quiso llegar hasta ahí, se cobijó en un par de triunfos menores - la medalla olímpica a pesar de su brillo no es alta competencia futbolística - y cuando reíamos y descorchábamos apagó la luz  y , sí, se fue.
 
Es una pena. Prefiero la hosquedad de Bielsa al amiguismo de tantos entrenadores mediocres que se abrazan a periodistas, cantan al himno a Maradona y seducen con aire bonachón.
 
Entiendo que no quiera recibir las palmadas y los abrazos de quienes antes lo insultaban y despreciaban, pero el mismo desapego que tiene respecto de la masa, podía tenerlo con los dirigentes, y seguir, pero ¿ de qué modo?, ¿él solo y sus jugadores en una barca flotando en medio del océano? El problema es que el futbol no es un picado en una isla desierta, a nadie le interesa  un escenario así, para empezar ni al mismo Bielsa. Quizás tiene razón en renunciar, pero ha sido algo mezquino, la locura se la guardó para él solo, quiso reir último, y nosotros queriamos reir juntos, pero no teníamos con quien.
 
Chau Marcelo, hola José..