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La defensa de los derechos humanos se ha convertido en un botín para uso de piratas. Denunciar torturas, manifestarse en contra del avasallamiento de las libertades del hombre, protegerse de los abusos del poder, sirve para que políticos e ideólogos, se sientan impunes, se arroguen prerrogativas vitalicias, y ejerzan todo tipo de arbitrariedades legitimidas porque alguna vez se han pronunciado o han militado contra las opresiones políticas. 

Se divide el campo político en un eje del bien y un eje del mal, y a partir de esta línea divisoria hay quienes compran un pasaje a la izquierda en donde se sienten santificados por vaya a saber qué corporación. 

Así Macri es la derecha e Ibarra es la izquierda, el primero fue menemista y el segundo afín a las madres y a las abuelas de plaza de mayo, por lo tanto el primero es el mal y el segundo al menos lo bonito. Abundan los que se han comprado este carnet en alguna defensoría de derechos humanos y lo exhiben cada vez que por alguna conspiración maldita, urdida sin duda desde la “derecha”, están en apuros. Si hay fondos públicos que han sido ocultados, no importa, se está del lado del bien porque se ha descolgado una imagen de un general en el colegio militar, si se tranza con dueños de disco y se queman centenares de personas, no importa porque se es de izquierda. 

El catecismo de la nueva impunidad dice que hay madres que tienen un sufrimiento apto, mientras hay padres que padecen un dolor indebido, algunos merecen nuestra solidaridad, y otros son condenados por fascistas. Sí, hubo quienes decían que ningún padre de Cromañón iba a ser autorizado a subir al tren de la Anticumbre porque eran fascistas. Lo importante, en todo caso, era sacarse una foto con Maradona en el andén, aunque vote a Macri. 

Ibarra no asumió la responsabilidad por lo que pasó en su distrito luego de dos mandatos y durante un año creyó que el tiempo jugaba a su favor. Ya fuera con inventos plebiscitarios, apoyos de gente de la cultura, cierre general de cientos de establecimientos, finalmente el tiempo le jugó en contra, porque se lo apropiaron los familiares de las víctimas y algunos que lucharon junto a ellos. El juicio político es el resultado de una lucha y no una confabulación de nadie. Ibarra jamás estuvo al nivel del problema ni a la altura que exige su investidura. Todo cosmética, juegos de imagen. El poder hoy es un tesoro porque ofrece ventajas muy ansiadas. En algunos no se trata necesariamente de dinero sino de fama. La dulce fama de aparecer en la pantalla de todo el mundo, ser tan grande como Tinelli, tan buscado como Diego, eso vale un gobierno, diez gobiernos. ¿Para qué aferrase al poder? Un corralito dorado en el que abundan secretarias, choferes, asesores, periodistas, viajes en primera clase, la gran cantidad de olfas y los mimos de la imagen deseada. Se logra así ser una autoridad de pasarela. En eso se convirtió el hasta ahora jefe de gobierno proveniente de una agrupación vocacional como el Frepaso que decía luchar por el bien público. 

No tuvo mala suerte, Cromañón no fue un accidente. Los accidentes ocurren cuando falla una pieza en un sistema de seguridad. Lo que había, y posiblemente aún haya en nuestra ciudad, es una red de inseguridad con apuestas de alto riesgo. Cuando se pierde la apuesta es un desastre. En una nota de enero del 2005 pedía la renuncia de Ibarra con la esperanza de que aquellos que hablaban de una nueva política volvieran al llano a buscar la verdad de la muerte de casi doscientas personas. A veces es sano ser ingenuo, pero no todos somos tontos en la ciudad de Buenos Aires. Acusar a los padres de las víctimas de que han amenazado a legisladores, no es sólo burlarse de la verdad, sino no tener el más mínimo respeto de la desesperación de un padre. Quienes pierden hijos y ven que las componendas políticas esquivan el bulto y se mofan de su dolor, no son extorsionadores sino víctimas de la corrupción que se ampara en poses progresistas y valores robados.