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AMANTE 35. JULIO 99. - CINCO MUJERES.

Se vive un ambiente político, es decir eleccionario. Esto se nota en las calles, en las rutas, en todas partes. Se va Menem, y no se va como le hubiera gustado irse. Soñaba con una plaza llena de gente pidiéndole que se quede, que no se vaya nunca más. Deliraba en su fatuidad extrema con ser el hombre más grande de la historia argentina. Quería tener su propio mausoleo. Veía a su Anillaco como una nueva tierra santa en la que convergerían millares de peregrinos de aquí hasta la eternidad. 

Menem es el punto más alto de la megalomanía vernácula. Galtieri es un pichón a su lado. La corte de Menem ha sido la más ejemplar de todas las cortes que hemos conocido por su desvarío apologético. Hombres serios como Miguel Angel Broda dijeron en sus eruditas columnas plagadas de porcentajes y algoritmos, que Menem era el estadista más importante del milenio. Periodistas informados como Jorge Castro repitieron por doquier que la revolución productiva argentina era el tema preferido de todos los congresos, de todos los encuentros, que reunen a los financistas y geopoliticólogos más importantes del mundo. Los cortesanos festejaban el retorno de la gloria argentina que brilló entre 1870 y 1920, el orden conservador que colocó al país entre las grandes promesas del mundo. En esta década llegábamos al punto más alto y el Líder era el más grande; si Perón habría de ser recordado en el futuro, lo sería por haber preparado el reinado de Carlos Saúl Menem, etc. 

Se va Menem, y se va su corte, en medio de un despelote creciente. Abundan las justificaciones. Es cierto que bajaron los precios de las commodities en un treinta por ciento. Es cierto que el real se devaluó y el peso se reevaluó, han pasado tantas cosas ciertas que parece mentira. Los economistas no lo pueden creer. Tanto diagnosticaron, tanto analizaron, tanto prescribieron, tanto aseveraron, que ahora invocan a la diosa Fortuna. Quién se hubiera imaginado el colapso mejicano, el malayo, el coreano, el indonesio, el japonés, el ruso, el brasilero, no era que la historia había terminado, y que el mundo era un mercado ahíto de consumidores? Quién entiende semejante desajuste? Pero a grandes males santo remedio. Ahora que nadie nos da crédito, decidimos que no queremos endeudarnos más. No puede ser lo piola que somos. Parecemos Perón que le declaró la guerra al eje después de que se rindiera. 

A que no saben los lectores como se llaman los señores y señoras que se dedican a preguntarle a la gente a quién van a votar? Analistas políticos, así se llaman ahora. Estudian eso de la boca de urna. La boca de urna es lo mismo que la ranura de la gente. Uno pone un voto en la boca de la urna y le expresa por la ranura carnal su preferencia al encuestador. Lo bueno es que la gente miente, por eso las bocas de urna a veces salen mal. Es buenísmo mentirles a estos personajes. Propongo una cruzada que le sugiera a la gente decirles cualquier cosa a los encuestadores, que son los empleados de los analistas políticos, que son los que nos aburren hasta el ronquido con sus predicciones. Que de la Rua un 37%, Duhalde 36,8%, que si Cavallo se junta con tal le da más posibilidades a cual, toda una serie de hipótesis que interesan menos que saber si el almacenero va a tener huevos blancos o marrones este jueves. 

Me gustan los analistas políticos y los economistas cuando se hacen los viajados. Graciela Rohmer es una analista político que ostenta el famoso eructo mudo. Llamo eructo mudo al consabido aoh, repito aoh, un provechito típicamente norteamericano que se mete entre las palabras. Lo usaba con frecuencia Machinea cuando era presidente del Banco Central en la época de la hiperinflación. Cada vez que hacía aoh, se devaluaba el peso. 

No se puede creer lo que es la política. Cada vez hay más ex montoneros reconvertidos a la democracia que dicen optar por Duhalde, porque parece que Duhalde…. 

Digo yo, modestamente, es tan fuerte la vocación de cornudo? No lo digo porque esté mal ser cornudo, finalmente es una pasión como cualquier otra, pero debe ser cansador eso de decir que uno le creyó y que después el otro se dió vuelta y nos traicionó. Mejor ir a la India. A mí me gustaría votar a Borges, ahora que no sólo es calle sino también moneda, ahora que podemos ir a Borges al 600, y pagar a un taxi con dos Borges, o escuchar a un colectivero gritarnos que nos bajemos en la próxima parada, casualmente la de la calle Borges, porque no tiene cambio de un Borges, etc, que la siga Dolina. 

Pero para mi las cosas no tienen el significado que le ven los analistas políticos. A mí la conjunción de la boca de urna y el eructo mudo me interesa poco. Creo que hay una gran transformación en la vida política argentina, y nada tiene que ver con los personajes en venta. 

Voy a remitirme a un libro recomendado por Gustavo Noriega, Frente al límite, del búlgaro-francés Tzvetan Todorov, un regalo para el espíritu. Recomendable para todos los filósofos profesionales que se devanan los sesos con sus tratados de ética. Este libro de ética práctica, porque no hay otra, medita sobre la opciones morales en las situaciones límites. Para esto toma como ejemplo los testimonios de los deportados y sobrevivientes de los campos de concentración. En primerísima instancia los campos de exterminio nazis, y en segunda instancia los del Gulag. 

Todorov nos habla de lo que llama cuidado del otro. Es la relación que tenemos con un ser querido, a quien cuidamos y queremos tanto como a nuestra propia vida, más aún, más que a nuestra propia vida. Un hijo ve partir a su madre en el camión que la llevará a los baños de la muerte, él quedará en el campo de trabajo, pero se sube al camión los quince kilómetros que separan de Auschvitz para estar con ella. No soporta dejarla sola y muere con ella. A Todorov, para este y otros tantos ejemplos, no le sirve la noción de solidaridad, ni la de caridad, ni la de sacrificio. La solidaridad es con los chaqueños, con los pobres, con los discapacitados, con los de Chiapa, es una entrega a un grupo definido por un atributo general. La caridad es una mirada piadosa a toda criatura de Dios que sufre por un mal terrenal. 

El sacrificio es una entrega de algo propio y querido cuya pérdida es para salud y bien de otro El cuidado del otro no es para nadie en general, sino para ése en singular. No ofrece beneficio inmediato como una colecta ni es asimétrica como la limosna. En el cuidado del otro nada se pierde porque todo se gana. Lo que se hace por el bien de un hijo nos beneficia, nos llena de gozo, no es pérdida. El cuidado del otro es recíproco, esperamos lo mismo hacia nosotros. Dignifica al prójimo porque lo hace dueño de la misma voluntad que la mía. El cuidado del otro no excluye al egoísmo, pero es un egoísmo más fuerte que el más fuerte de los egoísmos, el del instinto de conservación de la vida. Podemos dar nuestra vida por el otro, pero este gesto no se deja ganar por la muerte. Lo que queremos es vivir con el otro, pero si el otro se va, nos vamos con él. 

En la historia argentina reciente hay cinco mujeres que entraron a la vida pública partir de una relación de cuidado con el otro, y no a partir de una ideología o de una posición de defensa y reivindicación de una colectividad. Hebe de Bonafini, Laura Guinsberg, Marta Oyanarte, Graciela Fernández Meijide y Marta Pelloni. Creo que si hacemos una pausa en la agitación mediática y en la euforia de la actualidad, y en el pregón del negocio de los analistas políticos, y escuchamos el murmullo de la historia, vemos que nuestra vida política no es la misma desde que estas mujeres a partir del cuidado del otro le han hablado, y le hablan a todos los argentinos. 

Ellas cinco, desde posiciones políticas o éticas distintas y a veces antagónicas, algunas integradas al establishment político, otras luchando desde posiciones de resistencia marginales a la representatividad tradicional, nos dan otra cara de la Argentina. No hablo de algo que amanece y que nos promete días de esperanza. Hablo de un hecho histórico que se inauguró hace más de veinte años. Tiene la fecha de la marcha de los jueves de Hebe Bonafini y las madres. Hace veinte años llegaba la comisión de derechos humanos de la OEA, y se instalaba en el Congreso. Llegaba también la selección juvenil de futbol campeona en Japón. 

Julio Lagos intentaba organizar desde los medios una fiesta popular similar a la del año anterior. Todos al Obelisco!, pedía. En un programa de Tiempo Nuevo, Bernardo Neustadt reunía a sus invitados alrededor del tema de las dos Argentinas, la de la pujanza, la paz, el progreso, la esperanza, representada por el Juvenil de Menotti, y la del resentimiento, el derrotismo, la injuria, exhibida por el desfile de aquellas pocas madres que pedía audiencia en su total aislamiento. Los invitados al programa eran el escritor Jorge Montes, Martha Lynch, el comodoro Güiraldes, Bernardo Ezequiel Koremblit. Neustadt insistía en su tesis de las dos Argentinas, y le daba el rol protagónico al comodoro Güiraldes, el mismo que hoy pretende representar a la asociación gaucha argentina. Güiraldes era el jefe del programa, con voz de padrino explicaba la nueva era de la Argentina y la triste resaca de una zurda derrotada que no admitía su expulsión de la historia. El resto de los invitados sabía que debía acompañar aunque no estuvieran convencidos del todo de las palabras del militar. Koremblit tuvo la dignidad de carraspear varias veces su garganta, removerse en su silla, y quedarse callado casi todo el programa. Es desde ésa época que se inicia el cambio profundo del que hablo. Hebe de Bonafini no tiene otro límite que el que se pone ella misma. No estoy de acuerdo la mayoría de las veces con sus posiciones maximalistas. Pero hay cuestiones más importantes que los acuerdos políticos. Hebe de Bonafini desnuda la mentira de la dirigencia argentina. Le toca el bolsillo, le descubre la guarida, la señala con su índice acusador, condena todas las doctrinas del mal menor, reinvindica los ideales y los medios utilizados por la lucha de su hijo. Pero sobre todo, no les da respiro a los criminales y a los torturadores que asesinaron a granel a miles de ciudadanos de nuestra sociedad civil. 

Podemos hablar de cada una de estas mujeres , expresar la sensación de que la actividad pública de cada una de ellas es al mismo tiempo un luto de resistencia. Todos los lunes de Laura Guinsberg exigiendo en nombre de los familiares de Memoria Activa, frente a Tribunales, justicia y denunciando las alianzas encubridoras que desde el Estado a todas sus ramificaciones encubren el crimen colectivo de la Amia. Podemos evocar recuerdos frágiles en tiempos de Alfonsín cuando en un periódico se decía que Martha Oyanarte le daba una bofetada a un alto funcionario radical por poner trabas en la investigación del secuestro y asesinato de su esposo. A Graciela Fernández Meijide irrumpiendo desde la lucha de la comisión de derechos humanos para pelear la conducción del país. A Marta Pelloni en Catamarca luchando contra la mafia local y contra la jerarquía eclesiástica, de la mano de la madre de María Soledad. Por qué son mujeres las que desde el dolor personal y el cuidado del otro, se lanzan a una lucha por un cambio sustancial en la sociedad, en sus instituciones, en sus aparatos de justicia? 

Es la pregunta que me hizo el otro día un periodista en el Congreso de Comunicadores Católicos al que me invitó el Padre Jorge Oesterheld, y en el que comencé a hablar de estos temas. No creo que jamás podamos explicar o encontrar argumentos supuestamente científicos para encontrar diferencias psíquicas entre el hombre y la mujer. Todos los cientificistas que dicen hallar una vía regia y continua entre la biología y las conductas de los hombres y pretenden saltearse la función simbólica de la cultura para hallar la llave maestra de soñadas mutaciones en una farmacología cósmica, todos estos tecnócratas de la vida serán devorados por los Frankensteins que imaginan crear. Pero puede haber diferencias nunca explicitadas. 

Se me ocurre que un hombre que se ve ante un hecho de un dolor extremo, como el de las madres, lo único que se le ocurre hacer es agarrar un chumbo y matar, vengarse. Luego, cuando esto no es posible, y no es posible porque por suerte no mata cualquiera, o porque no se sabe a quien matar, entonces, el hombre se queda quieto, llora, agacha la cabeza, se muere por dentro. La mujer, no, no piensa en matar, encuentra vías de resistencia que no se pierden en el abismo de la muerte. Busca, camina, clama, grita, insiste, entra y sale, no ceja nunca. Saca fuerzas de su dolor. Descubre dentro de sí y en la vida vías que sin olvidar su dolor no le cierra por entero las puertas de la acción ni del amor. 

En un trabajo inconcluso que estoy haciendo sobre grupos de autoayuda, aquel que se llama Padres que perdieron a sus hijos, ya sea en accidentes, enfermedades, por causas pertenecientes a toda la gama del destino, grupos de autogestión sin terapeutas, casi todos los integrantes de los grupos son mujeres, a veces los maridos acompañan. Dejo abierto el misterio porque cerrarlo es vana pretensión. 

El cuidado del otro como noción que parte de una ética y se extiende al campo de lo político, es diferente a la base filosófica de la idea de solidaridad. La corrientes democrático-liberales, como la de Richard Rorty por ejemplo, piensan a la solidaridad como eje vincular de las relaciones sociales en una sociedad democrática. La solidaridad se ejerce en una sociedad desigual, con grupos sociales que tienen un acceso jerarquizado a los bienes materiales. Pero Rorty, y no sólo él, sostiene que en el mundo de hoy los pobres no lo serán menos en una guerra de clases, la tienen perdida desde el vamos. Los ricos, ya sean las corporaciones, las multinacionales, o los Estados de los países ricos, tiene un poder de tal magnitud que ninguna maniobra desde abajo hacia arriba, ya sea guerrillas, huelgas insurrecionales, resistencias pasivas prolongadas, lograrán modificar el statuo quo. Rorty cree que la renovación de las estrategias - no hay otro modo de llamarlo - de la piedad, la de la conmoción de las fuentes emocionales de la legitimación del poder, el corazón de los que tienen poder, logrará la implementación de las reformas sociales para una sociedad más justa. Esta posibilidad sólo se logra con una política de la solidaridad que exige la ampliación de la idea de “nosotros”. 

Toda solidaridad se basa en una identificación, en una semejanza, en la idea de que hay un mismo elemento humano en el otro y en mí, de que hay una misma realidad que nos hace semejantes, próximos, es decir prójimos.Sólo la insistencia en la exhibición de los rasgos que nos son comunes, en que los motivos del dolor del otro no me son extraños, puede producir una trasmutación de la sensibilidad y una modificación en el espectro de la imaginación. Ni es la racionalidad, ni la idea de deber, sino los sentimientos y la imaginación sabiamente conducidas por el poder de los medios de comunicación en su vertiente documentalista, por la riqueza de la novelística y de los trabajos etnológicos, que nos muestran a las sociedades y sus individuos diferentes como semejantes, los que presionando sobre la moral pueden facilitar las reformas legislativas, los cambios de opinión, la licuación de las costumbres y del conformismo. Ideas, cuantas ideas que tiene los filósofos, para eso están, para seducirnos con sus ideas. 

Los niños rubios de Kosovo sin duda que conmocionaron más a la famosa opinión pública que los miles de niños iraquíes muertos por el bloqueo y las sanciones que los EE.UU hacen a su antiguo aliado Saddam Hussein; y no sigo con el ejemplo de Ruanda, Guatemala, para no ser pesado. El mundo de las semejanzas exige montajes estéticos de tal nauseabunda programación que a veces parece mejor dejar que el mundo siga con su crueldad. 

Por eso la idea de cuidado del otro es una vía diferente, no parte de un nosotros que se pretende extender hacia comunidades cada vez más amplias, ni parte de un dolor en la forma piadosa montada por la escenografía audiovisual. Sino que parte de un dolor real inscripto no en un nosotros sino en un tú, para seguir con los pronombres personales. Es esa relación entre un yo y un tú - como diría Martín Buber - entre rostros - como agregaría el filósofo Emanuel Levinas - que comienza abarcar a otros sin dejar de señalar el macabro mundo del de ellos, pronombre siempre presente en una vida de dolor con causa, y causantes.