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CRISIS Y DECADENCIA: EL CASO DE LA UNIVERSIDAD.
 
Hablemos primero de la juventud y luego de la Universidad. Nos preocupamos mucho por los problemas de los jóvenes pero más preocupados están los jóvenes que son los que tienen   un problema con la Argentina. Los jóvenes no tienen trabajo, tampoco dinero, y carecen de  perspectivas para convertirse en adultos independientes con un oficio socialmente requerido, un desarrollo educativo consistente y una vivienda y familia propias.
 
Los adolescentes y los jóvenes en la Argentina que sueñan con un pasaporte europeo no lo hacen con fines turísticos, ni diletantes, ni siquiera de aventura. La mayoría de los que conozco quieren al país, no se sienten censurados en su expresión, o perseguidos políticamente. Van a buscar un trabajo que quieren encontrar en la Argentina. Y si en un no muy lejano día nuestro país vuelve a crecer,  volverían rápidamente.
 
No se quejan de la Argentina. Hay necesidad de sobrevivir y vivir. Esta no es la década del sesenta en la que los jóvenes del Di Tella estaba cansados de ser perseguidos por su pelo, por su estampa, por su sexualidad o por su vanguardismo. Ni es la época de los estudiantes con las facultades cerradas y los profesores echados a culatazos. Tampoco es la del setenta en que la persecución criminal exiliaba a muchos. Hoy, en el nuevo milenio, los jóvenes en su inmensa mayoría están a la deriva en una sociedad en la que el mercado los expulsa y un batallón de  dirigentes y expertos no sólo no les ofrecen nada sino que los desprecian y les dan cátedra de eficiencia o lecciones de patrioterismo.
 
A todos nos gusta jugar con las cifras. Se dice que en el conourbano bonaerense hay unos 300.000 jóvenes que ni estudian ni trabajan. Pero ninguna cifra nos da la dimensión que nos ofrece el contacto cercano con unos pocos. El joven de 18 años termina una secundaria que le dio una instrucción raleada y gris, tan pobre que lo deja inerme para trabajar y para estar preparado para estudios superiores; tiene un destino cerrado, deprimente. Si quiere trabajar y no puede, se siente inútil, si quiere estudiar entra a la facultad y no sabe leer textos elaborados, ni escribir sin faltas de ortografía. Pasa de la inutilidad a la vergüenza.
 
Sin embargo, hay más de un millón de jóvenes en las universidades argentinas. El 90% en las estatales. Estudian sin pagar aranceles. Esto es el colmo! dicen importantes personajes de nuestra dirigencia bancaria, financiera, y adláteres. Hay que bajar el gasto del Estado! Sobran jóvenes en las universidades!
 
Esta es una prueba de que la Argentina  ha cambiado poco. Los telefonos ahora funcionan pero los que hablan por ellos no. Se renuevan como larvas los maestros ciruelas de la eficiencia. En un país como el nuestro en el que la mayoría de la juventud está en una deriva no sólo peligrosa sino penosa, el sólo hecho de que haya una universidad masiva y con un ingreso accesible tiene ventajas incomensurables. Y no sólo para los jóvenes. Es una gracia de Dios y no sólo del Estado.
 
La universidad no es sólo una fábrica de profesionales. En la universidad los jóvenes adquieren nuevos modos de sociabilidad que tienen que  ver con el estudio, con los problemas del país, pueden tejer lazos de solidaridad, deben realizar tareas que les exigen un método y una disciplina, tienen una relación  con el prójimo que en el resto de los espacios sociales a veces no es posible tener dada la situación psicosocial de muchas familias, o porque no es fácil tener amigos ni hablar con un padre ni soñar un futuro con la novia.  La disgregación y la soledad del joven existen,  sólo mitigada por el esporádico  contacto en los encuentros musicales o por la intensidad de la droga o en el agujero de la depresión
 
En la universidad se trasmite una experiencia y un saber. La instrucción no es de primer nivel dado las condiciones infraestructurales. Cuando la enseñanza es masiva, la calidad se resiente a pesar de que hay una selección por rendimientos como en cualquier otra institución. Pero entrar a una universidad, aún sin claridad sobre sus objetivos, ni sobre la vocación, en un ambiente de estudio aunque se estudie poco, es un acto de resistencia contra la derrota cultural y educativa que trasmiten los adultos.
 
Muchos pregoneros del arancelamiento, varios hipócritas que se rasgan las vestiduras en defensa de pobres que supuestamente les pagan sus estudios a los ricos, son los mismos que apadrinaron ideológicamente la noche de los bastones largos y la represión del Proceso. Hay una larga tradición de desprecio y odio hacia la universidad laica en nuestro país. A estos se le suman algunos espíritus marketineros que denuncian la baja calidad educativa de los estudios superiores sin la mínima honestidad de mirarse para adentro y sopesar lo que hicieron ellos con la gran calidad educativa que recibieron en mejores épocas.
 
Porque es cierto que hay que tender hacia una cultura del esfuerzo, también es cierto que hay que ser exigente con los jóvenes para que se templen y no caigan en el facilismo. Pero a las facultades no van ricos, sino en su mayoría una clase media que ya es sólo media por su cultura y no por sus bolsillos. La universidad de Buenos Aires inventó un CBC para que durante un año los egresados del secundario sean acompañados en su orientación y formación y que no pasen por el filtro de un ingreso para el cual necesitan de muchos institutos privados y profesores particulares para entenderlo. Esto le cuesta al fisco 250 dólares por alumnos por año, la institución universitaria más barata del mundo. Un milagro pedagógico y económico.
 
La universidad estatal sigue siendo la de mayor prestigio internacional y la de mejor nivel académico a pesar de las privadas que cobran bien, pagan mal, y compran terrenos alfombrados con las ganancias.
 
La palabra calidad es importante, pero no apta para cholulos que la repiten como loros. En un país como el nuestro en que una selección por arancelamiento marginaría una nueva  población a la deriva, la cantidad es un valor inestimable. Me refiero a la cantidad de estudiantes y no a la cantidad de pesos que por su monto en nada cambiarían la única cifra que habría que cambiar: los sueldos docentes.