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Quiero destacar algunas frases de Foucault para esbozar un tema. En artìculo de 1964, llamado “La Locura, ausencia de obra” , comienza: quizás un día, ya no sabremos bien qué pudo haber sido la locura... 

En un reportaje que le hicieron en los últimos días de su vida, cuando el entrevistador lo interroga acerca de las relaciones que podían tener sus analísis sobre el uso de los placeres en la antigua Grecia, y la cultura californiana de la new age, Foucault responde asertivo: no encuentro semejanzas, por el contrario, al leerlos me digo: ¿ como es posibe que alguien haya pensado así? 

En la Arqueología del Saber dice Foucault: si sustituyendo la búsqueda de totalidades por el análisis de la rareza, el fundamento trascendental por las relaciones de exterioridad, la búsqueda del origen por el análisis de los cúmulos, si haciendo esta labor, uno es positivista, y bueno, soy un positivista feliz. 

Y ahora una cita de Nietzsche cuando se dirige a Lou Salomé: no hay que creer lo que uno piensa. 

A estas frases agrego una de Gilles Deleuze. Ha dicho y repetido, que los analistas de textos filosóficos creen que lo más importante es la actitud de sospecha, la demistificación, la crítica, no sólo se equivocan sino que son mezquinos, lo primero es admirar, nos falta ejercer la capacidad de admiración. 

Esto lo dice Deleuze cada vez que expone su pensamiento sobre Kant, que es la antípoda de su imagen del pensar, para prevenir que lo primero que hay que hacer es recorrer los admirables paisajes kantianos. 

¿Es posible tener respecto de los textos filosóficos una actitud paisajista? Para admirar hay que ver, mirar. Y sin hablar de la mudez de la fascinación o del hechizo, ya que no se trata de un golpe de enamoramiento, sino de un trabajo meticuloso - la genealogia es gris y meticulosa – ¿podemos estudiar los textos recorriendo su superficie, palpándolos con lentitud, deteniéndonos sus formas, entendiendo su superficie? 

Me refiero a una estética de la filosofía, a una mirada a la filosofía como un arte del pensamiento, en el que la construcción puede llegar a concebirse como un espacio de tres dimensiones. ¿ No habrá sido esta también la mirada de Bergson cuando al referirse al sistema del obispo de Berkeley nos habla de una lámina fina y trasparente? 

Hay en la hermenéutica filosófica una sólida tradición de análisis en el que la composición de los textos filosóficos ha sido descripta con hartante meticulosidad. Las exigencias de la labor académica se sostiene en este tipo de actividad. 

Hasta podríamos pensar que la exégesis filosófica no ha hecho más durante centurias que desbrozar con sus comentarios las claves de los filósofos, describiendo las doctrinas, siguiendo el orden deductivo de las proposiciones, rehaciendo con una nueva lectura el orden de la demostración. Pero imagino una lectura que no siga la densidad doctrinaria, sino un espacio en que la ideas existan por el modo en que se expresan y no por una supuesta carga que llevan, un textura inmanente en que lo que se piensa está en lo que se dice y en el cómo se lo dice. 

Tenemos la costumbre de hablar con extrema facilidad de estilos cuando nos referimos a las obras literarias, y de no hacerlo respecto al texto filosófico. Pero, sin duda, los filósofos escriben de una cierta manera, y hay algunos en los que la singularidad de su escritura es evidente. Pongamos el caso de Hegel, para observar la rareza de su modo de expresarse. Comenzar una lectura de la Fenomenología del Espíritu nos señala de inmediato que no entenderemos casi nada. Existe por suerte la existencia de los comentadores – a veces tan útiles – de siglos de lectura que nos preceden – para iniciarnos con los prejuicios necesarios para comenzar la tarea. Sin una idea previa de Hegel es imposible leer a Hegel. 

No sé si esto mismo ocurre con todos los filósofos, pero algunos de ellos nos permiten una más innmediata asociación con el lenguaje y el pensamiento cotidiano, y podemos fabricar nuestro propio malentendido. Ocurre con Platón,, Séneca, Hume, pero no con Heidegger. 

Pero la dificultad de lectura no es la única muestra de la existencia de un estilo y de su distancia respecto del lenguaje ordinario. 

Con esta idea del estilo y la superficie en el texto filosófico no quiero remitirme a un modelo derivado de una jerga que encontró su pepita con la palabra narración, o su émulo ficción. No estoy diciendo que toda filosofía es una narración ni una ficción, me parecen coqueterías de departamentos de letras que aún creen que la seducción se hace con abanicos y pañoletas. 

Necesitamos un modo porno de hacer filosofía, en el sentido de una muestra directa de lo que se trata, por eso digo paisaje, por que el el paisaje es relieve y tacto, olor y carnadura. 

Me da la sensación de que los intentos de leer los textos filosóficos en términos de estilo, hay muchos que lo hacen hace años, no pueden evitar la minuiciosidad, el listado de frases comparadas para ver si lo que se despliega es el tropo tal o cual, la lógica o la retórica tal, y un formalismo del que se ha hecho uso en los estudios literarios, que ha mostrado sus límites y especialmente su noria ( noia). No sé entonces si es tan interesante aplicarlo a los escritos filosóficos. 

Pero es en este aspecto que Foucault puede ser, o mejor dicho, ha sido interesante. De ahí la apertura con la que inicié la exposición: la distancia, el extrañamiento, del que hace uso Foucault. Insiste en mantener viva e inconclusa la capacidad de sorpresa, y la curiosidad. Si esto se pierde se cierra el espacio del pensar en el mismo momento en que uno se instala en el espacio del saber. 

Ver las cosas como un marciano, leer los discursos como un arquéologo, hacer – como en Theatrum Philosophicum – una meditación sobre la estupidez en el LSD y en el opio como si fueran puertas giratorias que nos mandan al desván del pensamiento. El filósofo busca la manera en que el pensar no sea una repetición de lo sabido, en que esta actividad posea la intensidad de lo sensible en donde pega, duele. Un goce del pensar. 

¿Cómo pudieron pensar eso? Esta extrañeza, este exotismo, nos saca de casa, es un viaje, y volvemos al hogar que notamos renovado. Hemos cambiado de piel y quizás veamos lo que siempre tuvimos frente a las narices y la rutina hizo pasar desapercibido. 

¿Qué es un arqueólogo? Por un lado e un buscador de archivos, alguien que desempolva los folios,a las carpetas y los legajos, en los que se asientan las medidas administrativas de la sociedad. En donde el Estado deposita los datos de su gestión. Por el otro es quien recorre la superficie de los discursos y ausculta su organización. 

La idea de capas, napas, muestra que la superficie puede concebirse como un hojaldre. Las epistemes, positividades y formaciones enunciativas, muestran al saber como un tejido conectivo que puede recortarse de diferentes modos. 

Habría que preguntarse si la cercanía casi permanente que tuvo Foucault respecto del discurso médico no ha determinado cierto aire anátomo-fisiológico de su pensar. Al menos en Las palabras y las cosas. 

Por otro lado la visión que tiene Foucault de los discursos incluye un “ afuera”. El pensamiento del afuera. Un exterior. Ëste es otro de los mojones que `puentean entre Foucault y Deleuze, son unos cuantos. Este exterior no es general sino que en Foucault está referido al exterior de la filosofía. En sus discusiones con Derrida, lo acusa de no poder vivir si no es en la madriguera de la filosofía. Filósofos que se ocupan de filósofos, y que remiten el pensamiento a grandes gestos de una historia de la filosofía que ya hace tiempo no impulsa el ritmo de los saberes. 

Pero no es en Blanchot – referente del afuera – sino en Dumezil en el que quizás haya que pensar en este exterior en el orden de los discursos. Hablamos de discurso, las formaciones discursivas, para recalcar una de las constantes de la época que no podía pensar sin la palabra “ formaciones” o la palabra “efecto” para instalar nuevos modos de pensar los determinismos y los azares. 

No dice texto ni teoría, sino discurso. El orden del discurso. 

Una de los modos en que mejor mostró la acción del afuera es en el Edipo Tiranós. Ahí se ve que el afuera se percibe por lo que pasa adentro. El modo en está organizada la sociedad, las órdenes, las relacion entre los estamentos y las jerarquías, diagrama el orden de exposición de la tragedia. Los rituales del simbolón, la mirada de dioses, reyes y esclavos, los pasajes del poder de la palabra de unos a otros, el valor de los testimonios, la práctica jurídica y sus innovaciones, son marcas en la escritura y en el desarrollo del drama, de las conversiones sociopolíticas de Atenas. Pero no funcionan al modo de la ideología, es decir de una causa ideológica que sostiene y explica al texto, sino en la forma expresiva del mismo, no en la ideología del autor, ni en. sus intereses. El texto no es un portavoz del afuera, un sistema inclusivo de determinismos causales sino efectos de una estructura. 

El afuera debe pasar por el tamiz de la forma trágica, del singular modo en que dispone su articulación poética, sus permanentes anfibologías y de su conexión con el espacio mítico. 

Son modos analógicos de explicar el funcionamiento del discurso. Lo que está afuera se decodifica de acuerdo a una unidad relativamente autónoma que actùa según sus propias leyes. Un sistema de analogía no de términos sino de relaciones. 

Pero no siempre es así. Veamos la noción de diagrama de Deleuze. A pesar de las complejidades que le agrega al concepto de Foucault, resalta un aspecto que puede resultar interesante. Sostiene que entre el orden de lo decible y el de lo visible, como los llama, las relaciones pueden ser variadas. No siempre son de simple analogía, pueden ser de tensión. Dice además que el poder es el diagrama que efectúa el cruce entre el lenguaje y la luz, lo visible y lo decible, como series que se cruzan y producen un determinado acontecimiento. 

Este idea de Deleuze ya había sido anticipada por Foucault en su arttículo sobre Panofski y en su pistolario con René Magritte. Las diferencias entre similitud y semejanza. Discurso y figura. 

Foucault ya havía señalado que la formación social organiza el poder en un sistema de redes. El análisis reticular dispone series. En un momento las series convergen hacen intersección en un punto en que una nueva serie puede comenzar. 

En Vigilar y Castigar las series de las instituciones de encierro – el discurso disciplinario - es independiente de las formas jurídicas – el discurso penal - , pero en un momento dado del siglo XIX, estas series paralelas, la de un discurso de reforma moral y penal y los mecanismos de clausura, se cruzan en el diagrama del panóptico. Oferta visual, arquitectónica, y, además, dispositivo correctivo de la conducta individual. 

Este cruce que da lugar al nacimiento de la prisión moderna, que resulta de una revolución industrial, de la explosión demográfica y del estallido de las ciudades, que hace que un lugar de encierro se conciba como una institución educativa en la que los cuerpos y las mentes se preparan como fuerzas de trabajo, pasa por el tamiz de dos series históricas que antes de converger transitaban por espacios independientes. 

En La empresa de vivir, analicé como dos series, la de la psicologìa social, la terapia de grupos de larga tradición en los EE.UU, y la serie de las innovaciones en la tecnología y la organización del trabajo desde la década del cincuenta en la industria automotriz japonesa, convergen en el nuevo modelo de sociedad gestionaria en el que la excelencia, el control de calidad y la creatividad grupal, renuevan el viejo arquetipo fordista. 

La convergencia de una serie guiada por el deseo de felicidad ahora declinada con la necesidad de cada vez mayor productividad, es una muestra extrema de la necesidad de la sublimación tal como la pensó Freud. 

Recordemos también en la Historia de la Locura el ismorfismo que plantea Foucault entre las palabras cartesianas y el gesto de encierro en el hospital general, esas dos caras de la razón. 

En el Uso de los Placeres y en El Cuidado de sí, hay otra muestra del modo en que Foucault hace este trabajo de marcar la acción del afuera en la constitución de los discursos. El pasaje del modelo civilizatorio de la polis a la metrópolis, es el marco cuyo análisis está ausente de una preceptiva moral a otra. Esta ausencia sin embargo incide realmente en el modo de producción de los textos, juega como un sujeto de la enunciación respecto del sujeto del enunciado. Sólo en una metrópolis imperial, dada la conformación de su estructura de poder, puede darse la separación entre un arte de vivir y una ciencia del gobernar. La figura del sabio se separa de la del legislador. 

Foucault, en estos últimos textos, no sólo elabora un ámbito de la subjetividad, sino que pone en relación las prácticas discursivas con las no discursivas, en el análisis de los textos médicos y filosóficos de la antigua Grecia, y la preceptiva estoica. 

La idea de pliegue de Deleuze, quiere marcar con la figura conceptual de variación continua un modo en que las instancias de subjetividad y objetividad, discursiva y no discursivo, visible y decible, no pasen por sistema discontinuo de articulaciones, en el que la palabra “y” no deja de separar aquello que dice conectar. 

En otros momentos comparé el modo en que Foucault realizaba este trabajo de conectar las prácticas discursivas con las no discursivas - como las llamaba en la Arqueología - con el rrabajo de Althusser sobre Rousseau. Althusser mostraba las marcas que la ideología contractualista dejaba en la construcción del texto. Lo explicaba por un sistema de defasajes o de desplazamientos, en los Rousseau salteaba las dificultades para reforzar su idea de una sociedad una, compuesta por un agregado de individuos, no quebrada por asociaciones parciales, o por clases sociales. 

Esta lectura se incribe en la teoría de las ideologías que muestra los mencanismos de conocimiento-desconocimiento de las representaciones ideológicas. 

En la Guerra del Amor instalé este tema en la problemática del amor cortés, para incursionar en los modos de cruce de la poética romance con los nuevos escenarios históricos de los años mil. El sujeto de la enunciación de esta poética no era un espacio trascendental formal, sino un dispositivo histórico en el que desde lo macrohistórico, la cultura del al andaluz, a las formas de la recepciòn de los cantos de los trovadores, las renovaciones arquitectónicas, las nuevas formas de la sociabilidad palatina, las reconstrucciones parentales, el peso de la teología cátara, mostraban a un orden discursivo, poético, como un lugar de intersección de una red. 

Estas cuestiones tienen que ver con lo que Deleuze llama imagen del pensar. Se trata de ver si es posible pensar de un modo que no depende de una idea de causa, de un tipo de determinismo mecánico, dialéctico, o, ventrílocuo. Sin embargo, a veces parece que la fuerza de gravedad de la época, el peso del lenguaje cultural hace difícil escapar de ciertas repeticiones. 

Para salir de una idea de causa en ausencia - como una de las formas de lo negativo y de un modelo freudolacaniano de determinación - y pensar desde un lugar de positividad y afirmación, tanto Deleuze con su idea de variación continua, como Foucault con el esquema reticular y serial, apuntan a un pensamiento desde la inmanencia. 

Vuelvo a la lectura de textos filosóficos. Una cita e Thomas Bernhard, de su libro Los grandes maestros. La verdad es que no amamos a Pascal porque sea tan perfecto, sino porque, en el fondo, es tan desvalido, lo mismo que amamos a Montaigne, que buscó toda su vida sin encontrar nada, a causa de su desvalimiento. Efectivamente, amamos a la filosofía y todas las ciencias del espíritu en general sólo porque son absolutanmente desvalidas. En verdad sólo amamos los libros que no son un todo, que son caóticos, desvalidos.