Blue Flower

                                    

Un anguila es un adolescente de la tribu de los anguilas, varones que son águilas de la tierra, rapaces, inalcanzables, furiosos y crueles, además, en este caso, húmedos. Por lo tanto un monstruo, un fuera de especie, pero no porque tenga la marca de Caín sobre la frente sino por estar fuera del alcance de la crítica.

Los críticos tienen un proceder rutinario cuyo instrumental determina el tipo de disección que llevan a cabo. Los pasos a seguir, los surcos que se trazan y el fraccionamiento del cuerpo del autor, responden a la forma de las piezas qujirúrgicas de la crítica especializada.

Federico León escribe teatro y guiones para cine, y es director de escena y de cámaras. Es generoso. En la obra que se representa en el Teatro General San Martín, El adolescente, tiene la generosidad de incluir en la presentación del texto, en el programa, en alguna entrevista que concedió, que la obra se inspira en varios libros de Dostoievsky, Los demoniosLos hermanos karamasovEl dobleEl eterno marido. Dice: “la pluralidad de voces y conciencias independientes, la polifonía de voces autónomas es una de las características fundamentales de las novelas de Dostoiewsky. Pienso que esta forma de polifonía se traduce en nuestra forma de construir”.

Gracias a esta generosidad de Federico el crítico ya tiene de qué hablar. Puede decir Bakhtine, Propp, estética de la recepción, escritura barroca, puesta en fuga de los textos, modelo gregoriano de Bertolt Brecht, argumento nasal de Cipe Lincowski y principio de carnadura de Bartis.

El crítico necesita mostrar lo que sabe, y hay obras, en cine o en teatro, que dificultan la tarea profesional. Pasa con los médicos y pasa con los plomeros. Falla un cuerito, o padecemos un catarro rebelde, y el médico y el especialista en caños y desagües no permitirá que la pequeñez de la causa soslaye su investidura: hará un recorrido global, preguntas interesantes, hipótesis meditadas, y dejará en al aire un diagnóstico incierto. Se tomará su tiempo.

Hay películas que se resisten a la compulsión asociativa que la conecta a varias series en la que se introducen directores, escuelas, otras películas, nombres raros para el lego pero invalorables para el culto, y dejan poca tela para el comentario. Es el caso reciente de El juego de la silla, que sólo era una gran película y no un trampolín para la fama del crítico. 

Claro que hay servicios de emergencia, pero son los vulgares, sin encanto, con nulo poder de seducción, superficiales y previsibles. Hay críticos que lo único que hacen es contar la película, a veces hasta el final, otras las cuentan toda y se reservan el desenlace, dan un puntaje en estrellas, dedos, números cardinales o calificaciones escolares como “ bueno”, excelente”, “ regular”, “ un dedo”.

Lo mejor es contar la película con el estilo de un folleto de agencia de viajes, se muestran bonitos paisajes, principales hoteles, algunas frases útiles, lo necesario para tener una idea rápida y fundamentalmente sencilla, y luego sí, pasadas las diapositivas, sale el equipo galáctico a la cancha: Brian Paja Fatal de Palma, Kusturica, William Faulkner, Irving Thalberg, Stephen Crane, Noel Coward, Ousmane Sembène, Billy Wilder. Ha quedado consagrado el supuesto saber del crítico que sale de traje detrás del dream team.

Después están las tendencias, los ideologismos, a little help from( to) my friends, y el extraño crítico benevolente, personaje frecuente en la sección espectáculos, que es querido por todos porque se sabe que si va a ver la obra siempre dirá que es muy buena, o bien buena, o bastante buena.

Pero la inteligencia es fáustica. Desde una concepción pobre y mezquina de la crítica se trata de que el crítico la “pueda” a la película, y que el espectador con el tiempo también la pueda después de haber sido podido por el crítico. Ir al cine se convierte en un combate escolástico, con un resultado repetido: la paulatina descomposición del género.

Pero no por exclusiva responsabilidad del crítico, sino por un proceso de saturación acelerado por el saber arrogante. Ha pasado con el teatro y la radionovela, antes se iba al teatro para ver la obra, hoy los que van lo hacen para confirmar o refutar un saber, y un pertenecer.

No me quiero olvidar del crítico mico, es quien zapatea de alegría y cuando suelta el guineo y los maníes aplaude al ver en escena a un “grande de la escena”, a la “señora Mirtha Susana de…”, a Alfredo Norma Federico Marilú…Chabrol, qué maravilla! No se lo pierdan!

El crítico mico va al Teatro General San Martín y sube al primer piso para las Variaciones Golberg con Alfredo Alcón, en una pieza montada por Roberto Villanueva, bien montada, como se monta un burro una potrilla virgen y le destroza los ligamentos y músculos del útero. La potrilla es Glenn Gould, un genio del piano al que le roban tres acordes para presentar una serie de discursos a lo Leandro Alem esquina Holocausto. Los micos en éxtasis.

Pero, en el mismo teatro, abajo, bien abajo, en el subsuelo, en una salita dan El adolescente, una obra anguilosa que a gracias a la introducción de Federico podemos desbrozar: “ Propongo un texto y ese texto es atravesado por diferentes actores, con modalidades de actuación distintas, de diferentes edades y modos de pensar. No somos una compañía, no coincidimos en una única mirada sobre el teatro. Esta diversidad, esta polifonía, crea un “ cocktail”, cruza de mi primera mirada, renovada por los actores”.

En la obra hay tres actores de quince años que trabajaron con Federico un año y medio, y dos adultos, uno de ellos uruguayo, Miguel Olivera, un enorme Adán hecho con barro del Río de la Plata. No hay mujeres, ¿ por qué no hay mujeres en la obra sobre adolescentes? Porque Federico no tiene idea de quienes son, o mejor dicho, tenía una idea de los varones, pero las mujeres son su costilla, se la pone y se la saca, pero no la mira.

He cometido un gravísimo error pero sigo adelante, no tacho, hago como César Aira y Leibniz, corrijo agregando. Olvidé mencionar Cachetazo de Campo, una obra con un hombre y una madre y una hija, las dos maravillosas, salimos con el alma hecha una gelatina y con ganas de besar a alguien, a ellas.

Vuelvo al San Martín. Federico, en su folleto, nos explica la obra: “ Dos adultos  infiltrados entre adolescentes, intentan,a la fuerza, recuperar su juventud. Se ponen a prueba para adquirir el estado de gracia adolescente; una energía que les permitirá sudar, volver a creer en algo, perder la cabeza, enamorarse”.

Gracias a su generosidad podemos orientarnos en una obra que no trata de nada, porque las obras de Federico tratan de cosas intratables, por ejemplo Mil quinientos  metros sobre el nivel de Jack, es la historia de la melancolía de la esposa de Jacques Costeau que reclama por un esposo que vive bajo el agua, que sólo lo ve en los documentales, tiene un hijo buzo, y vive metida en la bañera porque puede sumergirse y hablar con su esposo en el único espacio común que les queda, el submarino.

Los diálogos tienen que ver con el asunto, hay un nene que necesita un padre y un televisor, porque vienen juntos, la madre se queja porque buzos eran los de antes, el hijo dice que lo importante es estar juntos, mojados pero juntos, la madre le pide que hunda la cabeza en el agua porque el padre quiere verlo, repite que no se casó con un molusco y extraña a su esposo.

Pero la obra no es cómica, ni tiene gags, es conmovedora. Menos quizás que Cachetazo…, El adolescenteEl museo Miguel Angel Boezzio.

Alguien, un director de teatro, no recuerdo cuál, criticó El museo porque le faltaba el respeto al personaje, un supuesto paciente externo o dado ya de alta del Borda que oficiaba de actor. Lo mismo se dijo de Historias mínimas de Sorín, esa falta de respeto por personajes comunes y mínimos, vistos con aparente candor y acortonado despojamiento.

Pero no hay superioridad del director ni del espectador frente al personaje, ni en Nino Manfredi ni en Sorín ni en Poloseki, porque todos somos mínimos y comunes, cholulos y simplotes, claro, para los que nos conocen bien, rara vez para nosotros mismos. Hay muchos que creen en la facha que les resulta del roce social, de la impronta competitiva, de la paranoia en defensa propia, pero la fragilidad es la esencia del hombre. Lo dijo Glenn Gould, el genio antes mencionado: cuanto más miramos a un hombre más tullido nos parece (cita de Thomas Bernhard en El malogrado). No es, entonces, inferiorizar sino estar a la par en la conmovedora ridiculez que nos reune y que nos reviste con más frecuencia que en los que pretendemos proteger ( Debenedictis, protagonista de la película de Sorín, no sólo no necesita protección, nos protege hasta de los críticos).

 El adolescente trata de la forma adolescente, como diría Gombrowicz. Chicos que corren, se excitan y sobreexcitan, cambian de estados de ánimo con una máxima aceleración, se golpean y tiran cosas por la cabeza, una guitarra siempre en el horizonte o bajo el brazo, cascos de moto que revientan a cascotazos, cantan a coro letanías sentimentales sin destino ni encabezamiento: como un torpe en la arena…como un torpe en la arena, es una banda que se llama “los remeras”: los remeras son así: energía desesperada que ya no repara en las consecuencias con tal de producir impresión en el momento.., y cortan las corridas, los golpes, las risas y los bajones con pensamientos extraños: siempre hablo mucho, muchas palabras, y nunca me sale lo que quiero decir ¿Y por qué digo yo tantas palabras y no me sale? Porque no sé hablar. Los que saben hablar bien hablan poco, los que saben. Pensaba al principio, callarme, pero callarse supone un gran talento y a mí no me va bien y en segundo lugar, callarse, a pesar de todo, tiene sus peligros, bueno, decidí definitavemente, que lo mejor es cantar.

Cuando un director pone en escena a Jimena Anganuzzi y Miguel Olivera y actúan como lo hacen, es responsable y partícipe de esa labor. Los actores de Federico son….sí, eso, son.

Se estrenó la película Todo juntos. Primero el título que en el día del preestreno del Malba un distraído corrigió y puso Todos juntos, no, es Todo-Juntos. El título es tautológico, es dos veces lo mismo, todo y juntos es lo mismo. Es la historia de dos jóvenes que no se pueden separar porque están juntos, tan juntos que sus padres se conocen, ellos conocen a los padres del otro, pero no sólo se conocen, sino que están todos emparentados. Tan emparentados que no cogen, digo cogen en el sentido de coger, es decir de no juntos y no todo, sino en parte y a veces.

Porque coger, si se me permite la disquisición, es una aventura del hombre en la que la separación es necesaria, un poco de odio también, basta ver como se la coge un pato a una pata, parece que la está matando. La pisa, se le sube encima, la picotea, la inmoviliza, la pata no hace nada, mira la hora, están un buen rato y luego se despegan, la pata zarandea el cuerpo del mismo modo que lo hace cuando se seca, y el pato remueve su panza mientras camina para cualquier lado.

En la sinopsis que hace Federico del argumento de la película, dice: “ En Todo juntos presenciamos el “estado terminal” de una relación. Asistimos al momento previo a la disolución […] Todo juntos trabaja la idea de que todo puede ser conversado”.

La idea de que todo puede conversarse en el Todo y en el Juntos, o en el Todojunto para decirlo de una sola vez, es importante para entender la disolución, como la llama Federico, de lo que en otra frase distingue como “intento de separación de una pareja”. Conversar todo, y, agregaría, mirar largo y profundo. Observando a Jimena Anganuzzi, y al mismo Federico, los dos actores de la película, veo en ellos a dos mirones casi profesionales, no digo voyeurs, sino miradores sostenidos en el azul de la melancolía. Jimena mira y es Isolda, Federico mira y es Isoldo, no Tristán. Son Isolda e Isoldo y no Tristán y Tristana ( esta última situación ha sido representada en la película ¿Quién le teme a Virgina Woolf?, con Richard Burton y Elizabeth Taylor). Pueden mirarse un buen tiempo y perderse el uno en el otro, hasta que dejan de mirarse y se sientan uno al lado del otro. Es aquí en donde comienza la película, en lo que llama el estado terminal de la relación, cuando ya no conversan ni se miran, los dos modos de estar que fueron fagocitando el coger, hasta que tampoco pudieron sostenerse por esas cuestiones del erotismo por las que el no mirar mucho ni conversar tanto mantiene el deseo.

La genialidad de Federico es haber pensado el desenlace en el modo en que lo hizo. Porque dejar que la novia coja con otro, o incluso motivarla a que lo haga, es una clásica maniobra de despegue deseante, cambia por un momento la mirada de los miradores y sin cambiar la conversación la interrumpe. Lo que hace Federico es tomar un remís con Jimena, y el taxista al ver que son dos pimpollos desconectados, la viola a ella en el asiento de adelante mientras Federico atrás escucha los gemidos de Jimena, y luego lo coge a Federico en idéntica situación. La película termina con los dos en un recreo en las afueras de Buenos Aires, con dos tazas de café con leche, mirando a la cámara mientras esperan que los vengan a buscar.  

Que una relación simbiótica se fisure por una doble violación es un caso clínico muy sofisticado. Es el comienzo de una nueva vida para ambos, sin tanta conversación ni tanta mirada, gracias a un alegre taxista que les metió el chancho, el chancho ( real) con el que comienza la película, el que Federico lleva de las patas al cuchilleo; ese sacrificio en pos de la morcilla es el que aparece entre tantos padres, tíos y miradas.

Todo juntos es la iniciación a la vida normal de dos jóvenes, a la existencia sin ton ni son, la del aire y los perfiles, la de las fisuras y los remiendos , porque la sexualidad es tangencial, no se dispone en un frente de miradas ni en un encare de rostros que mueven la boca, ni en una interioridad centrípeta, es de costado, como la mejor cópula, y crítica.

(2004)