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 Las ilustraciónes corresponden a Obras de Marcos Borio


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  
  


 

 

Tomás ABRAHAM, Historia de una Biblioteca. De Platón a Nietzsche. Buenos Aires, Sudamericana, 2010.

Feria del Libro, 9 de mayo de 2010, 20 hs.

por José Emilio Burucúa

 

Agradecimiento a la editorial y al autor por el hecho de haberme convocado.

 

La lectura de Historia de una Biblioteca se ubica entre las sorpresas agradables y jocundas que depara la vida cultural en la Argentina. Por un lado, cada vez resulta más difícil imaginar que pueda aparecer un libro como éste en un país como el nuestro, donde el autoritarismo y la ignorancia militante dominan el centro de la escena. Porque la obra de TA que hoy presentamos es el trabajo de un espíritu libérrimo, sabio y culto. La Biblioteca del título existe de verdad en la vida de nuestro autor y en su cabeza, y se trata de un repositorio amplísimo, viviente, que apenas un puñado de personas conocen de este modo entre nosotros. Uso la expresión de “hombre libérrimo” para apuntar a la soltura y al increíble desparpajo, que sólo un intelectual que ha leído y meditado a fondo los materiales de los cuales se ocupa puede aunar al ejercicio sistemático de la argumentación fundamentada tal como se despliega en este texto. De todos modos, en una sociedad y una universidad a menudo tan envaradas, tan ridícula e hipócritamente solemnes como las argentinas, o tan fieles a sus vacas sagradas de izquierda y de derecha, de su catolicismo tentacular y de su progresismo culpógeno, que un profesor con todos sus antecedentes, títulos y trabajos en perfecto orden, tenga el coraje que hoy exhibe Tomás al presentarnos las cuestiones más complejas y más altas de la filosofía con esta gracia, con semejante fuerza emocional y, muy a menudo, con una vis inesperadamente cómica sin perder un ápice de su riqueza y de su gravedad, es un signo infrecuente de buena salud cultural que debemos festejar. Más aún, hay que agradecerle desde el fondo de nuestros corazones. Enseguida daré algunos ejemplos.

 

Claro que, por otro lado, una universalidad semejante a la que nos presenta Historia de una Biblioteca , un conocimiento tan vasto y saltarín de la bibliografía del campo, entiendo que sólo tres o cuatro países en el mundo poseen el patrimonio y el perspectivismo necesarios para hacerlos posibles: EE.UU., Nueva Zelanda, Colombia y la Argentina, si ustedes me permiten, todos ellos en los Nuevos Mundos, no en la vieja y querida Europa. He ahí una virtud, una potencia (en el sentido aristotélico) argentina que contrarresta, según creo, el criptofascismo hegemónico y que, más que asombrarnos de que todavía exista en este lugar del mundo, sería bueno que fuera materia de regocijo, de optimismo y de gran apoyo de nuestra parte. De manera que el libro de TA nos revela las luces y las sombras del presente de lo que tozudamente me animo a llamar la civilización argentina, con lo que hago el debido sacrificio en el altar de esta Feria consagrada al festejo “con libros” de nuestro Bicentenario. Pero vayamos a las cuestiones concretas de cuáles son las bondades más evidentes de la obra de Tomás.

 

1) Disponemos, por fin, de un equivalente muy atractivo de las Lecciones preliminares de filosofía que escribió García Morente en los años ’30 o bien de los Principios de filosofia: Una introducción a su problemática que publicó Adolfo Carpio en los ’70-’80. El libro esperado para recomendar a un adolescente avispado que tenga el berretín de estudiar filosofía. Ese lector in fabula encontrará aquí no sólo la exposición de los temas que trataron los más grandes autores de la tradición de pensamiento comenzada en Grecia y aún en curso, o referencias a sus vidas y las de sus coetáneos que ayudan a explicarse mejor el despuntar de algunos problemas filosóficas y las soluciones que se procuró encontrarles, sino que los modos de exposición de tales cuestiones han de servir al filósofo bisoñísimo para tener una primera experiencia intensa de los métodos, los instrumentos y las prácticas de la disciplina. Aprenderá entonces, y lo hará muy bien, cosas fundamentales y corrientes de los manuales, como la teoría platónica de las ideas, la enciclopedia aristotélica, el argumento ontológico de San Anselmo, el cogito cartesiano, la sustancia única y divina de Spinoza, la monadología, el despertar kantiano del sueño dogmático y la constitución crítica del sujeto escindido, el nihilismo cristiano de Kierkegaard, el ateísmo religioso de Feuerbach, la muerte de Dios. Pero también tendrá contacto con ciertas nociones que no suelen aparecer en los manuales generales y que no son curiosidades o pintoresquismos en la historia de la filosofía sino pliegues de su desarrollo que desbordaban de descubrimientos y significaciones nuevas, i.e.: el simulacro, el monismo mundano y la moral de los estoicos, la parrhesía o el hablar sin dobleces de los cínicos ante los poderosos (hallazgo que Foucault trajo a la palestra), los reproches de cinismo intercambiados entre Habermas y Sloterdijk, el papel de los esenios en el mundo antiguo, el amor, el sexo y la confesión desde los primeros cristianos hasta el siglo XI, la lexicografía de Maimónides, la creación humorística de la figura del Genio Maligno que llevó a cabo Descartes, las ficciones filosóficas de Hume y Kant, el republicanismo radical del ciudadano Paine, la fusión necesaria de la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith con su Riqueza de las naciones, Kierkegaard y la inauguración de un nuevo typus: el escritor de filosofía.

 

2) Al contrario de muchos colegas, TA presta, a lo largo de todo su libro, una atención especial a los contextos y determinaciones históricas del pensamiento. En este sentido, nuestro autor suma a la compañía de grandes filósofos contemporáneos –Heidegger, Althusser, Foucault, Deleuze, Arendt, Badiou- que lo han ayudado a comprender a los autores lejanos, los antiguos y los medievales, sobre todo, el auxilio de grandes historiadores, no de la filosofía, sino cultores de la  histoire totale: Jean-Pierre Vernant, Marcel Détienne, Paul Veyne, Peter Brown, Jean Daniélou, Jacques Le Goff, Fernand Braudel. Destaco también los casos de Clastres, un antropólogo político, y de Martínez Estrada, un insigne hombre de letras argentino, quienes, ambos a propósito de Montaigne, también ofician de Virgilios en el viaje dantesco de Tomás. Vemos así hasta qué punto la existencia de la pólis fue condición de posibilidad de la invención griega del filosofar, mientras que la ciudad medieval lo fue de las summae de la escolástica, los grandes burgueses y los príncipes del Renacimiento favorecieron y necesitaron el humanismo novedoso de Erasmo, Rabelais y Montaigne, la burguesía holandesa creó los marcos para el florecimiento moderno del judaísmo y de una de sus mayores herejías, el espinocismo. La inteligencia de detenerse en Nietzsche: primo, porque el procedimiento de emplear filósofos recientes a guisa de nuestros lazarillos imprescindibles ya nos ha entregado elementos e ideas preciosas sobre la filosofía contemporánea y la articulación del pensar propio de TA con ella. Secundo, porque, probablemente, aquellas correspondencias baudelairianas entre devenir económico, social y político de los hombres y las cuestiones y los métodos de la filosofía serían casi imperceptibles en el caso de lo que los colegas franceses llaman una histoire du temps récent, que deberíamos emprender en cuanto a la filosofía del siglo XX.

 

3) Presencia de una dialéctica, que nunca se oculta, entre la fidelidad de la filología al pensamiento ajeno y la apropiación personal que el filósofo, que es TA, hace de toda esa historia para contarnos su propia perplejidad frente a lo real, su crítica y su amor por el mundo.

 

4) El estupor que nos sacude y nos enriquece a partir de ciertas hipérboles en la exposición de TA. Pienso en el San Pablo aunado a Lenin y a Mao por su anti-imperialismo (<<Badiou), en los modelos de penetración y erección peneal en torno a la tecnología agustiniana del Yo, en la aproximación entre Erasmo y Stefan Zweig (Bruno y Trotsky), en la planificación de la derrota de Hegel en la Francia de 1960-1980. La cúspide de estas hipérboles: pp. 299-301; “Sodomía y filosofía” a propósito de Descartes y el cogito. Nada tiene que ver con que Descartes hubiera podido ser gay, como creí al principio, sino con un habitus de nuestra cultura de la sospecha y de las culpas remotas y anacrónicas que consiste en endilgar a alguien como Descartes, por ejemplo, fundador de la matematización de la física y, por ende, de la ciencia moderna y de su potencial tecnológico, los desastres ecológicos del siglo XX y la tecnificación del asesinato de masa en el universo concentracionario nazi. Hago una referencia satírica final a las cátedras de los años ’70 que TA denomina “cátedras de Sodomía Nacional”.

Auguro el éxito del autor pero también me permito prever grandes escándalos a partir de páginas rabelesianas, dueñas de un sarcasmo radical, como la que acabo de mencionar. Felicitaciones y respeto por tamaña valentía.

 

El error histórico garrafal de la página 147: no era Geniol sino Nervigenol, que tanta falta me hace desde algunos años a esta parte.