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Las ilustraciones de este número corresponden a pintores del siglo XVII

 


Segunda breve historia de la filosofía 66
El liberalismo

John Locke es un filósofo liberal aunque no hayamos encontrado en sus escritos la palabra “liberal”. Escribe la mayor parte de su obra en pocos años, entre 1687 y 1693. El liberalismo filosófico dispone en una sola pieza a la libertad con la propiedad. La propiedad reune a la vida, la libertad y los bienes. Para comenzar somos propietarios de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de lo que su ejercicio genera, y también de nuestra alma. Dice Locke en su Carta sobre la tolerancia: “ El cuidado del alma de cada hombre le corresponde a él mismo y debe ser dejado a él solo”.

Y en su Segundo Ensayo sobre el gobierno civil subraya: “ el hombre – al ser amo de sí mismo y propietario de su persona y de sus acciones y trabajo – tienen en sí mismo el gran fundamento de la propiedad”.

Hay quienes interpretan al liberalismo como una de las formas del individualismo, y al individualismo como una expresión del egoísmo. Sin embargo, bien puede considerarse que predica valores diametralmente opuestos. Hay un postulado de la natural sociabilidad del hombre, de la empatía respecto de los otros, de un ideal de comunidad y de humanidad, y de soldadura entre la preservación de sí y el cuidado de los otros.

El estado de naturaleza se opone – a la inversa de Hobbes - al estado de guerra. En el primero predomina la buena voluntad y la ayuda mutua; en el segundo la enemistad, la violencia, la malicia y la mutua destrucción.

Locke afirma que Dios no quiso que el hombre estuviera solo, por eso lo puso bajo “fuertes obligaciones de necesidad, conveniencia e inclinación, que lo llevaron a vivir en sociedad, así como lo dotó del entendimiento y del lenguaje para continuar y disfrutar la dicha sociabilidad”.

En el liberalismo se trata de conciliar la generosidad con la utilidad. Como los filósofos de su tiempo, Locke piensa que la conservación de sí y el deseo de vivir es la esencia de la naturaleza humana, en realidad, lo es de todo ser vivo. La comparación del hombre con lo que llaman “bestias” es frecuente. Pero este instinto de supervivencia en lugar de encerrar a los hombres en su propia codicia y aislarlos, los une en la necesidad común.

El estado de naturaleza es feliz, porque es abundante. Con Locke, a pesar de las obligadas invocaciones a Dios nuestro Señor gracias a quien somos lo que somos, hay una presencia de la tierra, nuestra “mansión”, como dice el filósofo inglés, que hace que seamos hijos de la tierra, dueños de los bienes terrenales, de su disfrute, y del bienestar que nos deparan.

El problema es que en esta felicidad hay sombras. Éstas provienen de que todos los hombres son iguales, son reyes de la tierra, y, por lo tanto, jueces de lo que les conviene o de lo que los perjudica. No existe una instancia común y exterior que medie y arbitre cuando se producen conflictos.

A pesar de que las riquezas son abundantes y hay tierras para todos, la paz no es segura porque siempre hay quienes intentan aprovecharse de los otros y pretenden tener más de lo que tienen. En el capítulo del Segundo Ensayo “ De los fines de la sociedad política y del gobierno”, dice: “ Hay incertidumbre en el estado de naturaleza,y el disfrute de la libertad y bienes está expuesto a la invasión de los otros, pues al ser todos los hombres reyes por igual, quienes no observan la igualdad y justicia, vuelven inseguras las posesiones”.

Locke piensa en una sociedad en la que los hombres en su mayoría son propietarios. No son los esclavos, que son cautivos de guerra, pero sí los hombres libres, aquellos que trabajan y producen lo generado por su esfuerzo. Una sociedad de pequeños y medianos propietarios que hace uso de la generosa disponiblidad de tierras.

El problema comienza con la introducción de la moneda que crea la desigualdad, introduce una medida desproporcionada de los valores, y provoca una redistribución de riquezas al margen de las reglas de la sociedad.
 
 

Segunda breve historia de la filosofía 67
Un primer empirismo
 

Bertrand Russell en su History of western philosophy dice que hoy no nos damos cuenta de los efectos revolucionarios que producía la teoría del conocimiento de Locke que hacía depender el uso de la razón de la percepción. La mencionada morada de los hombres, la tierra, ámbito de producción, asociación y placer, se completa con la elaboración de los modos del conocer a partir de las sensaciones.

Los sentidos son nuestra ventana al mundo. La epidermis, el olfato, la vista, el gusto, el oído, son porosos, puentes de comunicación, fuente y recepción de información. No hay entendimiento sin sensaciones. La otra materia prima del conocimiento es la reflexión, es decir la conciencia que tenemos de las operaciones de nuestra mente.

Locke en su interminable obra Ensayo sobre el entendimiento humano define a las ideas como objetos del acto de pensar. Todas las ideas vienen de la sensación o de la reflexión. Pregunta: ¿de dónde saca la mente toda su riqueza?. Responde: de la experiencia. Dice en el capítulo “De las Ideas”: “ Las observaciones que hacemos acerca de los objetos sensibles externos, o acerca de las operaciones internas de nuestra mente, que percibimos, y sobre las cuales reflexionamos nosotros mismos, es lo que provee a nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar”.

Su Ensayo...trata de las ideas, del conocimiento, de las sensaciones, de los elementos del lenguaje, de la utilidad de las partículas, de los abusos semánticos de metafísicos y escolásticos, de ideas simples e ideas complejas, de la verdad y de la probabilidad, de los límites y de la relatividad del lenguaje moral, todo en un lenguaje llano y tedioso, minucioso y monótono.

Lo que nos interesa es su finalidad y la estrategia que arma para llegar a ella. A Locke le interesa mostrar que hay verdades fuera del conocimiento humano. Pero esto no tiene que desesperar a nadie, por el contrario, el hombre tienen tareas de gran interés a realizar con su ánsia de saber siempre y cuando lo encuadre en lo que les útil en y para esta vida.

Dice que debemos regular nuestro asentimiento y moderar nuestras persuaciones. No existen un facultad de alto contraste, binaria, entre la certeza absoluta y la ignorancia o la falsedad. Hay grados de conocimiento que no descartan a la opinión o la fe. Nuestra mente deber ser más cauta.

Pide “ detenernos cuando se llega al límite de nuestra atadura y asentarnos en una reposada ignorancia”. Dice que en “nuestra mansión” los hombres encontrarán suficiente materia para ocupar sus cabezas y para emplear sus manos con variado gusto y satisfacción. Eso mientras no entremos en conflicto con los límites de nuestra constitución. Debemos dedicarnos a lo que nos es útil y no exigir certeza allí donde sólo podemos aspirar a la probabilidad.

Conocer el alcance de nuestras capacidades nos cura del escepticismo y de la pereza. “ Nuestro negocio aquí – nos recuerda - no es conocer todas las cosas, sino aquellas que tocan a nuestra conducta”.

La primera parte de su libro lo dedica a criticar la teoría de las ideas innatas fundamentalmente elaboradas por Leibniz. El filósofo alemán le responderá in extenso en su Nuevo tratado sobre el entendimiento humano.

No hay principios innatos en la mente, dice Locke, que haya consenso universal sobre ciertas cuestiones no prueba que haya nada innato. Un principio de no contradicción que diga que no es posible que una cosa sea y no sea a la vez, no está impresa naturalmente en el alma. La razón que nos da para verificar su aserción no deja de ser extraña. Dice que ni los niños ni los idiotas conocen un principio así a pesar de tener alma.

No hay nada innato, todo razonar es búsqueda, mirar en torno y requiere solicitud y aplicación. Locke es práctico, cuando elabora el tema de los sentidos y comienza por el tacto, al distinguir solidez de dureza, nos dice que para quien quiera saber qué es la solidez, que agarre una pelota entre sus dos manos y trate de juntarlas.
 
 

Segunda breve historia de la filosofía 68
Formas de gobierno y de placer
 

Para Locke el absolutismo es perjudicial en todos los sentidos. Lo es como teoría del conocimiento y lo es como forma de gobierno. Un monarca absoluto no deja de ser un hombre como los otros, pero mientras el resto de la comunidad a través de un pacto, de un consentimiento compartido, está dipuesta a renunciar a las arbitrariedades que otorga el estado natural, hay un solo hombre, el monarca, que se arroga permanecer en dicho estado y amenaza así al resto de la sociedad civil con la inseguridad proveniente de sus defectos ya conocidos.

Al contrario de Hobbes, para Locke, el Leviatán es una fuente de inseguridad y de guerra probable. Del mismo modo en que se defiende contra los absolutistas políticos, Locke también lo hace contra los absolutistas del conocimiento.

Leibniz, en su Nuevo Tratado... compara a los empiristas con los animales. Quien supone que el conocimiento nos llega por vía inductiva, lo que el filósofo alemán llama “ejemplos”, o en la probabilidad basada en nuestra propia experiencia o en el testimonio de la experiencia de los otros, hace lo mismo que los animales “ que afirman que lo que una vez ha sucedido sucederá también en otros casos aparentemente análogos (...) De aquí procede que les sea tan fácil a los hombres hacer cautivos a los animales y que los simples empíricos cometan tantos errores”.

Para Locke este tipo de aseveraciones, poco provechosas a la sociedad, es propia de lógicos, aficionados a la disputa y a los herederos de las metafísicas. Le debemos a otros hombres de conocimiento – nada escolásticos - el bienestar de nuestra comunidad, a ellos les somos deudores de la paz en la que nos es posible vivir, de nuestra seguridad y libertades. Labor de quienes son despreciados con el nombre oprobioso de iletrados “mecánicos”, que son , finalmente, los generadores del progreso por su conocimiento de las artes útiles.

Russell dice que Locke es el filósofo de la Revolución Gloriosa de 1688, llamada así porque no hubo derramamieno de sangre en el derrocamiento de James II y la posterior coronación de William III de Orange. Con este acontecimiento el parlamento cumplirá de ahí en más un papel dominante en la política británica.

Locke sostiene que la monarquía absoluta debe reemplazarse por un gobierno en el que la legislación y la ejecución de las leyes estén determinadas por la voluntad de la mayoría. Dice que la comunidad es un cuerpo que debe tener una dirección, que no se puede guiar por la infinita diversidad de opiniones, lo que provocaría un caos ilimitado, sino por la fuerza de gravedad de lo que tiene más peso, más número.

Se excluyen, como es costumbre de época, a las mujeres – aunque les reconoce potestad patrimonial -, esclavos, y dependientes sin propiedad.

El Estado promulga leyes, tiene el monopolio del castigo, y decreta la guerra o promueve la paz. Es legislativo frente a sus propios representados y federativo respecto de las otras naciones. El gobierno, a diferencia de Hobbes, es parte del contrato.

Russell dice que Locke es el más profundo de los filósofos modernos. Lo que no quiere decir que su filosofía sea verdadera. Para él, Locke apostó a la credibilidad en desmedro de la consistencia. Pero, agrega, la mayoría de los filósofos hacen lo opuesto. Una filosofía sin consistencia puede no ser verdadera, pero una filosofía consistente puede ser completamente falsa.

Russell considera que la filosofía más fructífera es la que tiene inconsistencias a la vez que elementos de verdad.

Respecto de la ética de Locke, es simple, el hombre busca la felicidad. Existen los sentimientos amables y hay que multiplicarlos. Nos ayuda nuestra natural sociabilidad. Pero Russell dice que el problema es más complicado. Por un lado, Locke como anticipo de lo que será la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham, dice que la felicidad se traduce por placer.

Hay dos tipos de placeres, el inmediato y el postergado. Cuando se habla de placer siempre es el inmediato. Por eso siempre se desplaza la fecha de la visita al dentista. El placer retardatario debe detenerse con frecuencia en una primera etapa algo desagradable.

De todos modos la economía de los placeres nos remitirá a un lugar común de la ética liberal, nos referimos a la prudencia. Russell dice que prudencia se conecta tanto a las virtudes que necesita un sistema económico capitalista como a la piedad protestante. La virtud de la moderación respecto del paraíso, nos dice el Lord de la filosofía, es psicológicamente similar a una buena inversión.