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Segunda breve historia de la filosofía 103


 Lecturas comparadas


  


 Uno de los primeros libros de filosofía que ocupaban la mitad de un estante de mi biblioteca de adolescente es El mundo como voluntad y representación de Arturo Schopenhauer. Tres tomos encuadernados con tapa dura gris oscura de la editorial Aguilar. Se consideraba que para un joven que se iniciaba en la filosofìa era conveniente leer a Schopenhauer y Nietzsche por el espíritu de rebeldía que trasmitían sus escritos. Se lo compré a un vendedor de libros a domicilio.


 Conservo la obra y veo las páginas subrayadas con birome y regla. Cotejo la traducción de Ovejero y Mauri – el traductor de Freud - con la edición de mis días de estudiante en París, la de Presse Universitaire de France traducida por A.Burdeau.


 Leo al filósofo alemán en castellano y francés faltando el respeto a todos aquellos que exigen leerlo en lengua originaria. No he logrado la hazaña de Borges quien aprendió el idioma para leer a Schopenhauer. Difícil creerle al poeta para quien la confesión es una de las ramas de la literatura fantástica.


 Comparo los subrayados de la obra de estas dos épocas de mi vida. En las primeras páginas de la edición castellana hay dos llamadas en el margen por palabras que no entiendo y debo buscar en el diccionario: artera y recatada. En mi casa en la que se hablaba en húngaro y por mi escasísima vida social, los dominios del lenguaje eran limitados. De todos modos es difícil que en el lenguaje coloquial se empleen estas palabras.


 ¿Qué es algo artero? Vayamos al Google: mafioso, astuto, ladino.


 Recatado: honesto o decente. 


 No recuerdo cuál era la referencia a este oxímoron que congrega lo mafioso con lo decente. Sin embargo, no es un despropósito aplicar estos atributos a nuestro filósofo. El campo hermenéutico está efectivamente dividido entre quienes lo consideran un filósofo valiente, honesto, a contracorriente de la hipocresía de su época, y otros que ven un otro lado de su franqueza en las pequeñas y grandes trampas que sostenían - por no decir solventaban - su prédica.


 En el prólogo del filósofo de la primera edicion castellana no subrayé nada, en la francesa sí. Señalé las palabras ética, metafísica, estética, sistema de pensamiento, pensamiento-Uno, orden orgánico. Puse entre corchetes la sugerencia del autor de leer su obra dos veces. Subrayé la frase que dice que la filosofía de Kant es una operación de cataratas para los lectores de todos los tiempos. Puse un asterisco en el enunciado que asocia la cadena teórica entre la filosofía de Platon, los Upanishads, los Vedas y a la importancia que otorga Schopenhauer a la literatura sánscrita equivalente a la que tenían las letras griegas en el Renacimiento. Resalté una frase en la que escribía sobre su preocupación por la verdad.


 En el prólogo a la segunda edición no hay subrayados en castellano, nuevamente los hay en la edición francesa. Está marcada la diferencia entre género instructivo y el de entretenimiento. La denuncia que hará en toda su obra del entramado cultural entre la corporación universitaria, el Estado y la Iglesia. Lo nefasto que es la subordinación de la filosofía a los intereses de la política. Su odio a Hegel tildado de despreciable Calibán. Su condena al infierno de los tres sofistas que se adueñaron de la filosofía alemana: Hegel, Fichte y Schelling. El develamiento de la más artera – ahora sí puedo usar el vocablo – de las artimañas para asfixiar a un ser molesto: la conspiración del silencio que en nuestro medio se llama ninguneo y que lo enterró en vida hasta sus últimos días.


 Su insistencia en que una de las trampas usuales del engaño de la retórica filosófica es no decir nada pero hacerlo con aire de gravedad y palabras abstrusas. Dice ver en la filosofía alemana muchos molinos haciendo ruido sin encontrar harina por ningún lado.


 Abro ahora el capítulo primero de la obra. Ahí sí, el adolescente que fui se arma de sus accesorios de lectura y veo subrayado con líneas rectas y continuas los primeros ocho renglones del texto. En la edición francesa, sólo está destacada la frase: “ el mundo es mi representación”.


   


 Segunda breve historia de la filosofía 104


 La unión alemana


  


 Entre los finales del siglo XVIII y los primeros años del siglo entrante, el acontecimiento inigualable es la revolución francesa. Suceso civilizatorio recibido como la señal de una mutación cultural y el anuncio de nuevos tiempos.


 En las cortes alemanas establecidas en sus trescientos principados, ducados y condados, se hablaba francés y se seguía la moda versallesca que se imponía desde Moscú a Baviera. Mientras los franceses vivían esta buena nueva en medio de una conmoción creciente ante el espectáculo de la decapitación del rey, del terror, y la amenaza de una alianza de las potencias monárquicas para derrotar a la revolución, los alemanes disfrutaban en la tranquilidad pastoral el inicio de la ilustración y daban la bienvenida a los aires de libertad y enciclopedismo.


 Para iniciarse en la filosofía de Schopenhauer no hay mejor introducción que la biografía de Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Hemos repetido y no dejaremos de hacerlo que el género biográfico en manos de profesores de filosofía que saben contar historias, que disponen con calidad un anecdotario a la vez que son didácticos en la presentación de ideas, no tiene comparación con los manuales escolares que reducen el pensamiento a una serie de consignas y escuelas que convierten el talento filosófico en doctrinas absurdas.


 Safranski nos habla de Weimar, lugar visitado con frecuencia por Arturo Schopenhauer en compañía de su madre Johanna, amiga de Goethe. Ninguno de los dos soportaban a este petulante joven que no tenía pudor en descalificar casi todo en nombre de una verdad que ni siquiera él mismo sabía trasmitir con alguna consistencia.


 Weimar en el 1800 tenía siete mil habitantes. Desde el año 1779, Goethe era director de obras públicas y carreteras, con la función de cuidar y mejorar los caminos alrededor de la ciudad. En el poblado, la estabilidad parecía no tener fin en la repetición de los ciclos y en la total falta de novedades. Se construyeron veinticinco casas en veinticinco años. La ciudad tenía cuatrocientos ochenta y cinco talleres siempre los mismos salvo la aparición de una pequeña fábrica de mangueras y otra de medias. Se tomaban todas las medidas necesarias para impedir que se instalaran manufacturas con la consiguiente emergencia de un proletariado así la población seguía integrada por artesanos. Dieciséis familias ilustres coronaban una aristocracia rodeada por sus campesinos.


 En esta organización estamental apasionada por los títulos de nobleza, el casamiento de Goethe con una antigua trabajadora del cultivo de flores y ama de llaves, Christianne Vulpius, fue un escándalo. Sólo la madre de Arturo, los invitó a tomar el té.


 En el año 1806 se desencadenan las guerras napoleónicas, y Prusia es arrasada lo mismo que Weimar. Todo es un solo escombro. Los héroes de la literatura y de la filosofía padecen al admirado invasor. Weimar es quemada mientras Goethe busca refugio en su casa que parapeta con lo que tiene. Hegel huye de la suya y rescata entre las ruinas a su Fenomenología. La Ilustración destila sangre.


 Una vez Napoléon derrotado, los alemanes se encuentran ante una encrucijada. La Ilustración ha mostrado su cara cruel. La civilización de las luces no es una nueva aurora. Los vientos cambian de rumbo. Lo que antes se admiraba ahora se aborrece. Lo francés no es nada más que un amaneramiento humillante.


 Alemania participó del triunfo continental. Sus ejércitos se vengaron de la invasión francesa ya hambreada y diezmada luego de la campaña de Rusia. Pero la dispersión y la fragmentación impide la unidad del pueblo alemán. Es la hora de la identidad. No es en las ideas que hay que buscarla. Fichte escribe su Discurso a la nación alemana, y su odio a Napoleón – al que casi nunca menciona a pesar de subyacer en sus palabras reinvindicativas – encuentra el rasgo de unión. Es la lengua alemana la que le da la identidad a los alemanes. Su lengua, su literatura, la belleza de su prosa, el linaje idiomático hablado por generaciones, y luego, claro, su folklore, sus costumbres, y, al fin, su tierra.


 Para consolidar este legado ya liberado, la unidad exige constituir una nación, una entidad que los agrupe. Para hacerlo, es imprescindible la construcción de un Estado, un centro político que una vez delimitado el territorio centralice a la administración y que se haga cargo de la formación de los nuevos alemanes, es decir de la educación.


 En la cumbre de la tarea educativa, dominará la filosofía, el relato sintetizador y redentor de la voluntad colectiva del pueblo al fin reencontrado consigo mismo.


 Fichte es nombrado primer rector de la reciente universidad de Berlín.


 Éste es el mundo contra el que se enfrentará Schopenhauer. Durante toda su vida y con su obra combatirá “ lo alemán” acusándolo de filisteo y oscurantista.    


  


 Segunda breve historia de la filosofía 105


 El sexo en sí


  


 Se dice que Schopenhauer era misántropo. ¿Quién no lo es? La filantropía no es el opuesto de la misantropía, discurren por carriles diferentes. Un filantropo puede ser misántropo. Un señor que crea una fundación con su propio nombre para ayudar a sus hermanos de religión puede hacerlo para que el Estado no se apropie por vía fiscal de su dinero y asista a los menospreciables desclasados de los barrios bajos. Un filántropo puede construir un museo de bellas artes y rodearlo de guardias de seguridad ya que supone por su conocimiento de la naturaleza humana que el que puede robar roba.


 La misantropía de Schopenhauer se manifiesta en su elogio de la soledad. Dice que es mejor estar sólo que acompañado, no que mal acompañado sino acompañado. Aconseja no prestarle dinero a un amigo si se quiere conservar la amistad.


 En realidad no era misántropo sino amargo, un ser mezquino, desconocedor de la generosidad. Sin embargo, rescata a la piedad como la virtud por excelencia, pero es una piedad hindú. En realidad, toda su ética es un exotismo, por no decir una aventura turística.


 Se dice discípulo de Kant, en realidad su talento reside en no tener maestro alguno y construir una metafísica bárbara. Es saludable que un alemán se atreviera a juntar platonismo, kantismo con brahamanismo. El pastiche nos da una metafísica que hace soñar a los poetas. Fueron los literatos y los artistas los que leyeron a Schopenhauer.


 Thomas Mann en un escrito sobre el filósofo dice que hay pocos goces equivalentes al que nos proporciona un sistema metafísico con su arquitectura de ideas y su calidad estética. Sostiene que Schopenhauer ha unido el pesimismo y el humanismo, brebaje saludable que al menos nos aleja de las bellas almas que confluyen en la mejor de las intenciones y la sonrisa del mundo.


 El mundo schopenhaueriano es deseante. Un universo que se reproduce impulsado por una bomba sexual. Somos hijos de una Voluntad insaciable que hace de nosotros muñecos inconscientes al servicio de su astucia. La voluntad de la ética kantiana deriva de una razón pálida. Con Kant la verdad fue despedida. Con su discípulo es recontratada. El ficcionalismo kantiano del “como si” es una salida innecesaria y temerosa del magnífico trabajo de destrucción de la metafísica sustancialista por medio de las antinomias de la crítica de la razón pura.


 El pudor de Kant fue su perdición filosófica. De ese derrumbe emerge una verdad y otra voluntad. Es la naturaleza la que ordena. Vivimos en la caverna de Platón, confundimos las cosas con sus sombras. No todo es consciencia. La moral del deber remite a la ilusión de la autonomía. Schopenhauer recuerda un dicho de los ingleses: “ I can`t afford to keep a concience ” ( no puedo pagarme una consciencia).


 Schopenhauer a la manera de san Agustín confirma que los genitales tienen vida propia. En Agustín se comprobaba por la erección que el miembro viril hace de las suyas sin nuestra aprobación explícita. Los genitales de la metafísica de Schopenhauer también son los verdaderos actores de las relaciones humanas y de la finitud del hombre.


 Afirma que “ mientras las almas creen encontrarse, son los genitales los que se buscan ”. Safranski señala que para el filósofo se desarrolla una lucha entre el bajo vientre y la cabeza por acaparar energía.


 El imperativo categórico kantiano respecto de la conducta de los hombres – nos dice en El fundamento de la moral - , vale tanto como querer apagar un incendio con una jeringa. La noción de Ley es teológica. Todo mandamiento es amenaza o promesa. En Kant el ideal de autonomía es superficial. Lo categórico del imperativo que pretende reemplazar a una autoridad exterior no deja de ser una hipótesis teológica disimulada.


 En el comienzo de su obra El mundo como voluntad...dice que la voluntad es el otro lado del mundo. En el texto de 1836 Sobre la voluntad de la naturaleza define a la voluntad como fuerza natural, fuerza vital e impulso creador.


 De la India y del budismo le vino la idea de que la vida es sufrimiento y que las representaciones son ilusiones. Colincide con el gran Kant en que el mundo es fenoménico y la percepción de las cosas dependen de la constitución del sujeto. No hay cosa en sí para representar, en eso tenía razón Kant, pero no porque sea incongnoscible sino porque la voluntad se vive y somos vividos por ella más allá de toda representación.


 Sólo con la detención del tiempo o Nirvana podemos contemplar el Ser, imposibilidad humana salvo en el arrebato que nos ofrece la contemplación de la belleza en las obras de arte, y en especial, de la más sublime de las artes: la música   


  


 Segunda breve historia de la filosofía 106


 Incienso a la Rossini


 Es interesante la relación que tenía Schopenhauer con el dinero. Su padre era un comerciante rico que tenía sucursales en Inglaterra. Arturo trabajó en los almacenes, su padre murió y a los 21 años heredó la fortuna que compartió con la madre y su hermana Adela.


 Supo conservarla. Años después los tres prestaron dinero a cambio de pagarés de un hombre que vió tambalear sus negocios por lo que los documentos parecían insolventes. La suma era muy grande y el pánico se adueñó de las mujeres que aceptaron las condiciones del deudor recibiendo la tercera parte de la suma devengada. Mientras tanto Arturo supo esperar, supuso que el hombre se recuperaría de su dificil situación, y después de un tiempo recibió la totalidad del dinero prestado que le permitieron vivir con una holgura que sus parientes ya no disfrutaron.


 Era tacaño a diferencia de Kant que era austero, aunque el filósofo de Könisberg también tuvo problemas monetarios con su doméstico de años.


 Dice Schopenhauer en sus Aforismos sobre el arte de vivir, de 1851: “ En modo alguno creo escribir algo indigno de mi pluma si recomiendo aquí el celo por la conservación de la fortuna adquirida o heredada. En efecto, poseer bienes familiares, aún siendo únicamente los suficientes como para permitirle a uno mantener su persona y vivir sin familia, en verdadera independencia, esto es, sin tener que trabajar, y cómodamente, es una ventaja inapreciable”.


 Hombre realista nos cita el proverbio chino: ningún loto sin tallo. Sensible al honor y a la fama sin embargo consideraba que más importante son la salud y el dinero.


 Arturo se sentía dueño de su tiempo y de sus fuerzas, y podía decir cada mañana: “ el día es mío! ”. Nada más que de él. No se casó, le gustaban las coristas y las actrices del teatro, divertimento de los burgueses de la época.    


 Carolina Richter llamada `Medón´, corista, actriz y bailarina, fue su amante durante diez años. Tuvo una hija fallecida prematuramente con una camarera. Entre sus reflexiones caben los consejos higiénicos como el de poner el pene en un vaso de agua con cloro luego del coito.


 Con los años se volvió más maníaco aún, a la manera de uno de los insoportables personajes de Jack Nicholson, esta vez con un semblante de un hombre bajo, semicalvo, boca apretada y ceño fruncido. Decía que en la primera mitad de su vida el hombre añora la felicidad y en la segunda le teme a las desgracias. Arturo parece haberse salteado la primera.


 A su manera era un dandy. Sólo a un excéntrico se le podía ocurrir ser un asiduo concurrente de una cantina de la ciudad de Dresde porque era un degustador de las salchichas italianas...en Alemania. Tocaba la flauta durante una hora larga antes de sentarse a comer un suculento almuerzo. Rossini era su compositor preferido.


 Su hinduísmo no era el de un sabio yogui sino el de quien había quedado pasmado un día al ver a una mujer mover una mesa con el poder de su mente. El orientalismo había sido uno de los rasgos del movimiento romántico. Dice Safranski: “ Sabía Schopenhauer de lo que hablaba? Nunca fue un santo ni un asceta, ni se convirtió nunca en el Buda de Frankfurt”.


 Su vecino era Karl Krausse, el filósofo que inspiró las ideas del partido radical argentino y de otros movimientos políticos reformistas. Safranski dice que a pesar de no mantener relaciones de vecindad, compartía con Schopenhauer su afición por el hinduísmo cuya ética de la compasión atenuó hasta convertirla en solidaridad, emblema moral que paseó – recuerda el biógrafo – por Iberoamérica. 


 Del gran Kant se desprenden dos líneas de pensamiento que dominaron el escenario filosófico de casi un siglo. Por un lado la herencia de la Ilustración cuya problemática es retomada por el idealismo alemán hasta Feuerbach y Marx. La historia, la identidad y la emancipación política serán algunos de sus temas.


 Por el otro, la teoría de lo bello y lo sublime que detiene el tiempo, nos permite el acceso a lo trascendente mediante la contemplación de las obras artísticas. Sus continuadores heterodoxos son Schopenhauer y Nietzsche. La voluntad de vivir y la voluntad de poder, la reflexión sobre el arte y la crítica a los aparatos de Estado, serán objetos de su reflexión.


 Finalmente, luego de la revolución kantiana, se inicia el hegelianismo, sobre el que recaerá la crítica de los dos grandes filósofos del siglo XIX que más pesarán sobre nuestra modernidad, Marx y Nietzsche, quienes no cejarán en criticar a la “ ideología alemana ”.


 Esta crítica comienza con Schopenhauer. ¿Qué le agregará nuestro filíosofo nacido en Dantzig al mundo de acero de Kant, Wagner y Krupp, de acuerdo a la consistencia tradicional del pensamiento alemán, así calibrada por el profesor Alexis Philonenko en su Schopenhauer, critique de Kant 


 ¿Salvajismo?


  


 Segunda breve historia de la filosofía 107


  


 Uno de los primeros escritos de Nietzsche es Schopenhauer educador. Es parte de las Consideraciones inactuales de 1874. Para él el conocimiento de Schopenhauer fue una revelación. Su vida cambia a partir de este encuentro. Será Wagner el mediador. Cuando escribe su ensayo ya hace nueve años que lo lee. Lo unge como maestro. Schopenhauer ejemplifica para Nietzsche la figura que Michel Foucault denominó “parrhesiasta”. Es el hombre que habla con franqueza, de un discurso directo sin remilgos gramaticales y con la valentía de quien se enfrenta al orden establecido.


 Schopenhauer es honesto. No quiere “parecer”. No practica el engaño de tribuna ni el artificio de la retórica. Se habla a sí mismo, dice Nietzsche, con un discurso recto, rudo y benevolente ante un auditorio que lo escucha con amor.


 El júbilo nietzscheano se debe a que encontró a un filósofo que le permite educarse. La confianza que le tiene se la debe a la conducta de un hombre que es un oasis en una sociedad que ha dilapidado el capital moral heredado de los ancestros.


 La mirada a la Magna Grecia nos confrontaba con espíritus majestuosos reflejados en la expresión de sus rostros, en su vestimenta, en sus modos de comer, en las costumbres, mucho más en estas formas del vivir que en las palabras dichas o escritas.


 Un hombre así sólo es comparable además de los griegos, con un pensador como Montaigne. Nietzsche cita a Montaigne cuando dijo: “ apenas dirijo los ojos a Plutarco, me crecen las piernas o un ala ”. Es lo que él mismo siente, un expandirse con serenidad. Porque la serenidad, agrega, es de quien ha conseguido una valiosa victoria.


 Es importante que la filosofia sea una parte de la vida y que la vida sea filosófica. Lo es en quienes combaten a los hijos del Kant, a los que descienden de aquel maestro del concepto que, a pesar de su grandeza teórica, se reproduce en profesores de filosofía que recitan una filosofía de profesores.


 La atmósfera cultural alemana es mortuoria. Los espíritus frágiles sucumben. No pudieron resistir ni Hölderlin ni Kleist. Nietzsche dice que sólo las naturalezas superiores como Beethoven, Goethe, Schopenhauer y Wagner, pudieron sobreponerse a ese aire enrarecido y asfixiante sin salida.


 Se paga un precio muy alto para enseñar de nuevo a ser simple y honesto en el pensamiento y en la vida, por lo tanto unactual, contra su propio tiempo, ya que los hombres de hoy son tan complicados que deben ser deshonestos desde el momento en que hablan.


 Schopenhauer debió aislarse y soportar la sorna y la indiferencia de sus contemporáneos. Para Nietzsche, su educador es alguien quien supo vivir peligrosamente. La caverna y el desierto son los parajes de estos hombres solitarios. No es de extrañar que cuando salen de su soledad, lo hagan con pantomimas horrorosas, como con actos y palabras explosivas.


 Son seres solitarios y volcánicos. Necesitan amor, buscan compañeros con quienes puedan mostrarse abiertos y francos para hacer cesar la conspiración del silencio.


 Se ha instalado en Alemania una siniestra conjura entre la filosofía y el Estado, soldada en la universidad por la enseñanza de la historia de la filosofia. La erudición está servicio de la mistificación e impide el vuelo salvaje de la filosofía.


 Nietzsche dice que Schopenhauer es el guía que nos conduce de las alturas de la morosidad escéptica y de la renuncia crítica después de Kant, a la contemplación trágica. Con él estamos ante el cielo nocturno y sus estrellas al infinito.


  Piensa que cada uno de nosotros lleva en sí mismo, en el núcleo de su ser, una unidad productiva, el centro propulsor de nuestra fecundidad. Cuando tomamos consciencia de la misma, un halo extraño se forma y se encarna en una presencia insólita.


 La voluntad de poder hacer y la voluntad de vivir necesitan singularizarse. Deforman a su portador. La monstruosidad no tiene que ver con la fealdad sino con la diferencia, es decir con lo que recibe la nomenclatura de un fuera de especie.


 Así ve Nietzsche a su educador. Percibimos como la vida de un filósofo cabaretero y budista a la vez, valiente y avaro a la vez, compone una personalidad que nada tiene de santo ni de héroe, pero tampoco de un ser mezquino y delirante.


 Ni siquiera se lo puede calificar de misántropo. Nietzsche afirma que Schopenhauer no despreciaba a los hombres sino a su pereza.