Blue Flower

 
 
 

 

 


Las ilustraciones de este número corresponden a Fotografías de Camila Marques Ramos

 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

Segunda breve historia de la filosofía 80

El ánimo de Voltaire


  Tanto se habla de la felicidad de Voltaire, de su alegría y desparpajo, de su veta cómica, que el lector del tercer milenio ante esta promoción casi unánime, puede llegar a decepcionarse.


  Leer Candide ou de l’ Optimisme, es una experiencia de nunca acabar. Los episodios se suceden para trasmitir la misma idea, la repetición de una sola frustración, la de Cándido, y un único estilo reforzado, el del disparate.


  Cándido es alumno de Pangloss, a su vez un discípulo de Leibniz. El preceptor enseña la metafísico-teólogo-cosmolonigología. Sostiene que no hay efecto sin causa, que los chanchos están para ser comidos, las piedras para ser talladas, y que en las guerras las bayonetas son la razón suficiente de la muerte de algunos miles de hombres.


  Afirma, además, no sólo que este mundo es bueno, en el que reina el Bien, sino que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que no hay nada mejor que esta tierra sobre la que pisamos, ese aire que respiramos, y el universo que vemos. El castillo de Monseñor el Barón es el mejor de los castillos posibles y la señora Baronesa es la mejor de las baronesas posibles. Todas estas verdades son desmentidas cada día por las experiencias de Cándido, a pesar de su inquebrantable fidelidad a las enseñanzas del maestro.


  Sin embargo, no nos hace reir. No todo el mundo es afín a la comicidad de la picaresca. Su mordacidad es neutralizada por la monotonía de los acontecimientos. Carecen de fuerza, realidad y encanto porque se sabe que cada suceso está destinado a probar una moraleja. Padece de un exceso de pedagogía.


  Hay críticos que hablan del estilo caricatural de Voltaire, sugieren que el grotesco puede ser un antídoto que vuelve inocuo el espíritu crítico. Depende. Los libros de Jarry o de Céline, sus exabruptos y sus momentos payasescos, refuerzan au agresividad y su diabolismo.


  Pero es necesario reconocer el sitio y el momento. Un reconocimiento de campo. En la segunda mitad del siglo XVIII, los tiempos se aceleran. Las cortes siguen siendo el centro político pero ya los parlamentos son protagonistas e intervienen en las decisiones. La Iglesia tiene poder, pero las disidencias religiosas, el espíritu de tolerancia, y la lucha contra la censura, son irreversibles.


  Voltaire es un acelerador cultural. Su obra consta de más de setenta volúmenes. Escribió de todo. Fue popular. Se hizo conocer y amar por sus obras de teatro, por su éxito ante el gran público. Hay quienes lo asocian a Sartre, por ser un polemista, más un ideólogo que un filósofo, a la vez que un hombre de la escena. Pero como bien decía Platón: las apariencias engañan. No hay agresividad jocosa en Sartre ni júbilo estético, ni ataque a quienes desvalorizan la vida, cualidades que Savater destaca en Voltaire.


  No es filósofo en el sentido clásico del término. Es uno de los que disolverán aquella idea clásica y su pretensión de un saber absoluto. Como diría Deleuze: hace máquina con Locke y Hume, con el agregado del estilo de Swift. Combate a los ídolos de su tiempo, en especial a lo que él también llama “la superstición”.


  El temple supersticioso combina dos ingredientes letales: la estupidez y el fanatismo. En su Dictionnaire philosophique, en la letra `L´, para la palabra ` Letras, gente de las letras, o letrados´, dice: “los estúpidos (sots) a veces llegan lejos, especialmente cuando el fanatismo se junta a la ineptitud, y la ineptitud al espíritu de venganza”.


  Rencor, estupidez y fanatismo, las ruedas del microfascismo ante de hacerse política de masas.


  Para el mejor de los mundos posibles la enfermedad venérea, la que denomina `espantosa enfermedad´, de la que habla en su Diccionario en el apartado de la palabra Amor, es necesaria para el orden universal y un acontecimiento legítimo en el mejor de los mundos posibles, en el que los grandes navegantes, los descubridores y conquistadores de América, junto a la desgracia venérea también regalaron a los europeos las delicias del chocolate. A los ojos del Dios de la metafísica leibniziana, el mundo está compensado.


  Luego del terremoto de Lisboa, que provocó en Voltaire una grave congoja, los treinta mil muertos imponen un desafío mayor para el credo leibniziano, ahí, en aquella ciudad, el filósofo Pangloss es linchado por autoridades inquisitoriales. Cándido prosigue su viaje junto a su amada Cunegonda, y llega a Buenos Aires, gobernada por don Fernando de Ibarra y Figueroa y Mascarenes y Lampourdos y Souza. Luego al Paraguay, a las tierras regenteadas por jesuitas alemanes. Ahí Cándido, en otras de sus aventuras, salva de la persecución a dos doncellas desnudas perseguidas por un grupo de simios. Salvataje que descubre inoportuno cuando las doncellas espantadas ante el crimen de Cándido que mata a los monos, gritan de dolor, ya que en aquellas tierras, simios y doncellas disfrutaban el amor y se acoplaban.


  Para Voltaire, la teoría irrisoria de la armonía universal, y el peligro letal de los dogmas religiosos, son los ídolos a derrumbar. 

 

Segunda breve historia de la filosofía 81

Setenta libros y una frase


  Es probable que la prosa de Voltaire haya perdido el filo de sus pezuñas. Pero el que se haya vuelto inofensiva es un mérito más que un defecto. Las ideas de Voltaire, el emblema de sus luchas, se han vuelto sentido común para nuestro mundo occidental. A nadie asombra sus invectivas al fanatismo, al sectarismo, a lo que llama `discordia´ y define como el gran mal del género humano. Hoy todos aceptamos la moral ilustrada, para algunos aún vigente, para otros sólo declamatoria. Racionalidad y libertad como valores universales, han circulado por nuestro planeta más de doscientos años.


  Nos olvidamos que en el mundo de François- Marie Arouet ( 1694-1778), alias Voltaire, si bien es cierto que el sistema de autoridades se cuestionaba, aún se mantenían vigentes. Fue necesaria una revolución con la correspondiente decapitación del monarca, un política de Terror y el surgimiento de un Emperador que arrasó Europa en nombre de la Ilustración, para que aquellas ideas modificaran el mundo. Y sólo lo hicieron paulatinamente, en direcciones no previstas, pero aún así, se convirtieron en el canon de Occidente.


  Voltaire puede ser sarcástico pero no quiere ser confundido con Aristófanes. En el párrafo del Diccionario destinado al significado de `ateo y ateísmo´, dice del comediante griego: “ ese poeta cómico que no era ni cómico ni poeta”. Y cita a Plutarco que lo trata de “ charlatán y arrogante”.


  Por el contrario, la pretensión de Voltaire es de la de ser el personaje ridiculizado por Aristófanes, es decir el mismo Sócrates, un hombre de conocimiento y un reformador moral. Su mundo es el de los libertinos cortesanos. Salones de espejos, pelucas enormes, rizos hasta los hombros, fiestas galantes, amores detrás de bastidores, picaresca cortesana. Le da la bienvenida al lujo, y le da un lugar destacado en su texto, el lujo de Atenas, dice, hizo grandes hombres, la austeridad de Esparta no dejó nada.


  Voltaire fue un hombre mundano. Hizo negocios, ganó y perdió grandes sumas de dinero, apasionado por las mujeres las disfrutaba y las padecía. Fue un trashumante. Exilado, expulsado, perseguido por defender a hugonotes acusados de mil y una troperías, se desplaza de una corte a otra. Odiado por sus connacionales, condenado por la Iglesia, fue recibido por Federico II rey de Prusia que gozaba con sus transgresiones y estimulaba su creatividad. Hasta que lo echó del palacio. 


  Dice su adimrador Fernando Savater: “ tuvo el buen gusto de preferir el éxito a la gloria”. Y lo tuvo, fue aclamado por los parisinos los últimos años de su vida que en el número de doscientos mil, dicen, acompañaron su féretro.


  En esa época se llamaba filósofos a los letrados que se interesaban por el mundo del conocimiento sin límites de géneros, y que consideraban que el saber debía ser difundido a los cuatro rincones del planeta. A diferencia de los filósofos metafísicos del siglo XVII que se abocaron a construir un sistema saturado de conocimientos, desplegados en un espacio representacional con nombres adecuados, los filósofos de los tiempos de Voltaire, se ocupan de la difusión del saber con el fin de hacerlo accesible a todo el género humano.


  De ahí la Enciclopedia, la obra de Diderot y D’Alembert, con la que colaboró Voltaire, y su mismo Diccionario.


  Dice en la número 13 de sus Cartas Filosóficas, `Carta sobre el señor Locke´: “ los filósofos nunca formarán una secta religiosa. ¿ Por qué? Porque no escriben para el pueblo y porque carecen de entusiasmo”.


  Agrega: “ Dividid el género humano en veinte partes, diecinueve están compuestas de los que trabajan con sus manos, que nunca sabrán que hay un Locke en el mundo; en la veinteava parte restante qué difícil es encontrar hombres que lean! Y entre los que leen, hay veinte que leen novelas contra uno que lee filosofía”.


  La Ilustración ya se mide por la estrechez de su alcance y la universalidad de su pretensión.


  Admirador de Locke y de la filosofía inglesa, trata de llevar el espíritu británico al continente. Dice que los ingleses hace tiempo que han abierto los dos ojos, que han logrado que el rey haga el bien con las manos atadas para hacer el mal, forjaron una cultura en la que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos, mientras los franceses, ciegos, recién hacen el esfuerzo para ser tuertos. 


  Asegura que gracias a Locke se ha dejado de discutir ad aeternum sobre la inmortalidad del alma. Voltaire no se hace problemas, el bien común de los hombres exige que se considere inmortal al alma. Más importante es que Locke haya demostrado que la materia puede pensar. No hace falta más, concluye, la cosa está decidida.


  En la Carta 13, dice: “ soy cuerpo y pienso, no sé más”.