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Jean Jaures
Raymond Aron
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Conferencia de cierre del Foro social, económico y político de la Provincia de Santa Fe.

Es la quinta vez en algo más de un año que le hablo a militantes socialistas. La primera vez fue en el congreso nacional de la juventud socialista realizado en San Luis. Luego Hermes Binner me invitó a una discusión abierta con su grupo de trabajo en la ciudad de Rosario. Hablé para la apertura del congreso de la Federación Agraria, y finalmente, hace unos meses, en la sede del partido socialista de la Ciudad de la Plata. 

Para poder encontrar una línea de fuerza, una problémática constante en mis comunicaciones, debo despejar un poco la maleza, y percibo la insistencia en dos temas. Uno es la aceptación de la modernidad, el interés por ella, y la apertura a una discusión permanente sobre las experiencias políticas y los nuevos procedimientos en la gestión económica del mundo globalizado. El otro es el ponerse a trabajar en las cuestiones concretas y ser prácticos en la visión de la política. 

Indudablemente tengo un arraigado escepticismo respecto de la política como una forma de la retórica, fundamentalmente del pontificado moralizador. No porque la honestidad no sea un valor necesario para que la sociedad tenga confianza en sus dirigentes, sino porque la declamación moral es una de las mejores formas en que la sociedad argentina ha encontrado para dejar que todo siga como está. El sentimentalismo ha ocupado el lugar de la inteligencia, y cuando esto ocurre lo que sucede es que no se llegan a conocer los problemas y menos a ofrecer soluciones. 

Por otra parte respecto de la política nacional, me ha parecido que la mejor forma de ofrecer una alternativa política a la sociedad argentina es justamente eso, mostrarse como alternativa y no enarbolar la palabra oposición. No porque no haya que oponerse, sino para oponerse de otro modo, de un modo más creíble. 

No hay ejercicio más fácil, labor de menor costo, que encontrar las falencias de una política gubernamental, y de subrayar los rasgos negativos de una conducción. Lo saben los que gobiernan y los que alguna vez gobernaron, y los que gobernarán. Por eso el ejercicio de la gestión pública, la confrontación diaria con los problemas de la comunidad, la permanente negociación con grupos de intereses que defienden sus espacios de poder y el entrevero de la puja sectorial, es lo que mejor prepara a un político. 

Insisto en la formación del político. La gestión es sin duda en donde se foguea la práctica y en donde se dirimen las luchas de la dinámica social, pero la preparación para esta gestión necesariamente le es anterior y a la vez debe ser permanente. De ahí que creo que los jóvenes deben comprender que ser socialista no es una entidad semejante a ser hincha de un club de futbol, es una responsabilidad y una disciplina. 

La temática de los derechos humanos, la de la solidaridad social, la de la equidad, son principios básicos para la elección de una vía progresista. Pero no es suficiente y les diré por qué hallo en esto alguna dificultad. 

Una es que estos principios no distinguen a las fuerzas políticas entre sí, porque no hay ninguna que no se reclame defensora de los mismos. Son parte del acerbo civilizatorio y se practique o no, de modo sincero o hipócrita, ya no distingue formaciones ideológicas antagónicas y allí en donde debería separar no hace más que confundir. Para que la prédica por los derechos humanos sea eficaz y que tenga proyección educativa debe ser ella también concreta. Con esto quiero decir que es en el presente, en las garantías ciudadanas respecto de la actualidad y no tanto en los retornos arbitrarios y oportunistas al pasado en donde se construye una mejor sociedad para el futuro. 

Que el mundo ha cambiado ya es una obviedad, casi una banalidad. Pero que se hayan sacado las consecuencias de estos cambios, es un asunto muy diferente. Así como se dice que nuestro país demoró demasiado tiempo en aceptar que los aliados ganaron la segunda guerra mundial, y que los EE.UU marcarían los tiempos por venir, del mismo modo, hay una cierta resistencia a aceptar que en el año 1989 algo pasó en la geopolítica mundial. Las fechas por supuesto son arbitarias, no es que lo sucedido con el fin del acuerdo de Bretton Woods en los setenta y la libre circulación de capitales financieros o los petrodólares no se ponderen como hechos decisivos de las últimas décadas, pero no tienen la resonancia cultural que sí tiene el desmoronamiento del socialismo de Estado, la nueva Unión europea, y el inédito y poderosísimo modelo chino en la actualidad. 

La idea de trabajo ha cambiado, la estabilidad laboral parece de otra época, la pertenencia a instituciones consolidadas durante el siglo XX como los sindicatos, el funcionarato estatal, la misma inclusión y sentimiento de pertenencia en corporaciones públicas y privadas, el valor de la lealtad, el de la experiencia, el mismo reconocimiento de un trabajo bien hecho, han sido vapuleados en el terreno de los valores y en el de la realidad. Velocidad, brevedad y novedad, parecen ser los íconos de estos tiempos. 

El sociólogo norteamericano Richard Sennet en sus últimos e interesantísmos trabajos dedicados a las consecuencias culturales de los tiempos modernos en este - el lo llama así - Nuevo Capitalismo, señala los cambios en los siguientes aspectos: la globalización de la fuerza laboral, la importancia de la revolución informática, la presión de una temporalidad regida por el cortoplacismo, la desvalorización de la experiencia acumulada, la falta de instituciones que otorguen a individuos y grupos una identidad personal y colectiva, y las consecuencias morales que trae un mundo de flexibilización e imprevisión en las relaciones humanas, se refiere a la indiferencia, a la anestesia emotiva y fatiga moral por saturación icónica e informativa. 

Una posición progresista en la política no asegura la lucidez respecto de la comprensión de estos fenómenos. Ni es una garantía ética ni una ventaja cognitiva. La palabra izquierda como la palabra derecha no son incuestionables vallas que dividen a la humanidad en dos bloques morales. Los crímenes que se pueden perpetrar a los pueblos en nombre de la justicia de clase, el terrorismo criminal que se justifica en valores de liberación, las políticas estatates que a cambio de sistemas eficientes de salud diagraman un aparato policial que no tiene fronteras y hace de cada rincón de la sociedad civil un antro de espías, conlleva a que no se pueda en nombre de la izquierda asegurarse complicidad alguna que sitúe a sus protagonistas en el lugar del Bien y en la representación y defensa de la Víctima. 

Raymond Aron, un maestro de la sociología moderna, en los tiempos en que la intelectualidad francesa era hegemonizada por la figura de Sartre, decía cosas de reaccionario. Pensaba que izquierdas y derechas se remitían a dos concepciones acerca del cambio en la sociedad. No definía a la derecha según la tradición ideológica como defensora del statu quo, ni inscribía a la izquierda en el frontispicio de la revolución. 

Por supuesto que estas cosas tildadas de reaccionarias fueron retraducidas en reinvindicaciones humanistas luego de los crímenes de Camboya y de la lucha por los derechos humanos en Polonia. Allí Aron fue saludado por el mismo Sartre. 

El pensamiento de izquierda puede ser muy conservador, no en un sentido político, sino existencial. Conservador por no atreverse a pensar, a plantearse preguntas incómodas, a no aceptar los límites que imponen la cultura y la realidad histórica de los pueblos, por miedo a quedarse sin doctrina, por temor a cambiar. 

Siempre habrá maximalistas y extremistas políticos, gente de barricada y encapuchados. No se puede negar que la resistencia y la defensa propia de comunidades y pueblos, no son sólo retóricas y que la desesperación lleva a luchar contra dictaduras, terrorismo de Estado, mafias parapoliciales, por medios violentos. Los resultados de estas batallas pertenecen a la misma catástrofe que las provoca. Una nueva tiranía o la fragmentación territorial conforman el nuevo paisaje diezmado. 

Tampoco faltarán ideólogos e intelectuales que busquen prestigios personales estimulando actitudes suicidas o convirtiendo los sentimientos de solidaridad, compasión y justicia, en odio organizado. Muchos trabajan con el sentimiento de culpa de sectores de la sociedad y hacen del dolor una prédica obscena que se autocomplace en la exhibición de una publicitada rectitud moral. Son de los peores demagogos, se especializaron en ponerse en el lugar de la víctima, dicen "nosotros los argentinos que estamos hartos de padecer", buscan identificaciones con la clase media y comparten indignaciones de fácil consenso. Es propio de cierta pastoral periodística. 

Los jóvenes socialistas deben hacer una intensa y comprometida tarea de aprendizaje teórico y político. Tienen que elaborar teóricamente sus convicciónes éticas. No alcanza con creer, hay que producir saber para agregarle a lo que se cree en política, alimentar con argumentos la esperanza, y tener los instrumentos y la capacidad de transmitirlos. Es posible que en el aparato escolar, en el terreno de los liceos, de las universidades, tengan que vérselas con el Polo Obrero, grupos guevaristas y maoístas, y sientan la inclinación de no dejarse correr por izquierda. Por eso deben trabajar mucho para sentirse con autoridad para combatir esas posturas derrotistas, que buscan sistemáticamente provocar las peores calamidades para cosechar adhesiones. 

No hay que dejarse embaucar por la prédica anticapitalista y antiglobalizadora que se declama de un modo dogmático y abstracto. Ni impresionarse por datos diabólicos que remiten a injusticias insoportables. Las estadísticas y los muestreos de opinión, constituyen hoy una de las armas más refinadas de la sofística. 

Hay que trabajar mucho para darle consistencia hoy en día a la idea socialista. Se debe reflexionar sobre los modos en que se combinan en las sociedades modernas un mercado dinámico con un Estado atento a las necesidades comunitarias y que sea al mismo tiempo regulador de las acciones de sus agentes. Es necesario pensar el modo en que se organiza una fuerza laboral en la que los gremios agrupan a una minoría de los asalariados mientras una enorme mayoría no están sindicalizados, trabajan en negro o en gris, está subocupada, o sin trabajo, o se han convertido en cientos de miles de cuentapropistas. Estaremos obligados a pensar su presente y su futuro sin obras sociales. Indudablemente en este problema el rol del Estado es crucial e indeclinable. 

Se deberá diagramar una política en la que el federalismo no sea un feudalismo con un eje central en un Estado manipulador de los recursos nacionales para así poder domar a las fieras provinciales y atraerlas a su carril. Por supuesto que es imprescindible pensar en la educación, el tema eternamente pendiente, que parece un coto reservado de los intereses gremiales o de componendas políticas y no una fuerza productiva vital para el crecimiento de toda la sociedad y para la inclusión de sectores marginados. 

Es necesario además deslindar el consumismo, de la política, y la conducta de un hiperconsumidor del nuevo capitalismo con la formación cívica de un ciudadano. Cambiar de marca es fácil, no debe trasladarse esta comodidad a la elección de un político y de una política. Ser ciudadano de una sociedad democrática, con libertad de elección de dirigentes, libertad de palabra y de asociación, es una construcción exigente. La democracia republicana no es un ente natural, sino una labor diaria y un compromiso intelectual. No sólo no alcanza con la información de los medios masivos de comunicación sino que si ésta no es digerida y seleccionada con criterios propios e independientes, puede ser un sedativo que convierta al receptor en un ser pasivo. El bombardeo informativo nos deja sordos, la catarata de escándalos y de injusticias no produce más que catársis doméstica. 

Es necesario un aprendizaje para que el ciudadano gracias a los recursos que ofrece la tecnología construya una contraopinión. Un ideario a contracorriente de la planificación de información y noticias que los grandes medios, gráficos, televisivos y radiales, lanzan cada minuto hasta los más recoletos espacios de nuestra privacidad. Un par de horas semanales de consulta por la infinidad de fuentes informativas que ofrece la red informática, nos puede ayudar a construir nuestro propio sistema de consultas y a variar puntos de vista que pretenden congelar una verdad que conviene a cierto poder. 

La posibilidad de debate, la voluntad de verdad y la resistencia a dejarse controlar por la agenda de las empresas mediáticas, necesitan de esta labor que no sólo es individual sino que puede constituirse en redes grupales. 

La formación del ciudadano no es la misma que la que produce a un consumidor deseoso de marcas mediante las estrategias del marketing. Pero es ésta una advertencia, una tarea y una responsabilidad de los políticos. Mientras los políticos traten a los ciudadanos como electores de hipermercado, mientras cambien de ideario según sus ambiciones del momento, por las referencias de consultorías y encuestadoras, mientras renuncien con desparpajo a funciones a los que fueron destinados por la ciudadanía, mientras depositen en un tacho de desperdicios responsabilidades de las que prometieron hacerse cargo, que respondan a las necedades dictadas por su feria de vanidades y a su aplausómetro de bolsillo, estos políticos poco contribuyen a mejorar nuestro sistema político. Degradan la función pública. 

Son varios los casos de este tenor en los que se manosea la democracia representativa. Regalan así agua para el molino de quienes atacan al sistema republicano y denuncian la corrupción del sistema electoral. Son los principales responsables de la apatía política y de la sospecha generalizada sobre la dirigencia. Son ellos los que se tienen que ir, todos. 

Un ministro que deja vacante transitoriamente un cargo clave del que no puede enarbolar muchos laureles, pero que no lo hace definitivamente por si las encuestas no lo favorecen, y está a disposición de lo que manden sus jefes y no la ciudadanía. Un candidato a no se sabe qué, puede ser a presidente de la nación, puede ser a jefe de gobierno de la capital federal, depende de índices cotidianos y del pulso de la famosa opinión pública, postulante a lo que sea en nombre de señores para los que una ciudad clave como el distrito porteño puede ser un trofeo consuelo respecto del país entero. Para qué hablar de un ejemplo que les es más cercano, de alguien que de acuerdo a su tabla de megalomanía se creía presidenciable y para iniciar su ascenso y llegar a la cúspide del estrellato, se ofrece como candidato a jefe de gobierno, Caso excéntrico, que al no encontrar clientela favorable, se conforma y solicita a la ciudadanía que lo vote para diputado, y apenas ingresado al recinto gracias a su ubicación en una lista, le queda chico el cargo, aburrida la misión y lejana la fama, solicita un visado viajar en primera clase para realizar funciones descansadas en una embajada de algún país con dulces perfumes. Se lo merecía por su publicitada vocación poética. Sin embargo, ante el escándalo público, el Bardo no llega a su admirado Parnaso y vuelve resignado a sentarse en el humilde banquillo legislativo para el que fue destinado. Historia de nunca acabar, más acorde a un síndrome psicológico que a una trayectoria política, el eterno candidato, siempre en funciones para las que fue electo y sin cumplir jamás la responsabilidad prometida, se lanza a ser candidato a gobernador de una de las provincias más importantes del país. Todo esto muestra una confusión, es la de pensar que Santa Fe es un hipermercado como Wal Mart y que los santafesinos son cautivos de góndolas de productos en oferta. No queremos políticos de saldo, no son bienvenidos los candidatos outlet. 

La democracia es otra otra cosa, y puede serlo, y lo será en esta provincia, ya sabemos por qué, y gracias, fund