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Segunda breve historia 4     La verdad 
   La modernidad no es más compleja que la antigüedad o el medioevo. Nadie tiene la medida de la complejidad. Cualquiera puede decir que el Renacimiento es más diverso y rico en acontecimientos que el Paleolítico, claro, salvo para un paleontólogo. Vladimir Nabokov afirmó que la realidad es un sistema de aproximaciones. Lo que para un niñito es un tutú, para otro es un auto, para un tercero un mercedez, para un mecánico un ocho cilindros, y para un especialista del ramo vaya a saber qué artefacto con detalles y facetas innúmeras. 
   La realidad es un sistema de capas que se puede desfoliar infinitamente. Sin embargo, la modernidad aparece sino más compleja al menos más diversa y mútiple. La centralidad del mundo imperial se prolonga en Estados. La unicidad civilizatoria de Atenas, Roma o la Cristiandad adquiere varios nombres coexistentes. 
   Dijimos que una idea condensadora de los tiempos modernos es la de “infinito”. Agrego una nueva figura: “la verdad”. Es cierto que en la antigüedad hay una palabra en griego que remite a verdad: aletheia. Su traducción literal es “desolvidar”. La partícula privativa “des” corresponde en griego a “a”, por eso desolvidar nos ofrece el significado que el mero recordar no da. Desolvidar es sacar el velo. Es una función de la memoria. Decir la verdad es volver atrás, al origen. De la verdad venimos y hacia ella debemos dirigirnos si transitamos la senda correcta. La vida cotidiana y el mundo tal como se nos presenta es el del olvido. 
   Este cosmos que alberga lo aparente y lo real conforma la estructura del Ser. Todo lo existente pertenece al Ser. Nuestro olvido como el recuerdo están incluídos en el mismo magma ontológico. El desvío como la rectitud, la justeza y abuso, se explican dentro del mismo universo. El hombre respecto de los otros seres vivientes tiene el privilegio de ser depositario del logos, es decir del lenguaje-pensamiento. Ambos son indisociables. El logos es el hilo de Ariadna, el decurso de la palabra que nos conduce a la luz. 
    La palabra pertenece al orden del Ser. Ya sea el filósofo rey de Platón como el hombre teórico de Aristóteles, estos sabios por participación o contemplación, por ascenso del alma o por inmovilidad agente de un Motor Primero, Son. 
   Pero el problema de la verdad surge en occidente cuando el Ser ya no está. La verdad implica la fisura entre sujeto y objeto. No es un una cuestión ontológica sino de conocimiento. La verdad es un punto epistemólogico. Se conoce la verdad no se es la verdad. No hay más sabios en la modernidad. Este personaje ideal de la Antigüedad es sustituído por el científico. 
   Lo que nosotros llamamos en nuestro idioma “naturaleza” lo griegos decían physis, que reúne todo lo que emerge, es decir todo lo existente. Reune en el Uno que es Cópula, es. La naturaleza en el sentido cartesiano es la mathesis universalis, la tabla calculada de sistemas y diferencias que contiene de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño de lo que hay en el universo. La palabra ya no pertenece al ser, debe ser construída con el lenguaje apropiado: las matemáticas. 
   La lengua de la Antigüedad hasta la escolásticas medieval es la gramática, la retórica y la lógica, la de la modernidad será las matemáticas. 
                             
   

Segunda breve historia 5
Los humanismos

   El Renacimiento es un híbrido. Con la misma energía que se invertía en el medioevo para diagramar la razón de la fe, en el Cuatrocento se destina a la devoción de los antiguos. Para caracterizar a esta época se habla del humanismo renacentista. Viene bien agregar el atributo histórico porque hay varios humanismos. 
   Es extraña la doctrina del amor al hombre y a todo lo que es humano, tan extraño que también le es ajeno al humanismo. El Renacimiento no ama al hombre, lo que ama es su poder. Hay una creencia en los poderes creadores del hombre. De ahí que la magia sea una posibilidad cierta del hombre mago. 
   El artista es una derivación de este aspecto generador del ser humano. El hombre puede crear la perfección. En nada ve limitada su capacidad por la modestia cristiana. El gigantismo de sus esculturas y de sus bóvedas no son efectos de la adoración vertical sino de la potencia innata que sella el genio del hacedor. 
   En el microcosmos de las obras de arte se refleja la magnifiscencia del cosmos sideral. Hay una transfusión gloriosa de lo celestial a lo terrenal. 
   Este humanismo del poder no es el que se conocerá siglos después en la nueva fase de la modernidad. Este artista renacentista está confeccionado en el mismo molde que el sabio de la antigüedad. Es el ideal de la perfección, una suma de talentos. Quizás la diferencia reside en que en unos se pondera la escasez, representada por la virtud de la sophrosyne, en los últimos se halaga la abundancia virtuosa por el despliegue de su fuerza. 
   Un artista del Renacimiento hace de todo, es cocinero e ingeniero, orfebre y aventurero, es excesivo. Las vidas de los artistas de Vasari o las autobiografías al estilo de las de Cellini, nos hablan de seres excepcionales. 
   El humanismo posterior ya pretenece al mundo de la ciencia. Deriva de la tensión entre libertad y necesidad. El determinismo científico característico de la filosofía mecanicista hace del hombre un golem. Sólo en el dominio de los fines hallarán algunos el resquicio de la libertad. Para eso el discurso moral sostendrá el humanismo. 
   La idea de Sujeto es moderna. Nace fisurado respecto de su objeto. Por un lado debe hacerse cargo de la tarea a la que está destinado que es conocer el mundo y sus leyes, y por otro lado siendo parte del mismo mundo deberá ser tributario de un predicado irreductible a las redes de la ley. 
   La posibilidad de crear algo nuevo a pesar de las determinaciones asociativas del habitus en Hume, o la lectura de la antropología filosófica que se ha hecho de Kant desde la hermenéutica, buscan una diferencia y una singularidad en el mundo de la repetición científica. 
   El humanismo moderno es el del hombre que se determina a sí mismo en un universo moral. 
   El humanismo de la antropología filosófica buscará en el sentido de la existencia la falta de ser. Una espiritualidad especulativa alumbrará a un Hombre ya no creador de artefactos y mago sino bueno y solidario. La universalidad será moral. 
   En esta misma fase humanista, los románticos se despegarán de la moral y de la bondad sentimental, el alma bella, mediante una nueva figura del Arte que sólo le debe su nombre al Renacimiento. Este arte corresponde a otro tipo de artista. Tiene un fondo trágico. Los cuadros de Friedrich o Turner nos muestran al paseante solitario contemplando la inmensidad sublime de una aurora o de un crepúsculo. Antes del amancer y después del atardecer. Es la caída de los dioses y el universo sin Dios. Es lo que miran los románticos en todas sus variantes y personalidades, desde Kirkegaard a Nietzsche..  
     
     
   Segunda breve historia de la filosofìa 6    Exceso de cultura 
   En el Renacimiento la abundancia de obras es tal que sin duda constituye un perla de la historia de la humanidad. La ciudad de Florencia es la ostra que abriga a esta joya. Al mismo tiempo es una época en que las ciudades padecen gobiernos autoritarios, arbitrarios, crueles, desalmados, oligárquicos, tracioneros más allá del límite, en los que la moral se reduce a las malas costumbres, las peores, y en el que el valor supremo es la aventura, la virilidad en sus variadas perfomances sexuales, y la exhibición de los inmensos poderes del hombre en esta tierra. 
   En ese sentido es cierto que el Renacimiento es la era del humanismo, pero ajeno por completo a toda ética de la compasión y de la fraternidad, es el amor al hombre por todo lo que éste puede hacer, por su musculatura cerebral y la grandeza óntica de un ser hermoso y grandioso. 
   Por eso el culto a la antigüedad es una obsesión de la época. En el mundo griego y romano, los hombres del Quatrocento encuentran la luz durante siglos velada por la lágrima cristiana y por la oscuridad medieval. Esa lugubrez de los conventos en los que monjes negros copiaban los manuscritos con caligrafía gótica hasta perder la vista. 
   En los frisos y columnas de los Pórticos atenienses y en la megalópolis romana, aún podían rastrearse y excavarse los monumentos de la gloria antigua. Por eso el déspota renacentista contrataba a sus filólogos, los expertos de la disciplina de entregar el sentido y la letra de aquellos cultores del amor a la vida. 
   Los humanistas tenían una visión prometeica de la antigüedad. La veían como una luna pagana, atractiva y maliciosa en donde lo que importaba era la dulzura, la sensualidad y el vigor, la fiesta de los cuerpos y el exceso. Fueron los primeros intérpretes dionisíacos de la era clásica. 
   Les gustaba Cicerón no por su austeridad moral sino por su estilo, por la estética oratoria, por su elegancia verbal, su origen patricio. Es cierto que en toda historia hay más de una corriente. No todo fluye por un único cauce. En el Renacimiento también participan los hombres de la mesura y del cálculo, los de la buena administración y el ahorro, los de la parsimonia y la contención expresiva. Basta mirar la arquitectura de Brunelleschi para apreciar el estilo recto, nítido, pulido y sereno, en el que el despojo es suntuoso. Claro que el llamado barroco con su teatralidad gigante y la multiplicidad de sus encuadres ya incuba en el Renacimiento. 
   En suma, si se quiere filtrar a la historia para hacerla un edificio con pisos con un ascensor para el historiador que se detiene en cada uno de ellos y el botones grita: primer piso Roma!, segundo Gótico!, tercero Renacimiento!, noveno Posmodernidad!, entonces el Paseo de Compras estará listo para recibir a los clientes pero no habrá más que juguetes chinos, trajes de confección, alimentos enlatados y mercadería outlet. 
   Además, el que aquí pasea no es un guía de la historia del arte ni un erudito que todo lo sabe. No soy un Burucúa que está informado hasta la médula, ni un Shamah que escribe por kilo y detalla lo accesorios con minucia infinitamente pequeña, ni ninguno de los que despliega su verba y conocimientos en libros voluminosos y caros, sino un apenas amateur que escribe sus impresiones. 
   Hace más de un mes que me acompaño con los hombres del Renacimiento y el reloj de la mente y el paso irrefrenable de los días tienen fecha de vencimiento: el 30 de mayo del 2008 dc, en ese momento deberé dejar este puerto. 
   Pero antes debo introducirme en el tema y el personaje que motivaron esta incursión por una tierra poco filosófica y una época menos filosófica aún, Italia, el país más bello del planeta, marítimo y abundante, soleado, con el doble óleo, el que rocía sus verduras y sus tallarines al ajo, y el de sus lienzos. Paraíso de los alemanes, el de Burckhardt, por ejemplo, quien escribió uno de los libros más bellos y eruditos sobre el Renacimiento italiano.