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OSHO




 
 
 
 

 

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Nuestro hermano OSHO

   Hay quienes dicen que Osho tiene una obra de cientos de libros. Estos volúmenes son recopilaciones de sus palabras trasmitidas durante treinta años a sus discípulos. He leído partes de sus comentarios en dos tomos de la obra de Nietzsche Así habló Zaratustra. Me pregunto que habría pensado Nietzsche de estos comentarios. El filósofo despreciaba el budismo, pero también Osho habla pestes de las religiones. He leído también reportajes, discursos, y escuchado a algunos adeptos. Mis dos ojos ya no quieren más datos, el tercer ojo hará el resto.

   Osho no cree en las instituciones. Claro que en su nombre se instalan  ashrams ( monasterios), se crean editoriales, terapias, grupos de discípulos, modas. Es una paradoja, pero las paradojas no degradan una actitud, recorren una tensión.

   No es frecuente encontrar a un maestro hindú que cite a Voltaire, Sartre, Marx, Dostoievsky, Tolstoy, y que ataque con sus palabras a los órdenes terrenales y celestiales establecidos. Denuncia al Papa y a los presidentes de los países centrales, habla de la hipocresía sexual y de la explotación capitalista, reniega de los puritanismos y de los paraísos dorados. Se le niega la entrada en todos lados, en su propio país se lo confina a arresto domiciliario. Es un fugitivo, un gurú anarquista. En los setenta se vincula con la corriente antipsiquiátrica, atrae a revolucionarios, se constituye en un imán para disidentes. Sus seguidores dicen que fue asesinado, lentamente envenenado por los servicios secretos norteamericanos.

   Y el sexo. Denunciaban que en sus comunas las partuzas era diarias. Su nombre fue motivo de escándalo. En nuestro país su imagen y enseñanza han ingresado en la farándula. Este hecho se suma a otros varios ingredientes para que nuestros intelectuales y gente ilustrada  no lo tomen en serio. Junto a los manuales de autoayuda y orientalismos diversos es acusado de conformar la cultura new age del Imperio.

   Pero el orientalismo consumista o devoto ya es parte de nuestra cultura. Se distribuye en forma masiva desde hace medio siglo. Nuestra sopa mental incluye neuronas del Este. Pensar que la cultura milenaria de la India, Japón y China, es un asunto comercial, frívolo, apto para inundados y fakires, sumisos e idólatras, es una muestra más de estrechez intelectual. No importa , ya lo dijo Osho: estamos rodeados de minusválidos; quiso dirigirse a las multitudes hasta que se dió cuenta que le hablaba a una pared, es lo que también repitió Nietzsche. Consideró un premio suficiente haber encontrado algunos amigos y compañeros de ruta.

   Nosotros mismos podemos tener nuestro particular estilo de necedad, ¿ por qué no? ¿Hay alguien inmune a los tropezones y a las vulnerabilidades de la vida? ¿O acaso  no necesitamos adorar, besar los piés de alguien, rezar en nombre de un ser superior, invocar a los altísimos, posar y ser pretenciosos , tocar la solapa de un presidente, salir en una foto junto a un líder?. Es parte del amor, la adoración es una zona sensible del alma humana. A veces mezclamos adoración con salvación. Es bastante frecuente.  Nos agarramos de alguna cornisa cuando falla el último apoyo. De las cornisas, las religiosas compiten con las farmacológicas.

   Osho dice que la existencia de los santos, beatos, dioses, jesuses, mahomas, moiseses, nos llenan de odio. Esos grandes nos hacen sentir menos, nos degradan sus mensajes, hablan de nuestra pobreza espiritual, de la miopía y la oscuridad en la que vivimos, delatan nuestros vicios y nos condenan por ser enanos enceguecidos. Jesús nos da una mejilla, Mahoma una espada, Moisés una tabla, todo por la facha, en los flancos y la cabeza, y  los adoramos, y odiamos. Osho dice que Dios fue creado para que lo odiemos.

   Osho habla de meditación a la que considera la fuente de la espiritualidad. La meditación oriental es paulatina, vacilante e inconclusa. Nadie sale levitando. El afán de claridad no impide la confusión. Pero si incluso se llega a cierto grado de concentración, no creo que mirar al vacío nos haga mejores seres humanos. La ética no depende sólo de la espiritualidad. La compasión - como recuerda - puede ser natural si nos despojamos de las fuentes del odio que nos meten en el alma las religiones y la codicia. Caminando por la ciudad volvemos a colocar espontáneamente en su sitio una baldosa despegada para que nadie se tropiece y se caiga en la  vereda. Es el ejemplo de Osho, una muestra impersonal y auténtica de amor al prójimo.

   Para desodiar al mundo es buena la meditación. Lástima que para llevarla a cabo debamos creer en un superratón. Porque Osho es un superratón. Es lo que lo diferencia de Nietzsche, que era un hámster.

   Nietzsche tenía visiones gracias al opio y a la sífilis. Como ascésis espiritual es muy costosa. Estaba, además, solo. Osho estaba solo entre millones de  fieles y dólares. Distingue a la soledad del aislamiento. Estar solo es una bendición, disfrutamos de nuestra compañía. Estamos aislados cuando  de centenares de prójimos vemos la espalda. La gloria del maestro era fastuosa. A muchos les molesta la riqueza del gurú. Es una riqueza prestada, ofrendada. Aviones, casas, sedes, todo a disposición de su majestad el Swami financista, el Bhagwan de Hollywood. No tiene la elegancia del monje zen que friega su piso durante años. Los occidentales somos así. Nos gusta que el jefe tenga de todo. Ya sea con el Dalai Lama, Sai Baba, Majara-Ji, Majari-Shi, Mahatma Diego. Osho dice que si el mundo no estuviera poblado de pobres, las religiones no existirían. Parece que sin los ricos quizás tampoco. Los pastores viven de la miseria y de la ignorancia. Él nos dice que la gente acepta la cruz y la biblia en nombre de su deseo de pan, hospitales y educación para sus hijos. Otros buscan a dioses porque tienen hambre de inquisición. Las conversiones siempre se llevaron a cabo con el terror de la espada o con la extrema necesidad de supervivencia.

   Evidentemente no es fácil creer. Es cierto que muchos hacen de la creencia una distinción social. Fashion TV es parte de la isla de Morel. El famoso lema de la calidad de vida ya lo sirven en los baldes de pochoclo. Ese es el nuevo caliz sagrado. Pero tampoco hay mucho para celebrar con la feria de vanidades de la cultura crítica de los sociólogos, politólogos, periodistas, columnistas, artistas.

   Me inspira una frase de Nieztsche: no hay que creer lo que uno piensa. Es la base de la filosofía. Un antídoto contra la voluntad de evangelizar. Osho dice que la filosofía es un juego mental que ha engañado a la humanidad. La filosofìa y la religión son para él las dos mayores estafas jamás inventadas. No sirven para nada, hacen que los hombres gasten energías en exhuberancias cerebrales. Sin embargo la historia de los sistemas de pensamiento son una magnífica muestra de vida. Desde Platón a Hegel, los filósofos pensaron que la actividad mental analítico- discursiva podía cambiar la vida y develar el misterio de la existencia. No sólo somos lenguaje, pero lo somos inevitablemente. Osho no excluye a Freud que hizo del habla el acceso al trasmundo. Su interés por lo que hacían Cooper, Laing, habla de su incesante  curiosidad por nuevos centros de interés.

   Deleuze, filósofo curioso también, se interesaba por las enseñanzas de Don Juan y Carlos Castañeda.  Esto es porque la mente humana cuando tiene espacio incluye entre sus vericuetos la atracción por los bordes de la existencia. Está en la raiz de los racionalismos metafísicos, de las religiones, de los misticismos de fina elaboración conceptual, de la pasión por la expresión en el arte. Sólo una visión embrutecedota que se declama en nombre de la razón divide al saber entre brujos y doctores.

   A Osho lo acusaron de muchas cosas, hasta de evadir impuestos. Pero sus seguidores tampoco han ahorrado sus denuncias a la CIA, FBI, jerarcas políticos de variada índole. La vida de Osho parece una intriga policial. Le otorga un interés que los aromas del incienso por lo general impiden.

   Leer a Osho es aburrido. Siempre dice lo mismo. La meditación oriental no es para leer. Acompaña los ejercicios espirituales. A veces sus frases detienen nuestra mente. Pero es difícil soportar los cuentitos, hay que tener vocación para los fabularios. Me pasa con los cuentitos lo mismo que con los relatos de un sueño. Huyo, salteo la página. Me ponen nervioso. Tengo preferencia por la filosofìa occidental porque nunca sé cómo siguen los pensamientos de los filósofos, son difíciles de comprender, es falso y empobrecedor esquematizarlos, la  diatriba argumental estimula mis sinapsis, tiene adrenalina verbal, desafía y enardece mi inteligencia. 

   La filosofìa no nos hace más sabios ni felices. Es un contacto con el mundo, un puente más. Nadie lee a Spinoza para ser mejor con sus semejantes, sino para entenderlo. Y sirve entenderlo para ordenar y montar escenarios históricos. Es, claro, un juego. Un rasgo humano Además de matar, odiar, comer, gritar, el ser humano juega. Osho lo llama danzar, reir, tener sentido del humor. El pensamiento se despliega en formas de vida, y la historia nos habla de futuros que ya no son y de los límites de nuestro ser. Los juegos filosóficos tienen una belleza. No siempre, algunos los usan como una nueva cámara censora en nombre de la Verdad.

   La salud de la filosofìa occidental es el aguijón de su inquietud, y su meditación se llama pensar. El pensar, que sólo puede darse con un arte de los signos, nos dice que no puede haber meditación espiritual sin una buena dosis de incredulidad.
 
Marzo 2005