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La adulación 
Conferencia del ciclo sobre Wiilliam Shakespeare en el seminario de los jueves.
Por Mónica Cabrera

 

Adular es halagar a alguien para obtener algún favor, bien o prebenda. Es una instancia de las relaciones sociales que empieza a pensarse ya en la antigüedad y que ha sido muy estudiada por la filosofía política de las pasiones en Machiavello, en Locke y en Hobbes. En las obras de Shakespeare  es una actitud que está representada, sobre todo, como adulación política respecto de alguien al que se considera poderoso, teniendo en cuenta el contexto cortesano de las ‘tragedias históricas’.

El autor presenta diversas  cuestiones respecto de los efectos de la adulación: por un  lado es una actividad establecida, tipificada, en el ámbito cortesano, que ejerce ‘el adulador’, el que tiene como función específica aprobar y halagar al gobernante como por ejemplo,  en Timón de Atenas, una obra que Shakespeare no llegó a ver en escena. También está representada como un ‘personaje’ que lleva a cabo Ricardo cuando todavía es el duque de Gloucester, y ya va a ser deliberadamente una parodia, una farsa, en el Polonio de Hamlet.  Esta actitud ya se muestra como algo que en vez de fortalecer el poder del príncipe, termina debilitándolo. Es importante destacar que se trata de un gesto ‘actuado’, no es un halago sincero y tiene como contrapartida la vanidad del adulado.

Voy a intentar recorrer las distintas modalidades de la adulación de acuerdo a los fines que se persiguen y a las advertencias que puede ocasionar su uso inmoderado.

 

Historia de la adulación

La adulación es un componente de una escena, no solamente de una escena teatral sino también de lo que tiene de teatral, de representacional, el poder monárquico, es algo imprescindible en el juego escénico del poder cortesano. Por lo tanto, para el teatro de Shakeapeare es algo ineludible. El tratamiento de la actitud lisonjera o aduladora hacia alguien que se considera poderoso ya está en Platón y Aristóteles, pero en general, con relación a los aduladores del demos, de los gobernados, en el contexto del régimen democrático. El demagogo en la asamble utiliza como recurso persuasivo, el elogio hacia el auditorio para congraciarse. Es un tipo de manipulación más o menos sutil, dependiendo de la exageración en los halagos. En Aristóteles este tipo de invocación interesada está caracterizado como una falacia (el argumentum ad populum) por  el que alguien, como dije, intenta ganar la voluntad de la asamblea para que voten su propuesta a través el halago, por ejemplo: “Uds que son los [postergados, damnificados, víctimas, etc] se merecen  tal y tal cosa y yo vengo a reparar esa deuda, por eso tienen que apoyar mi porpuesta”.  La adulación, cuya característica principal es el elogio excesivo, o la expresión exagerada de admiración, forma parte de  fines estratégicos. Es decir, el adulador persigue congraciarse con el adulado, de tal manera de conseguir algún beneficio.

Uno de los lugares clásicos de referencia a los aduladores es la obra Caracteres de Teofrasto, el sucesor de Aristóteles en la dirección del Liceo. Teofrasto, a pesar de que describe al adulador en el contexto de alguien que elogia a un individuo cualquiera, y no de alguien que está en una posición de poder político, ya establece uno de los elementos más significativos de esta actividad: el adulador elogia excesivamente a alguien con vistas a la consecución de un beneficio propio, y es claro que se trata de un personaje ridículo y en cierto modo condenado socialmente. Teofrasto nos cuenta que la adulación se dirige a alguien que está en una jerarquía que lo habilita  para distribuir beneficios, ya sean materiales o de poder, y que la motivación del adulador es avanzar propiciando su interés propio: el lisonjero se hace ridículo para conseguir un beneficio: “Se podría definir la adulación como un trato indigno [en sí mismo,] pero ventajoso para quien lo práctica”. El adulado, sin embargo, el objeto de la adulación, no es caracterizado por Teofrasto, no tiene en cuenta las características psicológicas de quien se deja adular. Esto sí va a ser tenido en cuenta, como vamos a ver, por Shakespeare.

Para situar esta actitud en la época más precisa, ya en el siglo XVI-XVII, como vamos a ver en seguida, a partir de Machiavelo, empieza a haber en torno de este asunto, dos posiciones: una es la advertencia que llevan a cabo los pensadores políticos acerca de los riesgos que puede acarrear la adulación y la otra posición es la del teatro de Shakespeare, fundada en su profundo conocimiento de Machiavelo, que es la pintura farsesca de la adulación y del personaje, más o menos caricaturizado, del adulador.

 

Dice il Niccolo: 

“Cúmpleme no pasar en silencio un punto importante, conviene a saber: el defecto de que con dificultad se preservan los príncipes (si no son muy prudentes, o si carecen de tacto fino), y que es falta más bien de los aduladores de que todas las cortes están llenas y atestadas. Pero se complacen tanto los príncipes en lo que por sí mismos hacen, y se engañan en ello con tan natural propensión, que librarse del contagio de los aduladores les cuesta Dios y ayuda, y aun con frecuencia les sucede que por inhibirse sistemáticamente de semejante contagio corren peligro de caer en el menosprecio. Para obviar inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a comprender a los que le rodean que no le ofenden por decirle la verdad.”, Machiavello, El príncipe, Cap. XXIII, “Cuando se debe huir de los aduladores”

En todo este contexto, ‘decir la verdad’ no implica una caracterización de una verdad  de facto, como algo que pueda constatarse como un estado de cosas ‘real’,  sino hablar con franqueza, decir lo que uno piensa, es la verdad como un decir con autenticidad. En estos casos, el que habla corre un riesgo ante su interlocutor, ya que éste es alguien que detenta algún poder. Por lo tanto este decir la verdad podría parecerse a la parrhesía socrática, ya que implica también el coraje de decir algo que pueda  disgustarle al monarca, por ejemplo.  O de herir su autoestima, de hacerlo dudar de su capacidad decisoria. Para Machiavelo la prudencia del gobernante es una virtud política que le debe hacer tolerable la franqueza de sus consejeros. El gobernante, de todos modos, debe elegir a quienes va a escuchar para que le digan lo que piensar

  “ Pero si todos pueden decírsela (la verdad), se expone a que le falten al respeto. Así, un príncipe advertido y juicioso debe seguir un curso medio, escogiendo en su Estado a algunos sujetos sabios, a los cuales únicamente otorgue licencia para decirle la verdad. Es necesario que su conducta con sus consejeros reunidos y con cada uno de ellos en particular se desarrolle en tal forma que todos conozcan que cuanto más sinceramente le hablen tanto más le agradarán. Pero, excepto éstos, ha de negarse a oír los consejos de cualquier otro, poner inmediatamente en práctica lo que por sí mismo haya resuelto y mostrarse tenaz en sus determinaciones. Si obra de diferente manera, la diversidad de pareceres le obligará a variar muy a menudo, de lo cual resultará que harán muy corto aprecio de su persona.

Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe recibirlos cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la gana de aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite. Pero debe con frecuencia, y sobre todos los negocios, oír pacientemente y sin desazonarse la verdad acerca de las preguntas que haya hecho, sin que motivo alguno de respeto sirva de estorbo para que se la digan.” 

 

La adulación en Locke

 

Locke analiza esta categoría (flattery) en el desarrollo de sus argumentos políticos, es decir, cuando identifica los mayores obstáculos y peligros para la construcción y el mantenimiento en existencia de un gobierno que limite los poderes del soberano. Veamos como en su concepción de gobierno establece una relación que después vamos a ver ilustrada en una obra de Shakespeare: la vinculación entre la adulación y el descrédito, la pérdida de confianza.

 

 Locke concibe la política como una actividad específicamente humana,  que por lo tanto su buen funcionamiento dependería de una confluencia de voluntades humanas. En el contexto de esta concepción, es muy importante la noción de trust, o confianza, una clave en el pensamiento político liberal que aspira a disminuir la desconfianza como obstáculo para la constitución de la comunidad política. Es decir, el buen funcionamiento de lo político depende para Locke de la capacidad humana para confiar en la puesta en ejecución de la libertad de los demás. Es claro que este es uno de los elementos que más lo distancian  de la concepción hobbesiana. Para Hobbes no puede existir confianza mutua a menos que ésta sea forzada por el temor continuo y convergente en el Leviatán, mientras que para Locke, la confianza mutua es una premisa anterior a la existencia de la coacción gubernamental, y fundamenta éticamente la creación del gobierno. En alguna medida, esta diferencia explica el que Hobbes diseñe un gobierno total, mientras que Locke se esmere en demostrar que el único gobierno legítimo es uno cuyos poderes son restringidos y que está basado en el consentimiento ciudadano. La construcción del gobierno en Locke es una relación de confianza mutua existente entre los seres humanos, por lo tanto es conveniente tener en cuenta cuáles son los peligros para  la estabilidad y supervivencia de todo régimen basado en el consentimiento. El consentimiento (expreso o tácito) individual implica  la confianza en los demás que participan del pacto que instaura el gobierno, y que se extiende y proyecta hacia la sociedad civil de la comunidad políticamente organizada.

Para Locke los personajes que llevan a cabo esta prática tan habitual hacia el gobernante, la flattery (adulación) son especialmente nocivos para un gobierno que el autor pretende que sea restringido institucionalmente. Los flatterers(aduladores) incentivan en los gobernantes un  deseo desmedido por el poder, y por lo tanto atentan contra un sistema político de poderes distribuidos. La adulación constituye un “abuso de confianza” en la que el adulador induce el engaño del adulado, atribuyéndole capacidades o virtudes de las que carece con el fin de ganar alguna ventaja; Locke les asigna a los aduladores un rol protagónico en provocar el deseo desmedido por el poder, lo que implica que se constituyan en uno de los obstáculos principales de un estado con división de poderes.

En un momento histórico de creciente secularización de la vida política como es el siglo XVII, hay largas controversias para pensar cómo se legitima el poder del soberano. Una de esas instancias de legitimación era la representación de la investidura divina. La monarquía es un régimen que está basado en la señal divina. Dios mismo habría señalado a esa estirpe para que gobierne en ese territorio. De tal modo que la sucesión en el poder depende de la herencia, la vía de traspaso es la consanguinidad, que debe mantenerse como el bien más preciado de la corona. Como sabemos, en las tragedias históricas de William, la cuestión de la sucesión dará lugar a todo tipo de crímenes y venganzas alternadas.

En este sentido y retomando esta cuestión,  Locke va a responderle a su contemporáneo Robert Filmer, escritor político, quien en una obra aparecida póstumamente, Patriarca, (1680), defendió el poder absoluto del monarca comparando el poder fáctico de éste con la autoridad paterna apelando a argumentos inspirados de alegorías bíblicas. Más exactamente, expuso la tesis del «derecho divino original», que confería a Adán una prerrogativa monárquica hereditaria legada a sus descendientes y a la cual estarían sometidos por naturaleza todos los demás hombres.

Mientras estuvieron en vigor ideas como ésa, la teología bastaba para resolver los problemas del Estado y del gobierno. Por lo que venimos diciendo un problema que traería consigo el Renacimiento es cómo se legitima el poder, cuando Dios se desplaza del centro y del gobierno del mundo. La política va a tener entre sus temas de discusión ya no la herencia, sino el reparto del poder, dejando de lado su proveniencia divina.

La disolución del cosmos ordenado bajo leyes jerárquicas estáticas es un tema clave en las tragedias isabelinas y Shakespeare da cuenta del modo en que ese mundo se desmorona. Las consecuencias de este quiebre son también prácticas, por qué obedecer y a quién son preguntas que no tienen cabida en momentos de estabilidad política.

Son entonces, los defensores del derecho divino de los reyes –es decir a aquellos que les atribuyen un poder absoluto a los monarcas– quienes promueven y justifican las acciones de los aduladores. Las tramas de las tragedias históricas están plagadas de intrigas, acertijos, conspiraciones, alianzas que se deshacen y rehacen provocando traiciones e invocando lealtades. Quienes personifican estas tramas son personajes que tienen dobleces, no coinciden consigo mismos, como si fuera por analogía un reflejo del quiebre del orden del mundo. No son compactos, los habitan varias voces, dicen algo en voz alta y por lo bajo otra cosa.  La intriga es una situación que impide saber cuál es la verdad y la desconfianza es un sentimiento social importante.

La adulación en Shakespeare

En la obra  Timón de Atenas, escrita en coautoría con Thomas Middleton, que Shakespeare no la vio nunca puesta en escena, donde la adulación, y efectos devastadores sobre el adulado, se configuran en el centro de la acción dramática. Timón es un noble rico, una especie de mecenas de Atenas, que lleva a cabo su natural prodigalidad) ante los que se hacen pasar por sus admiradores y que vierten elogios sobre su él de manera bastante ostensible. El trágico destino de Timón  se deriva de su excesiva ingenuidad, que le impide reconocer la falsedad de sus “admiradores”. El personaje termina en la ruina luego de que sus falsos amigos le dan la espalda cuando sus recursos se acaban, habiendo despilfarrado su fortuna en regalos a los ‘falsos amigos’ que lo rodeaban. En este sentido, Shakespeare nos ofrece una psicología del adulado que Teofrasto y los antiguos no habían regisatrdo, y que se resume en la frase de Apemanto, el  filósofo franco que es el único amigo desinteresado de Timón y que se atreve a decirle las cosas como son: “el adulador y el adulado son igualmente despreciables y reprochables: son cómplices en el juego”.

La obra tiene como personajes a Timón y a sus aduladores, Lúpulo, Lucio y Sempronio y el falso amigo que es Ventidio y también hay una caterva de aprovechadores de la riqueza y de la prodigalidad de Timón: un pintor, un poeta, un mercader, un joyero.

Esta obra es muy pesimista, yo creo que eligió Atenas por el lugar fundacional de la civilización occidental que se le atribuye. La primera escena comienza con unas frases muy significativas en las que, como en otra obras, se intenta constatar la disolución del mundo. Así se le llama al mundo, que esa especie de cosmovisión que está disolviéndose y que, hacia el final de la obra, también estalla.

En la Escena I se encuentran un grupo de estas personas en la casa de Timón, y así se saludan:

Poeta: Buenos días

Pintor: Hace mucho tiempo que no os había visto ¿cómo va el mundo?

Pintor: Se está gastando, señor, envejeciendo mientras va andando.

Poeta: Eso es sabido, ¿hay algo más que ofrezca algún interés?

Vamos a ver cómo efectivamente todo se va a ir desintegrando…

Timón hace banquetes e invita a todos a su casa (le gusta ser halagado por sus invitados)

Apemanto:

“Desprecio tu comida porque soy incapaz de pagarla con adulación.

¡Oh, Dioses! ¡Cuántos hombres se están devorando a Timón sin que él lo advierta! Sufro viendo tanta gente regar sus manjares con la sangre de un solo hombre  y él esta tan loco que los estimula aún más! ¿Cómo hay hombres que se atreven a fiarse así de otros hombres? Debería invitárselos a venir sin cuchillos, lo que ahorraría carne y sería más prudente para sus vidas. Hay muchos ejemplos de esto: el camarada que, sentado junto a su huésped, corta el pan con él y bebe a su salud, compartiendo su copa, es el que está dispuesto a matarlo. Si yo fuese un hombre importante, tendría miedo de beber en las comidas, no fuera a ser que se buscase el sitio sensible de mi garganta…”

Aquí ya aparece uno de los temas centrales de la reflexión relativa a la adulación: el adulado no es una víctima inocente del engaño del adulador. Timón, por ejemplo, suscita su propia desventura al dejarse llevar por una ingenuidad que linda con la frivolidad: los aduladores que lo rodean se aprovechan de su incapacidad para reconocer la zalamería que practican para enriquecerse a su costa. Es interesante cómo,  al reconocer finalmente la falsedad de sus ‘amigos’, Timón se va convirtiendo en un misántropo, esto es, en alguien que ha perdido completamente la capacidad de confiar en los seres humanos, ya que los considera naturalmente ventajeros.

Es decir, el exceso de confianza del que Timón padece originalmente permite que se abuse de él, causando el efecto contrario, es decir, la ausencia total de confianza en los demás como vimos que argumentaba Locke, respecto del efecto de los aduladores.

Los personajes antagonistas de los aduladores: Apemanto, el filósofo, y el bufón.

Apemanto es un amigo sincero de Timón y se identifica a sí mismo como un perro en alusión a los filósofos cínicos, que se jactaban de hablar francamente y decir la verdad a cualuier costo. Tanto el bufón como el filósofo están concebidos en una posición libre respecto de verse obligados a practicar la adulación. Al estar cerca del poder, pero no depender enteramente de él, asumen la función  decir la verdad, aunque sea a través de enigmas que sólo los entendidos descifran.

En el caso de Timón, su vulnerabilidad al halago fácil se debe a su vanidad, su necesidad de ser aprobado y elogiado. Lo interesante de esta versión de la adulación es que su eficacia ya no es sólo la ingenuidad, o la carencia de sagacidad para reconocer a quienes nos engañan con vistas a su beneficio. El espacio de juego de la adulación es el amor propio, la vanidad o el orgullo del adulado. Por ende, la adulación tiene efecto sólo donde encuentra ese lugar para accionar, es decir, un orgullo suficientemente susceptible al halago, que bloquea el reconocimiento del ridículo que lleva a cabo el adulador.

Una relación propicia para la adulación es la amistad, muchas veces el amigo funciona como un espejo en el que esperamos que se refleje nuestro halago a nosotros mismos. Así visto, el adulado no admite, por vanidad, otro testigo de sus acciones que no le devuelva esa admiración respecto de lo que piensa y hace.

El adulador, para ser eficaz en sus propósitos, debe jugar a su vez, un doble juego: debe elogiar en exceso, esforzándose a la vez por no ser descubierto, tanto en cuanto a sus motivaciones, como en cuanto a lo exagerado de sus halagos. Dejar en evidencia al adulador como tal, socava sus proyectos.

Apemanto es un amigo franco que le va advirtiendo a Timón:

“¡Qué confusión, cuántas inclinaciones de cabeza, cuantos traseros sacados! Dudo de que sus bajezas valgan las sumas con que se las paga. ¡Hay mucha mierda en la amistad! Los corazones hipócritas no deberían tener piernas tan flexibles. ¡Así es como los tontos honrados malgastan sus riquezas a cambio de reverencias!

Timón: Apemanto, si no fueras tan huraño, yo sería bueno para ti.

Apemanto: No quiero nada. Si, a mi vez, me dejara corromper, no habría nadie que te dijera la verdad y harías más tonterías aún!”

Se produce una discusión entre ambos, se van y, al salir, Apemanto dice:

“¿Por qué los oídos de los hombres están sordos a los consejos y no a la adulación?”

El otro personaje que transita por las tragedias cortesanas es el bufón, que tanto aquí como en King Lear se expresa con las frases irónicas, un poco aforísticas  que en general desenmascaran alguna hipocresía.

“Apemanto (al bufón): Ven conmigo

Bufón: No siempre obedezco

Ni a mi amada, ni a mi hermano mayor, ni a mi mujer

A veces a un filósofo”

Uno de los banquetes que organiza Timón es una trampa para sus aduladores, para desenmascararlos y vengarse de ellos. Los invita y cuando abren las fuentes con los manjares encuentran agua hirviendo y nada más. Los deschava con todo el público delante y él mismo cuenta cómo se convirtió en un misántropo, en alguien desconfiado de la vida social que decide abandonar la ciudad y sus ‘máscaras’ e internarse en un bosque a vivir recolectando frutos y raíces para alimentarse ya que reniega de la vida ‘civilizada.

Antes de irse de la ciudad, maldice a Atenas y augura su derrumbe:

Timón: ¡Dejadme mirarte todavía, oh, muro que rodeas a estos lobos! ¡Húndete en la tierra y que sucumba Atenas! ¡Madres de familia, hacéos impúdicas! ¡hijos, no obedecáiz más! ¡Esclavos y locos, arrojad de sus bancos del senado a los viejos de frentes graves y arrugadas, y administrad en lugar suyo! ¡Conviértete a la corrupción general, joven virginidad, y hazlo a la vista de tus padres! ¡Resistíos, banqueros quebrados, y en vez de pagar vuestras deudas, sacad un cuchillo y herid en la garganta a vuestros acreedores! ¡Servidores, vuestros graves amos son ladrones de manos largas que saquean legalmente! ¡Piedad y temor, religión para los dioses, paz, justicia, verdad, respeto doméstico, reposo nocturno, instrucción, modales, misterios, profesiones, jerarquías, observancias, leyes, confundíos con lo contrario y reine la confusión por doquier! (…) Timón se marcha a los bosques! (…)¡Confundan los dioses a los atenienses que hay dentro o fuera de este muro! ¡Permitan a Timón que con los años aumente su odio por todos los hombres, grande y pequeños! ¡Amén!”

Vemos que llama a una subversión radicalizada, algo semejante a lo que los griegos denominaban stasis, disolución de cualquier organización social, o al menos, de la que existía. Es una obra donde no queda nada en pie. Ni la polis, ni la amistad, cosas importantes para los griegos. Creo que la obra trascurre en Atenas porque se la considera el referente antiguo fundante de la cultura de Occidente y, los autores representan en la obra el trastocamiento final de esos cimientos. Como dije antes, respecto de la interpretación de Locke de la adulación, aquí Shakespeare la ve como una de las causas de esta desconfianza generalizada, un sentimiento social muy difícil de sostener, mucho menos como programa. No permite que las relaciones fluyan y que la sociedad funcione. Los protagonistas de las intrigas, los que desconfían de sus sirvientes, de sus súbditos, de sus familiares; viven en un estado de alerta permanente porque también es muy difícil acceder a alguna confianza. Más bien hay secretos, conspiraciones, alianzas que se hacen y deshacen permanentemente. No hay ninguna estabilidad que preservar.

Vamos a encontrar la actitud aduladora de manera recurrente representada por algunos de los personajes  más conocidos de Shakespeare: por ejemplo,  Regan y Goneril en King Lear, ante el pedido de adulación del padre que les solicita que le digan cuánto lo quieren para distribuir entre las tres hijas los territorios de su herencia  a Ricardo III (especialmente cuando aún es Duque de Gloucester), cuando intenta seducir a Ana, la viuda del rey Enrique VI, siendo él mismo su asesino. El intento de seducción es impactante, ya que él le dice que se hace cargo de que mató al esposo sólo para obtenerla:

“Ricardo: Permitid divina perfección en forma de mujer, que explique las maldades cometidas

Ana: Permitidme, siniestra infección en forma de hombre, que acuse a tu maldito ser de los probados crímenes cumplidos.

Ricardo: Mujer más bella de lo que la lengua expresa, concededme un instante para disculparme.

(…)

Ana: Tu fuiste la causa y el maldito ejecutor.

Ricardo: Vuestra belleza fue la causa de ese efecto; vuestra belleza, que en sueños me incitaba a darle muerte al mundo entero con tal de pasar una hora en vuestros brazos.

Ana: Si te creyera, homicida, sabe que estas uñas arrancarían la belleza de mis mejillas.

(…)

Ricardo: Quien os privó, Señora, de un esposo  lo hizo para daros mejor marido.

Ricardo le da su espada y simula que está dispuesto a que ella lo mate:

Si tu vengativo corazón, no puede perdonar, mira aquí te entrego mi filosa espada y si te place hundirla en este pecho fiel (…)

Sí, yo maté al rey Enrique… pero fue tu belleza la que lo provocó. Vamos acaba ya! Toma la espada o tómame a mí!

Ana: (deja caer la espada) ¡De pie simulador! aunque tu muerte ansío no he de ser tu verdugo.

Al terminar la escena él le pide que lo deje visitarla, después del sepelio.

Ricardo: Despídete de mí.

Ana: Tanto no mereces pero dado que me enseñas a adularte imagínate que ya me he despedido.

Entonces cuando ella se va Ricardo se jacta de la eficacia de su adulación, con cinismo:

Ricardo: ¿Alguna vez se ha cortejado de esta forma a una mujer? ¿Qué es esto?, yo que maté a su marido y a su padre, ¡conquistarla cuando su corazón me detestaba, con maldiciones en la boca, lágrimas en los ojos, en presencia del sangriento testigo de su odio, en Dios, su conciencia y mil barreras contra mí…!

Y sin embargo la gané: ¡El mundo entero contra nada!

¡Ja, ja!!

Todos sus  elogios hacia ella son aduladores, ya que lo que él pretende es el trono.

En Hamlet

Polonio, el padre de Ofelia, representa, de alguna manera a un trepador, que intenta ganar la confianza del prícipe confianza a través de una admiración y una complacencia fingida y ridícula para  poder manipularlo e, incluso, conseguir algún poder .

El diálogo entre Hamlet y Polonio, el chambelán,  cuando el príncipe se ríe irónicamente de la capacidad de adulación de Polonio, demuestra muy bien lo explícitamente contradictorio y oportunista que puede ser un adulador con tal de satisfacer los deseos o creencias de su amo:

“Hamlet: ¿Véis aquella nube cuya forma es muy

semejante a un camello?

Polonio: Por la misa, y que parece un camello

realmente

Hamlet: Yo creo que parece una comadreja.

Polonio: Tiene el dorso de una comadreja

Hamlet: O de una ballena

Polonio: Exacto; de una ballena”

 El adulador teme por su estabilidad junto al poderoso, es por eso que intenta controlarlo y, de algún modo manipularlo también.

De este modo  quien puede incidir sobre las decisiones y los secretos de alguien, termina estableciendo tácitamente pactos de silencio o alianzas para su beneficio.El adulador no obtiene el poder por méritos sino por su sagacidad, es el que logra convencer al adulado que sólo él es digno de su confianza, de tal modo que puede conocer sus secretos, extorsionarlo, si fuera conveniente, de alguna manera, el adulador, si es astuto logra obtener un poder directamente proporcional al debilitamiento del adulado. La consecución de ese poder es silenciosa e invisible para el adulado, que está mirándose demasiado a sí mismo para darse cuenta y tomar distancia de los halagos que recibe.

La capacidad de manipulación de Polonio sobre el rey no es tan considerable. Simbólicamente es un personaje débil, parece ser que la única esfera de poder donde puede influir sustancialmente es en el control de los actos de su hija Ofelia.

Los aduladores son útiles también para dar la ilusión de reconocimiento: de nada sirve tener dominio sobre un territorio –o sobre una población– si no hay nadie que lo reconoce. El hombre vulnerable a la adulación es algo vanidoso, lo que no le permite mirar más allá de sí mismo, necesitando que todo el mundo lo venere y aclame. Por eso muere el rey Claudio y su esposa –tío y madre de Hamlet, respectivamente–; porque la lucha por el trono, en su caso, se había transformado  en envidia  letal entre hermanos. Hamlet desdeña a su adulador,  es como la contrafigura de Ricardo III,  es el único personaje  de la realeza danesa que no está obsesionado por el poder, al contrario, considera el como una prisión:

“Dinamarca es una cárcel [...] una soberbia cárcel,

en la que hay muchas celdas, calabozos y

mazmorras [...]”

Este trabajo está inspirado en una frase que creí recordar de alguna obra de William que finalmente no encontré, pero que muy probablemente o la escribió o la suscribiría: “Los aduladores son como la maleza que crece al lado de la planta principal, ella cree que la están acompañando pero en realidad la están parasitando (y la debilitan).”