Blue Flower


 
 

 

 

 

Las ilustraciónes corresponden a 
Obras de Irina Falik


 

 
 


 

 

 

 

 

  
  


 

 

Presentación Historia de una biblioteca

por Mónica Cabrera

Agradecimientos a Tomás y a la editorial

Esta historia de la vida filosófica de Tomás es una compilación corregida, aumentada y enriquecida de textos, cuya primera versión fue saliendo por entregas en el blog Pan Rayado. El subtítulo es De Platón a Nietzsche, lo que significa una demarcación: que su trayecto se inicia con Platón, no antes, y que termina, en este libro, en el siglo XIX, tal vez, como lo insinúa al final, haya nuevos estantes para esta biblioteca filosófica. El libro tiene una diagramación original, ya que  los capítulos son breves y los títulos son ya una indicación del modo particular en el que Tomás va a enfocar la cuestión. La división general distingue entre la Antigüedad, la edad media y Tiempos modernos I y II.  Hay, según él lo dice, un nomadismo textual, una serie de relaciones que integran varios aspectos de los problemas filosóficos que habitualmente no son tenidas en cuenta en un libro de filosofía. Esta localización de la cuestión filosófica ya está anunciada por los títulos de los capítulos. En  el capítulo “La pesca del arenque” se desplaza  de la erudición de la obra  de Spinoza a la cotidianidad material de su ciudad, así configura  la prosperidad económica de Ámsterdam, por un lado, la convulsionada vida del filósofo y paradójicamente, la imagen de la beatitud mirando por la ventana. Estas conexiones hacen de la lectura un auténtico viaje, indican de alguna manera como el autor al mismo tiempo que va presentando los temas del libro, sobre todo en los primeros capítulos, va anunciando su propio itinerario filosófico que no solamente contiene lecturas, sino también impresiones de pinturas, de imágenes, datos  económicos, y la filosofía siempre compuesta con su afuera, con su tiempo, con sus desafíos.

En el capítulo que se llama “Un estante al azar”, él dice que saca un libro, nada menos que Ser y tiempo de Heidegger, se detiene en la grandeza de la obra , cuenta las evocaciones que le produce el libro para terminar  aclarando que no es un autor importante para el propósito de este libro. No porque Heidegger no sea importante,  de esto no caben dudas, sino porque para llevar a cabo este recorrido el hombre de la selva negra no representa una compañía, no se ha sentido invitado por Heidegger al mundo de la filosofía, no fue para él una lectura significativa en su trayecto como escritor de filosofía.

Continúa: ‘La biblioteca es el cuerpo de un filósofo. Su esqueleto y su carne. Sin ella muere de hambre. Los libros son el mundo que lo lleva al mundo. Hay dos mundos para el filósofo. No el sensible y el inteligible como para Platón, sino el de adentro y el afuera de sus anaqueles. (…) Es el reaseguro de una identidad. Recorrerla es recordar y confirmar una historia y un presente. Nuestros libros son como la antigua caja de ahorro. Está depositado allí nuestro saber y nuestro tener”.

“En esta historia resaltaré ciertos aspectos y sugeriré lecturas. No hay alardes de erudición ya que no dispongo de todos los datos ni colecciono bibliografía, pensaré con la información que he acumulado en estos años de estudio. Habrá toques impresionistas y selecciones personales”. Va quedando demarcado, entonces, un camino que no tiene la pretensión de ser exhaustivo, sino de ser singular, de localizar los propios mojones y compartir esos gustos con el lector

“Mirar la biblioteca y tocarla, me ha calmado en momentos de extravío”. En esos momentos de crack up, de derrumbre, la biblioteca sigue en pie, si uno lo mira desde lo extraño, si describe lo que hay, se trata simplemente de un conjunto de palabras, de signos, sin embargo ese mundo de pensamientos y de imágenes, de maestros, de guías, está también repleto de  huellas de un trabajo sostenido, que a veces es gozoso, por momentos es muy árido, pero siempre es fecundo, por eso persiste como una pasión. Todo esto constituye, de algún modo, un hogar, un lugar donde si uno se ha perdido puede volver a encontrarse.

  • Me voy a correr un poco de la biblioteca, de la que habla el libro y voy a comenzar  por una inspección hasta el escritorio de Tomás para reconstruir un poco ese suelo

que podríamos llamar ‘el escritorio’ de Tomás.

¿Qué hay en el escritorio de Tomás?

Así como él no se refiere a su biblioteca material, sino a sus lecturas y fundamentalmente a sus experiencias de lectura, yo tampoco me voy a detener en su escritorio material, en la compu, las lapiceras o los papeles, sino en los componentes de la propia subjetividad que pone en juego cuando escribe.

Es un conjunto de cuestiones, de herramientas teóricas, de obstáculos, de curiosidades, con las que él cuenta para emprender esta historia de su biblioteca filosófica y que pone en juego siempre. En este sentido no hay una pretensión de hacer una historia de la filosofía motivada por la secuencia cronológica, ni temática, sino de una historia personal, ‘autobiográfica’, la llama Tomás, después vamos a ver por qué. Esto es un tema importante del libro, que está presente a lo largo de todo el desarrollo.

En el escritorio de Tomás hay:

  1. Ciertos sentimientos filosóficos que, para mí, son fundamentales a la hora de emprender la práctica  filosófica, por ejemplo, creer que vale la pena hacerse preguntas que no tienen respuesta. En el escritorio de todo filósofo, de toda persona a la que la filosofía le picó, hay un cartel que dice: ¿qué es lo que es?  Maravillarse, esa sensación de extrañamiento porque hay lo que hay si podría no haber nada, es un sentimiento intelectual que inventaron los griegos, no es natural, casi no hay sentimientos ‘naturales’. Cuenta el libro cómo surgió en los siglos VI – V a C. esta pregunta de admiración por el ser del ente. “Esos hombres (del siglo VI-V) se habituaron a la abstracción. La moneda y el alfabeto de 22 caracteres imponen una creatividad veloz y una imaginación no figurativa.” Compone Tomás ese nacimiento de la filosofía con el pasaje de la imagen al signo, a la palabra escrita. “Debe haber un elemento común que reúna aquello que jamás se dispara, el ser es la cópula que hace lo UNO.” Así, para los griegos, en la naturaleza ya HAY orden, hay cosmos, hay regularidad, pero los dioses se están yendo y le cabe a los hombres hacerse cargo de que haya leyes, justicia. En la polis hay debate, conflicto, el lenguaje es lo que nos permite el acuerdo  y, fundamentalmente,  el desacuerdo, lo que no se reduce: el otro.  Los hombres, como dice, Aristóteles, no son ni bestias ni dioses, por eso hay política. El regusto de los griegos por la palabra, por el logos, va a hacer nacer a la filosofía, es una hija de esa necesidad de política. Este es para mí el sentimiento filosófico más intenso.
  1. Hay incertidumbre y ‘obstáculos’ que también forman parte de este escritorio. Son desafíos que se han enfrentado con decisión, con disciplina. Dice: “hay grandes huecos, enormes en mi erudición filosófica. Los estudios universitarios tuvieron el marco del mayo francés y una universidad que mudó su aparato didáctico desde el oropel cartesiano al asambleísmo maoísta y al trotskysmo estudiantil. (…). La lucha cultural e ideológica teñida de anarquismo pedagógico rompió la disciplina en pedazos. Por eso debí estudiar solo y la autodisciplina se convirtió en una necesidad rigurosa. Hasta hoy. Al comenzar esta historia autobiográfica de la filosofía era probable que me encontrara con estas dificultades. En realidad me propuse escribirla con esas dificultades, que son las de la ignorancia y su extraña mezcla con un poco de saber.”

Este es, como dije al comienzo, el aspecto no del todo gozoso de cualquier trabajo, aún del que se emprende con dedicación y pasión, ya que “pensar y decir no es fácil, pero tampoco es una tarea que requiera de un don. Hay obligaciones, compromisos y la convicción de que el tiempo es el juez del hacer. Limar la roca, decía Van Gogh, con esa paciencia debe trabajar un artista”. Bueno, aquí están estos compañeros del autor, la administración del tiempo, y su hada, la paciencia, y como no podría ser de otro modo, no hay ‘don’ divino, no hay musas, no hay inspiración, hay trabajo. No cree Tomás y, este libro lo demuestra, que las oraciones brotan espontáneamente para los dotados. Esto es para los que dicen, “Vos que tenés facilidad para escribir….. como si fuera  un don del cielo, del que algunos carecen y otros privilegiados, no. En este sentido, éste es un libro de desafío al comienzo y después  termina siendo de un libro conquistado en el trabajo del día a día.

  1. Otro elemento del escritorio es su Virgilio: Foucault. Pero esta presencia de Foucault no está declarada como un slogan,  está puesta en juego en la manera de abordar los problemas filosóficos. El método histórico- genealógico, es un procedimiento que siempre va a buscar la especificidad de cada momento, su localización, las prácticas que son solidarias de esos conceptos, como dice P. Veyne, el historiador, en una época no se pude decir cualquier cosa. Foucault ha sido un maestro en la disolución de las grandes categorías abarcadoras de la historia de la filosofía, heredadas, sobre todo de Hegel y Marx. En su abordaje filosófico siempre, va a haber más atención a las rupturas que a las continuidades. Nunca pasa lo mismo. En las historias hay contingencia e innovación. Si no hubiera algo nuevo, algo impensado, la filosofía no se hubiera separado nunca de la teología, y todo el sentido estaría dado de una vez para siempre, como en el mundo de las Ideas de Platón. Por  suerte, hay azar, el mundo nos sorprende, el filósofo busca esa palabra para lo impensado, como dice Wittgenstein, esa palabra que no quiere salir y se pega como un pelo en la lengua. En ese esfuerzo por despegar el pelo, es decir,  encontrar la palabra ‘salvadora’, dice se juega la tarea y la pericia del filósofo.
  1. Hay, como siempre, sentido del humor, un efecto hilarante  que proviene del modo en que él compone las cosas. Lo vamos a ver más adelante.

Paso a comentar algunos temas del libro que yo elegí

En algunos capítulos, como en los que están dedicados a la filosofía antigua él nada en sus aguas y en otros nada contra su propia corriente: En el libro hay un recorrido plácido y muy frecuentado en la Antigüedad, no me voy a detener tampoco en la Edad Media, pero elegí en este libro son los filósofos modernos que  Tomás redescubre son Descartes, en el siglo XVII y Kant en el siglo XVIII, a quienes conocía de segunda mano, de manera estadarizada. Como dije antes Descartes era el emblema de la decadencia de la universidad en la que estudió, así que él aquí le da una vuelta de tuerca muy interesante, con generosidad, volviendo sobre sus propios pasos y tratando de desarmar esa lectura, digamos ideologizada de Renato. Descartes es un filósofo, ya lo sabemos, muy estudiado y al mismo muy denostado aún por gente que nunca lo leyó. Creo que debe ser uno de los filósofos más mencionados y menos leídos. Sabemos que una de las estrategias para intentar neutralizar a un enemigo (real o imaginario) es estereotiparlo, hacerles creer a los demás y terminar creyendo uno mismo  que es un bloque  compacto, etc., que responde a una esencia y que no tiene pliegues ni matices. El caso de René Descartes es paradigmático de este tipo de operaciones. Se lo conoce, por un lado como el filósofo que concibe, por primera vez, la subjetividad moderna, el que intenta pensar cómo es el hombre que fue capaz de producir ese nuevo saber acerca de la naturaleza que es la astronomía de Copérnico, y la física de Newton, Kepler y Galileo.  Galileo dice que la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos.  La admiración que tiene un matemático, como Descartes, por la geometrización de la naturaleza, y el acceso a una verdad que no sea la de la revelación, de la fe, es un impulso  que lo sostiene más allá de cualquier hoguera humeante y más allá también de su propia época. El descubrimiento de este nuevo lenguaje  ‘desencanta’ la naturaleza, tal como era concebida por la teología, con esos cielos poblados  de ángeles, de potencias divinas y con los límites que nos imponía el creador. Descartes se da cuenta de que la ciencia moderna desacraliza nuestro ‘cosmos’, lo quiebra, basta ver la lección de anatomía de Rembrandt, donde se abre un cuerpo humano para ver qué hay adentro. Esto era impensable tal vez antes del renacimiento, el cuerpo era sagrado y una disección sería vista como una profanación. La medicina se apropia de ese objeto, se lo disputa a la religión. Todo empieza a cambiar, la filosofía se pregunta en qué lugar, si es que queda alguno, va a tener Dios. El trabajo de Tomás es contra una lectura habitual en nuestro medio, del pensamiento cartesiano, una especie de vulgata: “Descartes es la ciencia y la tecnología, la Unción del Objeto, la fundamentación del Sujeto, la justificación del capitalismo, la idealización del yo, la enajenación del hombre en las cosas, la conquista de la naturaleza, la depredación ecológica, el exterminio de varias especies de animales, la mecanización de la vida, la separación mente-cuerpo, la manipulación con mayúscula,  y toda esa epopeya realizada por un hombrecito de 1,55 cm.”  El título del capítulo, “Sodomía y filosofía”, presenta una imagen del filósofo que ha sido penetrado con todos esos males, según Tomás, por el comentarista revolucionario, catástrofes de las que se lo considera responsable. Esta interpretación sodomita constituye una estrategia de la secta de SN, sodomía nacional, que ha tenido distintas inserciones  en las cátedras nacionales y populares de los años ’70, tanto en versiones de la ‘juventud maravillosa’, como en las más conservadoras de Guardia de Hierro. “El profesor, dice, de las cátedras de Sodomía Nacional, ha penetrado, al filósofo con el capitalismo, el colonialismo, imperialismo, el tecnicismo, mientras arengaba a las masas de la confitería popular”.  Y cita al biógrafo de Descartes, Watson, que sostiene que “se llegó a decir, que la construcción de cámaras eficientes para gasear a gitanos y judíos, implicaba una actitud cartesiana por parte de los nazis” Se trata , por supuesto de una lectura anacrónica, ya que no se puede interpretar el pasado con categorías del presente. O atribuirle un autor consecuencias de su pensamiento que pertenecen a una época que no podría haber anticipado nunca.

Hay un conjunto de capítulos dedicados a Kant que me gustaría comentar. El primero se llama “Kant una no vida” y allí él cuenta la distancia que le provocaba el filósofo de Könnisberg y también la incomprensión hacia quienes, como su amigo Alejandro Rússovich, decían emocionarse con las reflexiones del maestro. Esta actitud le provocaba risa y al mismo tiempo curiosidad. Una lectura postergada por, otra vez, por una imagen congelada del autor. Kant todavía es divulgado como un filósofo sedentario, rutinario, solemne y aburrido.

Dice Tomás: estaba totalmente convencido de que o se es nietzscheano o se es kantiano; o se martillaba con la voluntad de poder y la creatividad, con esa voz solitaria de un nómade de los Alpes, o se era un burgués académico en buenos tratos con el poder de turno. Kant se presentaba como otro exponente del lema Paz y administración, y Nietzsche, su antípoda, un clandestino más de las memorias del subsuelo que insufla en nuestras neuronas una energía disolvente”. Lleva a cabo un análisis minucioso de los principales tópicos de la filosofía kantiana y termina, como Alejandro, admirado por el genio del maestro. Kant es el filósofo que con más sutileza nos cuenta cómo, aunque conozcamos los límites impuestos por nuestra finitud, tendemos inevitablemente a querer conocer lo que nos es irrepresentable, lo incondicionado, lo que está más allá de nuestros límites. Pero lo original de su pensamiento es que esa tendencia no es de la voluntad o del deseo, sino de la propia racionalidad, es la razón la que para pensar necesita de sus ilusiones, aún a sabiendas de que lo son. Sabemos que nos vamos a morir, pero vivimos como si fuéramos inmortales, intentamos trascender la condición de mortales, con nuestras pequeñas o grandes obras. En esta tensión fluctuante, entre la aceptación y la trascendencia de nuestros límites se juega la existencia humana. Así lo redescubre Tomás al viejito de Könnisberg, como un pilar fundamental para la filosofía de Niezsche y para los existencialismos de los siglos XIX y XX.

En esta nueva actitud, dice: “Nadie está a salvo de los estereotipos. Es una sabia medida de nuestra inteligencia saber y aceptar que no somos inmunes a cualquiera de las variedades de la estupidez humana, o para ser más comprensivos, del candor que pervive en nuestras astucias.” Tuve en cuenta para hacer estas referencias a Descartes y a Kant, que estos análisis de Tomás  implican también la transmisión al lector de una experiencia de lectura, que tiene en cuenta un camino ya andado, precisamente para desandarlo, para ver las cosas de otra manera. Estas recolocaciones (palabra horrible) ya sea porque una era más joven y más apresurado y ahora tiene más paciencia o simplemente porque uno es otro, constituyen, a mi modo de ver, unos de los aspectos más interesantes del libro porque muestran en qué consiste la tarea de un filósofo. Si alguien está toda su vida con el mismo pensamiento quiere decir que está de algún modo anquilosado, la tarea filosófica exige plasticidad, estar alerta al colesterol  de sus creencias.  En  Ocasiones filosóficas Wittgenstein dice: “La filosofía es justamente más que nada un trabajo sobre uno mismo, sobre el propio pensamiento. Sobre nuestro modo de ver las cosas.”

Sartre , dice Tomás, es el protagonista de  mi sueño filosófico”

Dejé para el final una cuestión que surgió de mi lectura de Paul Veyne:

“Foucault vivía para escribir, pero era uno de esos escritores que se identifican menos con lo que escriben  que con el acto de escribir  y con el tiempo se vuelven grafómanos. –Sartre es un ejemplo reciente  de ellos.”

Sartre es un grafómano, una persona que necesita escribir para enterarse de lo que piensa. Que ha implementado una variedad de registros de escritura: filosofía teórica, novela (premio  Nobel), ensayo, cuento,  teatro, panfleto, intervenciones periodísticas, políticas, fundación de la revista Tiempos modernos (1945) fue, es,  un intelectual expuesto a la acción pública por excelencia que usó su celebridad para llevar a cabo distintas causas.

El otro sello de Sartre en su posición como filósofo es que escribe filosofía en primera persona cuando todas las corrientes filosóficas que le son contemporáneas hablan en tercera persona, por cuestiones estríctamente filosóficas, porque cuestionan firmemente la soberanía del sujeto. En este sentido, como decía, Sartre escribió en primera persona a contracorriente del estructuralismo, del psicoanálisis, el marxismo, de la filosofía analítica anglosajona. Si en ese momento la ‘posición del sujeto’ estaba determinada por: la clase social, la estructura, el inconciente estructurado como un lenguaje, el dispositivo poder.-saber, el sistema, los modos de subjetivación, etc. etc…….. bueno, de todo eso, Sartre no se enteró. Dijo todo lo que tenía para decir, no se guardó nada.

A la época de uno, dice Sartre, se la quiere:   (escribir) es querer, arriesgarse, comprometer la propia vida en la revelación de la verdad que uno quiere donar 

La escritura es vista no como el logro de la obra plasmada exclusivamente, sino como un proceso inconcluso que le permite al que escribe, desdecirse, borrar lo que se pensaba, lo que se hacía, en fin lo que se era antes de escribir. La única obra importante, entonces, no es el producto de la escritura, los libros, artículos, intervenciones, sino la propia vida. Cada nueva ocasión de escritura es también un modo de desprenderse de partes de uno mismo que la obra se lleva, por el poder que tiene la escritura, para siempre.

La grafomanía de Foucault estuvo, muchas veces resguardada en una especie de juego, de jugar a las escondidas, si se le preguntaba por lo que escribía, desplantaba al que preguntaba y decía que no estaba atado a sus obras, que ya estaba en otro lado, que no quería tener identidad, que tenía derecho a no tener rostro, etc. A menudo se cuidaba, no se exponía.

Creo que entre estos dos grafómanos que son sus maestros, la grafomanía de Tomás se parece más a la de Sartre que a la de Foucault. Pone toda la carne al asador, y escribe sin red, no se esconde detrás de las estructuras, el discurso, el texto, el sistema, las clases sociales, la ideología y otros nombres con mayúscula, que si bien constituyen herramientas teóricas muy importantes, a veces se parecen más a una jerga insignificante.

Para este grafómano que es Tomás, creo que la escritura es una patria. Y este libro, una donación, una puesta en juego, siempre riesgosa de la propia palabra. Los invito a todos a leer esta historia de una biblioteca. Llame ya!

Muchas gracias