Blue Flower

 
 
 

 

Las ilustraciones de este número corresponden a escenografía de Alicia Leloutre 
para las obras "Todo se desmorona salvo este dolor" y "Excusas para el dolor"

 


 

 

 

 

Segunda breve historia de la filosofía 34

Reglas para la dirección del espíritu


  Estas reglas pertenecen a una obra temprana de Descartes, alrededor de 1628, a sus treinta y dos años, publicada después de su muerte. En ella traza las líneas de fuerza de la ciencia general de la medida y del orden. Su proyecto es la construcción de juicios sólidos y verdaderos para un saber en que todas las ciencias están íntimamente trabadas entre sí.


  La escolástica con sus silogismos son una “máquina de guerra” – así lo expresa – apropiada para los combates en los que se ejercitan los espíritus jóvenes. En este sentido permite a los estudiantes inmaduros no caer en el abismo al que estarían destinados por falta de guías y horizontes de emulación. Pero sólo por un lapso breve, es una pérdida de tiempo prolongar el pensamiento en disciplinas que no ofrecen un conocimiento cierto y evidente.


  Sólo la aritmética y la geometría están exentas de todo vicio de falsedad o incertidumbre. El álgebra, una especie de aritmética, permite hacer con los números lo que los antiguos – aquellos espíritus rudos y sencillos – hacían con las figuras.


  Parte de la matemática son la astronomía, la música, la óptica, la mecánica y muchas otras ciencias. Todas estas disciplinas forman parte de una Ciencia General del Orden para la que importa poco si la medida que se busca se expresa en números, figuras, astros, sonidos, o cualquier otro objeto. El espíritu matemático permite un conocimiento transparente y fácil que contiene los primeros rudimentos de la razón humana. Dice Descartes: “quiero vestirla y adornarla de modo que pueda estar más al alcance del espíritu humano”.


  El camino de la verdad es recto. El espíritu silogístico nos ha acostumbrado a contraponer juicios. Apenas existe una opinión se da lugar a la opinión contraria. Descartes se refiere a las artes de la universidad medieval de la “disputatio” revitalizada por los jesuitas, los maestros de su juventud. Estos duelos verbales insinuaban que la sencillez de las razones disminuía el mérito de la invención.


  Para llegar al conocimiento el entendimiento se vale de la intuición y de la deducción. La intuición permite a la inteligencia forjar el concepto con claridad y distinción. Por la deducción las consecuencias derivan de cosas conocidas con certeza. Los primeros principios son conocidos por intuición, en cambio las conclusiones sólo pueden serlo por deducción.


  El movimiento continuo e ininterrumpido del pensamiento puede intuir claramente cada cosa en particular, pero al llegar al último eslabón del razonamiento, hemos olvidado los comienzos y los eslabones intermedios. De ahí que la deducción pida prestada su certidumbre a la memoria.


  Dice Descartes que el método es necesario para la investigación de la verdad. Entiende por método, reglas eficaces y fáciles que le impidan a la inteligencia un gasto inutil de esfuerzos. El método explica correctamente el uso que hay que hacer de la intuición intelectual y cómo deben realizarse las deducciones, una vez aprendido el procedimiento, es de gran utilidad, según el filósofo, para los mediocres de espíritu.


  Para que el movimiento continuo e ininterrumpido del pensamiento abarque cada una de los elementos de una serie, hay que ordenar y disponer los objetos para que la cadena no tenga hiatos. Por eso se requiere una enumeración exhaustiva que nos ayude a percibir que no se ha omitido nada. Este movimiento continuo del pensamiento que sigue una enumeración suficiente y ordenada compensa las flaquezas de la memoria.


  Podemos abarcar el conjunto presentado sin omitir nada y calcular con exactitud el sistema de identidades y diferencias. Mediante ua buena enumeración damos cuenta de las  variaciones y concluimos en una verdad con mayor certeza de la que podría darnos cualquier otro género de pruebas, excepto la intuición simple.


  La enumeracion también debe ser rápida, sólo el ejercicio continuo nos permitirá que nuestro recorrido por las series, tenga la velocidad suficiente para darse la idea de un cuadro con figuras presentadas simultáneamente. La aceleración del pensamiento amplía el foco ocular y nos ofrece la taxonomía con sus infinitos pasajes.


  De todos modos no podremos verlo todo, la luz que nos ilumina, la razón natural, es invisible.

Segunda breve historia de la filosofía 35

El sujeto y la representación


  Jornadas, congresos, simposios, mesas redondas, encuentros, publicaciones, han sido el marco usado y abusado durante años para hablar del Sujeto o de la Representación o de ambos a la vez. Este Ídolo temático ha sido impuesto por el psicoanalismo y el paleoestructuralismo, y aún tiene futuro. A falta de novedades filosóficas con la pobre excepción del malestar que pretenden provocar en sus semejantes los adeptos a la bioética, o de las variaciones puritanas sobre los estragos de la globalización posmoderna, este tema aparentemente gnoseológico no claudica en su proceso rumiante.


  El descubrimiento lacaniano de que el sujeto está escindido y definido por la Falta junto al predominio del orden del lenguaje, y la suerte sin duda merecida de la palabra “diferencia” – especie de pegamento universal o masilla multiuso – le ha deparado al pobre Descartes un retorno inesperado al album de recuerdos filosóficos.


  Cogito ergo sum, para qué habrá escrito estas palabras, se han constituído en la prueba irrefutable del crimen. Creer en la existencia de un Yo como si fuera una pieza inquebrantable de granito que garantiza el acceso a la verdad y al disfrute de la libertad, se ha convertido en el hazmerreir de los expertos semiotizantes que se divierten con el ingenuo Renato.


  Pero tomemos en serio este problema epistemológico a la vez que moral. La palabra Sujeto le ha sido impuesta al pensamiento cartesiano por un anacronismo interpretativo. La serie Sujeto- conciencia- libertad- autoconocimiento del yo- , es parte de la antropología filosófica que nace de una mala lectura de Kant.


  La fenomenología ha volcado su glosolalia para encontrar en Descartes un antecedente de su versión del Sujeto trascendental y una justificación del método eidético de la puesta entre paréntesis de los datos provenientes del mundo físico-natural y el de la introspección psicológica. Ha emparentado a la duda cartesiana con el método de Husserl encumbrado en sus Meditaciones Cartesianas.


  En su breve y tan bien escrito ensayo La libertad cartesiana, Sartre nos entrega a un Descartes examinado por la filosofía existencial. Es interesante su lectura. Descartes es un hombre de “mala fe” – uno de los conceptos claves del pensamiento sartreano - , y a la vez un pensador de la libertad. Por lo tanto, siguiendo el derrotero propio de la filosofía existencial, un hombre preso de una moral de la ambigüedad.


  Por un lado afirma un acto libre con su NO que parte de la duda, esta dignidad escéptica que lo autoriza a negar todo lo que no le resulte una evidencia calibrada por criterios propios, y luego de negar, delega el SÍ a Dios, única entidad creativa que por medio de las ideas innatas dona al hombre por gracia divina la posibilidad de entrar al reino de la verdad.


  El hombre de Descartes es, para Sartre, libre de negar sólo la negación, es decir la falsedad, los errores, los espejismos producidos por el cuerpo, las sensaciones, los sueños, y las artimañas de un supuesto Genio Maligno. Pero esta negación de la negación no le permite ninguna afirmación, no es un acto de libertad positiva, no tiene la potestad de producir la verdad ya que la misma es atributo de un Dios que mediante la Luz Natural, permite el uso correcto de la inteligencia.


  La duplicidad cartesiana oscila entre la libertad del científico que inventa el método del conocimiento cierto, y el contemplador platónico de las formas ideales que admira las formas desplegadas de la trascendencia.


  El no ser de la duda no se convierte en el Ser de la verdad, no es creativo, no asume plenamente su libertad. Descartes, para Sartre, ha comprendido que el ser del hombre es el no ser de la libertad, la nada de ser, pero “ serán necesarios dos siglos de crisis – crisis de la Fe y crisis de la Ciencia – para que el hombre recupere esa libertad creadora que Descartes ha puesto en Dios y para que se barrunte esta verdad, base esencial del humanismo: el hombre es el ser cuya aparición hace que el mundo exista”.       


   

Segunda breve historia de la filosofía 36

La representación y el sujeto


  Invirtamos el orden de los términos. El sujeto es parte de la representación. Se diluye en el orden representativo. Es un referencial, un “afuera” virtual que orienta y distribuye las posiciones de las figuras dispuestas en un encuadre que las limita.


  La representación es un cuadro clasificatorio, una taxonomía en la que los elementos se ordenan de acuerdo a un criterio que distribuye identidades y diferencias. Es la mathesis universalis que da cuenta del modo en que está regulada la naturaleza. Orden y medida establecidos por el recorrido cartesiano.


  Una vez que el Cogito decide mediante la luz de su entendimiento y la correspondiente inclinación de su voluntad, iniciarse en el camino de la verdad, este punto fundante y motor, ya no aparece. Nada más se puede decir del ego del cogito. El sujeto del conocimiento ha inventado un método que lo deglute, que lo esparce por la serie de formas universales que se pierden en el infinito.


  La mathesis es la construcción de un orden finito y exhaustivo que presenta las relaciones entre las palabras y las cosas. El sujeto es el conocimiento, no se desprende de él, salvo para perderse en el error, que además es un mal uso de la representación por el desvío que provocan los sentidos y los excesos de la imaginación.


  Michel Foucault ha explicado esta función representativa que constituye el a priori epistémico del discurso cartesiano. Lo ilustra con el cuadro Las meninas de Velazquez. Cada uno de los personajes del cuadro, la Infanta Margarita, la enana Mari Bárbola, el monarca Felipe IV y la reina Mariana,  las meninas María Agustina de Sarmiento e Isabel de Velazco, el enano Pertusato y el perro, la monja Doña Marcela de Ulloa, don Diego Ruiz de Azcona,  el mayordomo José Nieto, y el mismo Velazquez, todos miran – salvo el perro, único personaje distraído - al ausente pintor, al ausente espectador y a la ausente pareja real que es lo que el artista retrata.


  Modelo, espectador y autor, sólo existen como el afuera virtual de la representación aludido por el juego de sus miradas hacia un centro invisible, por un espejo al fondo en el que los monarcas se reflejan gracias a que María Aguistina se inclina, una ventana a la derecha del espectador que deja pasar la luz, otro elemento del afuera, y un lienzo del que sólo se ve el dorso del bastidor.


  La saturación representativa se despliega en referencia a un vacío que ordena con su ausencia el orden figurativo. La mathesis universalis que Foucault describe en Las palabras y las cosas presenta su filigrana epistémica en las positividades, los saberes empíricos de la Ciencia General de los Signos como la Gramática General, la Historia Natural, y el Análisis de las Riquezas. En estas disciplinas particulares se distribuyen los  objetos y se conforman las series de la clasificación de los objetos en su medida y armoniosamente de acuerdo al conocimiento bañado en luz natural.


  El sujeto de esta representación es la ciencia anónima del orden. Descartes por un lado anuncia la creación de los artificios que harán de la vida del hombre una estancia más segura y placentera en la tierra. Construye su método. Es un inventor. Por otro lado se pierde en la misma cadena representativa que inicia.


  Pero su oscilación, en la lectura foucaultiana, no es la que atribuye Sartre a una falta de un pleno ejercicio de la libertad, sino a la necesidad epistemológica del mismo proyecto cartesiano que anula al punto capitón que fija la serie.


  Por eso, para Foucaut, no es posible que en el orden cartesiano emerja una figura como la del Hombre – como señala con precisión Veronique M. Foti, en su trabajo Representation represented: Foucault, Velazquez, Descartes – que sí puede ser llamado por la antropología filosófica y la fenomenología que llenan el espacio faltante con un Sujeto de una nueva moral humanista. Es la figura de la conciencia, ya sea abierta al mundo e intencional, o libre y responsable, sujeto de la praxis o portadora de lucidez y angustia, determinada por el mundo a la vez que ser ahí que le da sentido, este personaje no es el invitado de Descartes, que no conocía su estampa salvo en el espejo del fondo sin otra densidad que un reflejo.