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Segunda breve historia de la filosofía 7
Primeras incursiones
 

   Alrededor del año 1988 en el Colegio Argentino de Filosofía el arquitecto Edgardo Chibán reunió a un pequeño grupo de interesados en estudiar el Renacimiento. Este interés provenía del trabajo asociado que entre varios hacíamos de los libros de Michel Foucault referidos al cuidado de sí, al arte de vivir y al uso de los placeres.

   Entre líneas Foucault había mencionado la importancia del Tratatto della famiglia de León Bautista Alberti, y, además, manifestaba que un punto de inflexión importante en su investigación sobre la ética antigua como arte de vivir fue el libro de Stephen Greenblatt Self fashioning in the rennaissance.

   Chibán eligió como punto de mira el teatro isabelino inglés y dió varias conferencias sobre Marlowe y Shakespeare, a la vez que leíamos el libro de Greenblatt que mostraba los nuevos desafíos que la vida de las cortes imponiá a la subjetividad.

   El mundo de la política nunca ha dejado de ser cortesano. La intriga es el trasfondo del protocolo y el arte de las apariencias es tan importante como el despliegue de las capacidades.

   Esta vertiente actoral de la vida política provoca en algunos espíritus una profunda desazón y un pesimismo difícil de remontar ante el fracaso de las intenciones y las traiciones sistemáticas.

   Greenblatt analiza los modos en que la política, las práctica literarias, las traducciones y la edición masiva de libros, modificaron la relación de los lectores con sus textos, sus formas de reacción frente a las autoridades a cargo de la interpretación de los mismos y su misma relación con la verdad trasmitida.

   El libro de Alberti es inenallable. Sus obras de arquitectura, sus escritos sobre economía, se mencionan y se editan aunque fuere por fragmentos, pero el texto sobre el gobierno de la familia en el que se habla de la conducta apropiada del hombre del Renacimiento se sintetiza tan sólo en brevísimos comentarios.

   El libro sobre el gobierno de la familia tiene cuatro tomos, y no es de extrañar que el erudito Foucault lo tuviera en la mira y pudiera consultarlo gracias a las poderosas redes de la interconectividad académica del Viejo Mundo.

   Volvemos a Greenblatt. “Fashion” es modelar. No sólo las ropas se confeccionan sino también los cuerpos. Los libros de George Vigarello sobre la historia de las disciplinas corporales nos ilustran sobre el uso de las fajas, de los corsets, hasta la funcionalidad de los pasos de danza en la corte de Versailles.

   Pero en este caso se trata de un modelamiento social relacionado con la vida política, que a la vez se relaciona con la moral. La política tiene sus escenarios en los recintos del poder y exige un particular talento para el histrionismo y para la actuación en una comedia que hace que el sujeto deba vigilarse permanentemente a sí mismo y se vuelva por esto mismo ajeno a sí.

   La política es un teatro en que el enmascaramiento y la autorrepresentación son pilares en las estratregias verbales basadas en el principio de imitación.

   En el análisis que Greenblatt hace de rol político de Thomas Moro y de su libro Utopía. resalta la desazón de Moro por el interminable juego de una escena en el que el poder se define por la habilidad de imponer las propias ficciones al mundo. La figura del “alien”, el extranjero, autoriza la cohesión ante el peligro de quien amenaza nuestra identidad.

   La retórica se hace dueña de los gestos y el territorio en el que se despliega es el de la perpectiva nómade en el que predominan técnicas anamórficas y una incesante oscilación entre perspectivas irreconciliables.

   La vida política en la corte de Enrique VIII es absurda, más aún, loca, la desesperación vana de Thomas Moro, para Greenblatt, consiste en llegar a escapar de esa cárcel narrativa.
 
 
Segunda breve historia de la filosofia 8
Los cortesanos
 

   El libro de Stephen Jaegger The origins of courtliness muestra en su excelente relato que la relación entre las cortes y la política tiene larga data. En su ensayo histórico en el que discute las tesis de Norbert Elias sobre las diferencias entre cultura alemana y civilización francesa, aparece la corte de los Ottones, la de Otton el Grande, como un singular proceso civilizatorio definido como dulcificación de las costumbres en el siglo XI.

   Un proceso civilizatorio implica cierta renuncia a la autonomía y la adaptación de la conducta a necesidades del grupo. Jaegger habla de un humanismo cortesano diagramado por la afición a los textos ciceronianos, que enlatece las virtudes de la honestas, la suavitas, la amoenitasy la configuración general de un mansuetudo.

   La honestas está vinculada a las necesidades de una vida interior que hay que construir para sobrevivir en situaciones de alto grado de disimulo que sacan de sí a cada uno de los individuos de la corte. Sin ese refugio la brújula que orienta la identidad se vuelve loca.

   Los curiales o clericus tienen un rol activo en un regimen que ha subordinado el Episcopado al monarca y que soporta fuertes tensiones con la nobleza y otros sectores de la iglesia. La elegantia morum supone una asociación entre las litterae y los mores, una poetica de la conducta que incluye a la literatura como creación de subjetividades.   

   El Medievo ha tenido su Renacimiento impulsado por la cultura árabe que del otro lado de los Pirineos se expande al centro de Europa, desde la Provenza a esta Alemania.

   Poco se ha escrito sobre la permeabilidad de Occidente respecto de la cultura musulmana. En la corte de los Ottones junto a la afición por la letras latinas y por el estoicismo adaptado a las necesidades del poder, se infiltran las costumbres árabes que trasmiten su sensualidad, la moda de los varones de arreglarse el pelo con ruleros y pasearse con su “permanente”, de recostarse en los cojines y mirar largo rato al techo, actitudes criticadas en la misma corte porque hacen de los cortesanos seres afeminados atrapados por la molicie.

   Ya en el Imperio Normando de la Baja Italia y Sicilia, Federico II de la casa de Hohenstaufen, rey de Sicilia, Chipre y Jerusalem, es para Burckhardt el primero en concebir la construcción del Estado como una obra de arte. Federico se inspira en la administración mahometana y emplea a “sarracenos” para los servicios de recolección de impuestos y tareas de control, y vigilancia. Tanto la organización catastral como las tareas de policía era una especialidad de los Estados sarracenos.

   Tiempo más tarde, la avidez de gloria de los déspotas italianos de las tiranías del siglo XIV copiaba el estilo de los sultanes, como lo hizo el déspota de Verona, el Can Grande della Scala.   

   Cuenta Burckhardt que Petrarca elogia al Señor de Padua a quien le dice que no sólo debe ser el señor de los ciudadanos, sino un padre de la patria, y que debe amarlos como si fueran sus propios hijos, aún más, como si fueran miembros de su propio cuerpo.

   En el siglo XV el modelo de administración de Mohamed II, quien conquistó Bizancio el 29 de mayo de 1453 y se declaró Emperador romano, también inspiró a los Dux de Venecia.

   Volvamos a los cortesanos. No pensemos en esos seres empelucados y empolvados con lunares artificiales, sus trajes de tela gruesa y tafetas brillantes, que terminan en medias blancas enfundadas en zapatos en punta. Quizás se vistieran así, pero que no nos oculte que más allá del vestuario se trata de políticos, de hombres y mujeres que circulan por el pasillo del poder y que están obligados a mirarse la cara con frecuencia y tejer sus alianzas con la mayor discresión posible en un mundo en que el rumor oficia de noticia.

   En este mundo dice Baltasar de Castiglione en su obra IL Cortegiano: ( el Cortesano para no despertar celos no debe mostrarse siempre vigilante) “ Y así debe ser por no causar continuamente envidia, y porque le tengan por hombre de buena conversación, hacer lo que los otros hacen con tal que sea lo que hiciere honesto y virtuoso, y que él se rija siempre con tan buen juicio, que no haga necedades ni locuras, sino que burle, ría, sepa estar falso, dance y se muestre en todo de tan buen arte que parezca avisado y discreto, y en nada le falte buena gracia”.
 
Segunda breve historia de la filosofía 9
La Italia de Maquiavelo
 

   Finalmente llegamos al motivo que nos hace incursionar en el Renacimiento. El Quatrocento no es un siglo de particular interés para la filosofía. En las carreras o estudios de filosofía no se detienen en esta época, siguen de largo. Es el período artístico más lujoso de la historia del Arte. Sus grandes figuras son Leonardo, Miguel Ángel, o las otras decenas de genios de la pintura, la escultura o la arquitectura.

   El Renacimiento es considerado como un momento de transición entre el Medievo y la Modernidad que comienza con la ciencia galileana. Los filósofos renacentistas son Nicolás de Cusa, Ficino, Pico della Mirandola, en quienes aún habla el neoplatonismo cuando no lo hace la Cábala, el Hermetismo o la magia.

   Es cierto que muchos han encontrado que este neoplatonismo también incorpora un interés por las matemáticas que anticipa lo que vendrá en el terreno del conocimiento. Pero el otro mundo del más allá cristiano mantiene su potestad. Para que haya modernidad Dios debe convertirse en una excusa, como lo será con los filósofos del siglo XVII. Un simple pretexto para no ir a la hoguera. Lo supieron Descartes, Spinoza y Leibniz. Sus máquinas sistémicas no dejan de llamar Dios a la sustancia pensante y extensa para poder seguir pensando y de alguna manera mantener su “ extensión ”, es decir su cuerpo en vida.

   Bien pueden descartar a Dios que todo puede funcionar igual como un plasma metafísico autosustentable.

   Pero en el Renacimiento de los filósofos del Quatrocento Dios es lo que está más allá, y mantienen el esquema binario de los mundos. El alma aún puede viajar.

   La verdadera modernidad de aquella época no la encontramos en la metafísica sino en la política. Ni siquiera en el arte en donde las Madonnas adquieren inmortal belleza sin perder su función. Los cuerpos ordinarios y la restitución de las imágenes de la Antigüedad, aún decoran el paisaje de lo sacro.

   Maquiavelo es quien ha profanado esa sacralidad. No hizo más que vertir en palabras lo que los tiranos de su tiempo habían estampado en las cosas.

   Nápoles, Milán, Roma, Florencia y Venecia, intrigaban las unas contra las otras y se aliaban según la conveniencia del momento con las monarquías europeas para someter o humillar a sus vecinos italianos. Milán coqueteaba con Alemania, Florencia con Francia, Venecia era complaciente con los turcos, Nápoles estaba sometida a España, Italia no existía como tal,   su desmembramiento y guerras intestinas se continuaban al interior de sus Estados.

   Los gobiernos municipales vigentes en los tiempos medievales poco pudieron resistir a sociedades que abrían sus economías a un comercio burgués pujante que alteraba las viejas divisiones sociales. La burguesía mercantil era la única entidad sólida y unida de la ciudad. Sólo en Florencia, nos dice Burckhardt, había en 1422, setenta y dos casas de cambio.   

   Caudillos, Tiranos, Dogos, Gonfalonieros, Condottieri, la suma del poder público en una persona se hace realidad en Florencia, la Señoría, en donde la nobleza es de dinero y no de espada. Es conocida como la democracia de los ricos. Venecia, la Serenísima, república oligárquica que en 1422 con 190.000 habitantes posee 3000 naves pequeñas, 300 de gran calado, 45 galeras, una tripulación de 36.000 hombres y 16.000 carpinteros de ribera. Además 1.000 nobles.

   Mundo de cancilleres en los que la diplomacia se convierte en una disciplina especialmente diseñada para los comerciantes, tal como afirma Federico Chabod en sus Escritos sobre Maquiavelo, ya que son hábiles y tienen la capacidad de superar el impacto de la primera impresión.

   Diplomáticos venecianos y mercaderes florentinos se muestran indiferentes con esa cuasi mezquindad del hombre de negocios alejado del apego excesivo a las cosas. Como dice Burckhardt : flotas, ejércitos, presiones e influencias políticas, todo debía figurar en el debe o en el haber de un Libro Mayor de un comerciante, por lo cual sentaron las bases de una verdadera ciencia estadística.